Leamos lo que nos dice San Agustín:
“…porque como está escrito que todos los caminos del Señor son misericordia y justicia, ni su gracia puede ser injusta ni su justicia cruel” (San Agustín. La Ciudad de Dios XII, 27, 2)
Dios es omnipotente, lo que le hace misericordioso y justo al mismo tiempo. Si pensáramos en la primacía de la misericordia, estaríamos sesgando o limitando la Voluntad de Dios y aceptando que Dios puede ser injusto (aunque no lo digamos claramente) cuando se prima la misericordia.
Pero el verdadero problema viene cuando esta visión sesgada se vuelca en nuestra acción en el mundo. Nosotros, seres humanos limitados e incapaces, distamos infinitamente de ser omnipotentes. Nuestra misericordia suele ser injusta y nuestra justicia inmisericorde. Sólo podemos actuar de forma justa y misericorde cuando lo hacemos como herramientas movidas por la Gracia de Dios.
Si hacemos click y entramos en “modo” pelagiano, encima nos arrojamos la capacidad de ser misericordes de verdad, sin contar con la Gracia de Dios. En este caso, una misericordia no movida por Dios, termina haciendo barbaridades considerables. Pongamos un ejemplo: cuando primamos la acogida buenista a la verdadera misericordia. La misericordia que espera al arrepentimiento para señalar el origen del sufrimiento: el pecado.
También podríamos primar las acciones justicieras inmisericordes, enarbolando la espada de la justicia sin piedad, pero esta actitud no está bien vista hoy en día, ¡gracias a Dios! Nos olvidamos que la Caridad es esencial para que la misericordia sea verdadera. Dios mismo debe ser quien nos mueva a cumplir con Su Voluntad.
En la diabólica tormenta mediática que está rodeando al Sínodo de la Familia, la misericordia está ausente, aunque se nombre constantemente. La misericordia verdadera impediría que existieran bandos y posiciones que luchan por imponerse. La verdadera misericordia nos haría unirnos para buscar una solución que transcendiera las normas vacías y los voluntarismos pelagianos.
La verdadera misericordia es justa, por lo que no habría confrontación de ideas (ideologías). El amor (caridad), que ayuda a superar prejuicios, voluntarismos y sesgos, sería el principal protagonista. Las normas vacías se llenarían de Dios para acoger a quienes sufren por el pecado personal o social, en el que viven.
Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera. (Mt 11, 28-30)
Esta es la oferta del Señor: tomemos su yugo, sus mandamientos, nuestra verdadera naturaleza humana, que llenos de la Gracia permiten superar el dolor y el sufrimiento. Lo que Cristo nos propone es la santidad como camino de vida para llegar a El, la Verdad.
Sesgando e intentando imponer modelos de ideas (ideologías) no llegaremos más que a destrozarnos internamente. Tengo la esperanza que el Sínodo cambie de perfil en las próximas horas. Cristo está pronto a despertar y acallará la tormenta. Nos dará la mano para que podamos andar sobre las aguas y llegar hasta El. Oremos y confiemos.