Venden sus almas. Así, como suena. Lo más sagrado que tiene el ser humano con tal de alcanzar el sueño material de sus vidas, como una vuelta alrededor del mundo, el placer más sofisticado que exista, o el conocimiento personal de su ídolo ante cuyas rodillas se doblan.
Las almas se subastan en la televisión, durante un maldito reality en el que los participantes venden su alma a cambio del coste económico de aquello que más anhelan en el mundo.
No es un invento sino una propuesta española seleccionada en el Mipcom, el mercado audiovisual más importante del mundo que, si Dios no lo remedia, llegará también a España.
La idea se vende como un ejemplo de superación personal de los participantes, pero en el fondo se trata de jugar con fuego, nunca mejor dicho. ¿Vender el alma? ¿A quién? Al demonio. Pactar con el diablo a cambio de lo único que él puede ofrecer en esta tierra: dinero, poder o sexo.
¿Garantiza eso la felicidad? Garantiza en todo caso la condenación. Sé de personas que hicieron un pacto con el diablo por su afán de codicia o de lujuria y que ya no están en el mundo de los vivos. Así que ¡ojo con jugar con fuego! Cualquiera que lo haga corre el riesgo de quemarse en las llamas eternas si Dios no lo evita.
Programas como este constituyen un fiel reflejo de una sociedad que ha renegado de Jesucristo. Porque, o se está con Dios, o se está con el demonio. No hay término medio. Los exorcistas lo saben muy bien. Que Dios se apiade de sus almas.
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