La sexualidad tiene algo de misterioso, nos sorprende a veces más de la cuenta.
Sorpresas que, muchas veces, llevan a situaciones desagradables o que producen perplejidad.
La sexualidad, lo sexual, no actúa como a nosotros nos gustaría que actuase, sino que funciona, en muchas ocasiones, de forma diferente.
En las relaciones de pareja, lo habitual es que el hombre
esté preparado antes que la mujer y él tenga que preparar a la mujer para así poder realizar el acto conyugal.
Si no hay una preparación amorosa, delicada, donde la mujer se sienta y se sepa querida, no habrá una auténtica entrega. Si no hay compromiso por parte del varón, la mujer podrá entregar el cuerpo pero no lo hará con la cabeza. La relación será insatisfactoria.
Cuánto más querida se sienta una mujer, más fácil será que se prepare para tener relaciones.
Sin embargo, como todos sabemos, la sexualidad no es una ciencia exacta, y hay veces en que el hombre está preparado y mientras «prepara» a la mujer él «deja de estar preparado».
Puede ocurrir con más o menos frecuencia.
No es infrecuente que los dos esten listos en distintos momentos, con lo cual la relación no saldrá bien o incluso no salga en absoluto.
Esto, dejando aparte causas médicas, puede ocurrir por
muchos motivos: por cansancio, frecuencia en la relación o
incluso por el miedo a que no salga la relación como se espera.
En estos casos lo que uno debería saber, y ahí la mujer también demuestra más madurez que el hombre, es que las cosas algunas veces salen y otras no. Que lo importarse es quererse. Que este es un buen momento para demostrarlo.
En el futuro volverá a salir bien lo importante, vuelvo a decir, es quererse.
Eso es lo que se debería saber, y lo que se sabe, pero lo que se vive en muchas ocasiones es muy distinto: se culpa al otro, se le muestra desagrado, se le exige que actúe de otra forma, se le reprocha su comportamiento, su actitud previa, se le hace culpable, y no olvidemos que estamos en lo íntimo.
En el fondo alguien se sentirá rechazado.
Lo que debería ser un acto amoroso se convierte en una
riña matrimonial en un terreno delicado, donde las personas deberíamos sentirnos queridas y comprendidas.
Mientras uno piense en uno mismo y no en el otro, mientras uno piense en el placer y no en querer y agradar al otro, no lo dudemos, la bronca está asegurada.
Las futuras relaciones sexuales, además, estarán «condicionadas» por esa actitud; se tendrá más miedo
a no agradar, y si esto ocurre con frecuencia uno de los dos
puede terminar sintiendose rechazado y rechazando tener relaciones.
Son las consecuencias de convertir un acto amoroso, en un acto donde yo me busco a mí mismo.
¿O no?
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