Es curioso que se utilice esta expresión: "pensamiento único" para criticar la postura del adversario político, sea del signo que sea, asumiendo que tiene el monopolio de los medios para establecer y comunicar ese pensamiento. Pero más allá de las divergencias políticas, hay cuestiones en las que todos los partidos establecidos, e incluso los que quieren llegar a establecerse y de momento se auto-atribuyen poco menos que la impecabilidad, parecen estar de acuerdo. Son esas cuestiones sociales que se consideran axiomas indiscutibles y a las que la omnitolerante democracia no puede menos que no tolerar. Entre ellas está el aborto, en el que parecen unirse en extraño maridaje polos tan contrarios como Iglesias, Sanchez y Rajoy. La aceptación social del aborto, dijo Julián Marías, es "la gran perversión de nuestro tiempo"; a mi modo de ver, uno de las enfermedades más graves de la civilización occidental. No conozco abolicionistas del aborto que quieran criminalizar a las mujeres, no se trata de una guerra entre hombres y mujeres, ni entre creyentes o ateos. Se trata de una guerra entre seres humanos gestantes y otros que tienen la capacidad de que dejen de serlo: entre quienes ponemos la vida por delante de la libertad, y los que ponen la libertad por delante de la vida cuando se trata de vidas humanas, aunque paradojicamente pongan la vida por delante de la libertad cuando se trata de vidas animales.
Como todo axioma indiscutible, no cabe la disidencia cuando hablamos del aborto. Quien no quiera aceptarlo mejor que se calle y que, en todo caso, aparque su opinión contraria a la esfera de la intimidad casera. ¡Hablar en público va contra la ley!, y eso lo dicen, precisamente, quienes defienden como supremo bien ¡la libertad de expresión! Me gustaría ver a esos devotos del librepensamiento defender con toda energía a quien declara posiciones que no comparten. Un ejemplo, entre otros, el ayuntamiento de Alcalá acaba de aprobar una moción del grupo socialista que nada mas y nada menos, "exige a la Conferencia Episcopal la destitución del obispo de la localidad, Juan Antonio Reig Plà". Como se dice habitualmente no sabe uno si reirse o llorar. Resulta que un ayuntamiento con los votos de quienes se consideran partidarios de un estado laicista, piden a una organización religiosa que quite o ponga a sus líderes religiosos porque dice -con más o menos fortuna- lo que ese grupo religioso sostiene: en este caso, la defensa de toda vida humana. Ahora resulta que el Vaticano va a tener que enviar una terna al PSOE para ver a quien elige obispo (esto es, como en tiempos del Innombrable).
Si resulta enfermizo que la sociedad actual acepte una barbaridad como el aborto, parece que todavía es más preocupante que el enfermo no quiera saber que lo está, que opte por silenciar a quien apunta la gravedad de los síntomas, el escenario de las consecuencias. Me consta que el obispo de Alcalá es un hombre batallador en éstas y otras cuestiones que no gustan al pensamiento único, pero también que es una persona educada y amable, que critica las conductas y acoge a las personas. Por otro lado, nos guste o no nos guste lo que dice, es un ciudadano como cualquier otro, y si vivimos en una sociedad libre no podemos menos que aplaudir que alguien tenga la gallardía de decir lo que piensa aunque contravenga la corriente dominante. Más aún, cuando está defendiendo la vida de quienes no tienen voz para defenderse.