La autobiografía dialogada de Robert Spaemann, recientemente publicada por Ediciones Palabra, contiene un pasaje que nos puede ayudar a comprender algo de lo que está ocurriendo en el Sínodo de la familia y que creo que es esperanzador.
Se refiere Spaemann al debate sobre la licitud del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. La opinión mayoritaria era favorable: de este modo se había acabado un conflicto que podría haberse alargado, aunque al precio de la masacre de miles y miles de inocentes. Spaemann (como Russell Kirk) se posicionó radicalmente en contra de la licitud de emplear ese armamento. Escribe: “Las bombas eran la espantosa demostración del convencimiento de que a los buenos “todo les está permitido” – tal como Lenin proclamó para los comunistas -, de que el fin bueno salva los medios y que la guerra justa –la guerra entre el bien y el mal- todo lo justifica. En ella todo está permitido, en contra de la doctrina tradicional sobre la guerra justa, según la cual la manera de conducirla puede convertir una guerra justa en injusta”.
¿Cuáles fueron las reacciones entre los teólogos alemanes? Escuchemos a Spaemann: “Llamar “daños colaterales” a los muertos en Hiroshima y Nagasaki supondría más bien una burla sangrienta. Pero eso mismo hicieron entonces siete destacados teólogos morales alemanes en una declaración pública, en la que se defendió la guerra nuclear. De los obispos de habla alemana creo recordar que sólo se oponía el entonces de Inssbruck, Paulus Rusch.
El frente de la justificación quedó respaldado, entre otros, por un artículo del jesuita germano Gustav Gundlach, el más cercano consejero que tenía el Papa Pío XII en materia sociopolítica. … mi amigo Ernst-Wolfgang Böckenförde y yo nos enfrentamos con Gundlach y mostramos la debilidad de su exégesis papal. Tener la confianza del Papa no dispensa de las reglas de una interpretación correcta y lógicamente consistente de los documentos papales”.
Me parece que podemos sacar varias conclusiones de este pasaje. Siempre se pueden encontrar teólogos y obispos dispuestos a defender lo indefendible y contrario a las enseñanzas de la Iglesia, no hay que escandalizarse por ello. Pueden incluso ser mayoría y tener en contra a un único Paulus Rusch, no importa. La doctrina de la Iglesia finalmente no cambió, el fin sigue sin justificar los medios. El contar con la confianza del Papa no es ningún aval absoluto, se llame uno Gundlach o Kasper. Replicarle no es ningún ataque al Papa, sino un deber de conciencia y de amor a la Iglesia. Al final, la verdad prevalece. El Espíritu Santo se encarga de ello.