Sorprende que algunos se escandalicen por ver a los cardenales argumentando y explicando públicamente la verdad que Jesús vino a enseñarnos. ¿Acaso no están justamente para eso? La situación, evoca una de las frases célebres de Bertolt Brecht: “qué tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio”. Al paso que vamos, terminaremos asustándonos de que un filósofo sostenga el papel de la filosofía o que un matemático hable de cálculos y fracciones. Somos muchos los que nos sentimos orgullosos de contar con miembros del colegio cardenalicio capaces de marcar la hoja de ruta pese a las dificultades. Con todo, existe el riesgo latente de confundir la misericordia con el buenismo. Por esta razón, cabe preguntarse si -por ejemplo- aceptaríamos hoy a un Sto. Tomás de Aquino entre nosotros, porque estamos tan acostumbrados a lo “políticamente correcto”, a lo abstracto, que hemos dejado la verdad, aquella que viene del Espíritu Santo, un tanto empolvada. Tampoco es que todos los católicos debamos ser unas lumbreras, pero de que hacen falta teólogos verdaderamente identificados con la fe de la Iglesia es un hecho indiscutible. Hombres y mujeres que digan la verdad, que sepan llamar “al pan, pan…y al vino, vino”, porque la misericordia viene precisamente del anhelo de Dios en el sentido de que nos convirtamos diariamente y, desde ahí, alcancemos la salvación. Cuando Jesús dialogaba con una persona que vivía en pecado, no le decía: “mira, lo importante es que tu situación podría estar peor y mejor así la dejamos”, sino que con misericordia; es decir, cuidando siempre el buen modo a la hora de explicar las cosas, terminaba diciéndole: “Tampoco yo te condeno. Vete, y no peques más” (cf. Jn 8, 11). Y es que el perdón, consecuencia del arrepentimiento, llega de un modo suave, cercano, sencillo y misericordioso tal y como lo ha subrayado atinadamente el Papa Francisco, pero siempre orientado a la conversión, al cambio gradual. Quedarse a medias; es decir, sin poder distinguir entre el bien y el mal o, en su caso, haciendo de la doctrina y de la pastoral dos antónimos, no ayudará a mejorar la situación de las familias.
Para no caer en el buenismo, asegurando que todo vale, hay que decir la verdad con misericordia. En otras palabras, de buena manera, incluyendo, pero todo acercamiento a una situación de pecado tiene que buscar pedagógicamente alcanzar la reconciliación en tres niveles: con Dios, con los demás y, por supuesto, con uno mismo. Ahora bien, si lejos de aspirar a la conversión, todo se queda en frases bonitas, estamos engañando y desperdiciando la oportunidad de que esa persona se sienta acompañada en la búsqueda de una solución dentro de los criterios del Evangelio, de la verdad que nunca puede ser sometida a lo que diga la mayoría. Y esto aplica no solamente para temas relacionados con la familia, sino en los diferentes casos de conciencia que pueden llegar a presentarse en un determinado momento o etapa de la vida. Volviendo al tema de la indisolubilidad de matrimonio -principio que, dicho sea de paso, no ha sido puesto en duda- hay que asegurar con claridad que hay de dos: obtener la nulidad matrimonial cuando se de alguna de las causales establecidas en el Código de Derecho Canónico o dejar de comulgar al casarse en segundas nupcias, sin que esto signifique abandonar la Iglesia, porque persiste el vínculo bautismal. Buscar otras salidas dentro de la verdad; es decir, a partir de la doctrina que vacuna contra el buenismo, será tarea del Sínodo ordinario de 2015.
Para no caer en el buenismo, asegurando que todo vale, hay que decir la verdad con misericordia. En otras palabras, de buena manera, incluyendo, pero todo acercamiento a una situación de pecado tiene que buscar pedagógicamente alcanzar la reconciliación en tres niveles: con Dios, con los demás y, por supuesto, con uno mismo. Ahora bien, si lejos de aspirar a la conversión, todo se queda en frases bonitas, estamos engañando y desperdiciando la oportunidad de que esa persona se sienta acompañada en la búsqueda de una solución dentro de los criterios del Evangelio, de la verdad que nunca puede ser sometida a lo que diga la mayoría. Y esto aplica no solamente para temas relacionados con la familia, sino en los diferentes casos de conciencia que pueden llegar a presentarse en un determinado momento o etapa de la vida. Volviendo al tema de la indisolubilidad de matrimonio -principio que, dicho sea de paso, no ha sido puesto en duda- hay que asegurar con claridad que hay de dos: obtener la nulidad matrimonial cuando se de alguna de las causales establecidas en el Código de Derecho Canónico o dejar de comulgar al casarse en segundas nupcias, sin que esto signifique abandonar la Iglesia, porque persiste el vínculo bautismal. Buscar otras salidas dentro de la verdad; es decir, a partir de la doctrina que vacuna contra el buenismo, será tarea del Sínodo ordinario de 2015.