Escribo esta nota porque acaba de suceder algo que me ha llamado la atención. Se trata de que las autoridades han decidido sacrificar el perro de la enferma de ébola que está siendo atendida en el hospital con toda clase de atenciones por ser una peste nueva y muy grave. También está siendo atendido su marido por el peligro de contagio de esa enfermedad que se transmite por contacto. En las informaciones han puesto una foto de la enferma con su perro junto a ella.
Ante esta situación, las autoridades han decidido sacrificar al perro por el peligro que pueda suponer, a pesar que el marido y supongo que la enferma, se oponen.
Es seguro que ante esta situación habrá opiniones distintas en la sociedad; unos que hay que respetar la vida del animal; otros, conscientes del peligro que puede haber de contagio, y de que en el caso de un animal no se pueden hacer gastos semejantes a los que se están haciendo en el caso de las personas, opinan que debe sacrificarse.
Lo cierto es que, cuando fueron a llevarse el perro, hubo una gran oposición por parte de un buen grupo que querían impedirlo; hubo enfrentamiento tenso con la policía y creo que alguna detención.
Y de aquí parte mi reflexión. No voy a la cuestión de si era o no mejor matar al perro. La autoridad lo determinó así por el bien común. Me centro en la actitud del grupo que, intentando salvar la vida del animal, se enfrentó violentamente con la policía. Y me pregunto: este grupo ¿estaría también dispuesto a enfrentarse con quienes están sacrificando vidas humanas inocentes? Porque se están sacrificando miles y miles en España y en el mundo. En España, con el consentimiento de las autoridades que nos gobiernan y la ley actualmente vigente del aborto, se da por hecho que abortar es un derecho de la madre, incluso siendo menor de edad, que hay que respetar. Hasta ahí hemos llegado.
¿Por qué aludo a esto? Para ayudar a pensar que el hombre no es un animal como los demás. Es de otra especie. Soy un admirador nato de la naturaleza; no sólo de los animales sino de las plantas y de los minerales; de la grandeza de los desiertos y de los montes, de la belleza de las flores, incluso de las más pequeñas y escondidas entre las hierbas, de la belleza de las plantas y de la solidez de los bosques con árboles centenarios, de los instintos de los animales, sobre todo, de cómo cuidan a sus retoños las aves, los peces y hasta las fieras del campo… ¿Quién de nosotros sería capaz de construir un nido como lo construye una golondrina en el balcón de mi casa? Está predeterminada por su instinto, emigra a miles de kilómetro, y vuelve, después de meses, al mismo nido de mi balcón. Admiro a las abejas construyendo sus panales exagonales que ni el mejor geómetra podría trazar.
Pero todo este mundo, imponente y bello, está al servicio del hombre, sea como sea, niño, anciano, enfermo, pobre, rico… pero está al servicio de todos los hombres, no sólo al servicio de los más poderosos, de los más ricos, de los más inteligentes, de los más ladrones, y si alguien tiene un mayor derecho de que estén a su servicio, deberán ser los más necesitados. Y como el hombre es un ser social y se necesita que alguien dirija la sociedad los dirigentes de la misma deberán procurar el bien COMÚN, no el bien propio ni de los suyos ni de algunos privilegiados.
Apliquemos estos principios al caso de quienes se enfrentaron con la policía en el caso del dichoso perrito. ¿Cómo se comprende que se luche por salvar la vida de un animal y no se haga lo mismo para salvar la vida de miles de seres humanos con la misma dignidad que la mía y la de cualquier hombre como es el caso de los abortos?
Mientras haya gente capaz de esos absurdos, es que a niveles muy generales se ha perdido la moral, no sólo la moral de la Iglesia sino la moral natural; y si no hay moral, por muchas cosas que se hagan, nos estamos quedando con hombres sin principios, y cada uno piensa sólo vale lo que me interesa y que nadie se meta conmigo porque lo va a pagar caro. Y como en la actualidad la moral ni se aprende en la familia porque también en ella se está perdiendo la moral, ni en la escuela porque no se atiende a la educación en valores, ni en la Iglesia porque no la frecuentan, ¿hacia dónde caminamos? Hacia donde ya estamos llegando, hacia la destrucción de todo lo que supone dignidad, moralidad, servicio, justicia… y todas las cosas buenas que dignifican; y se va extendiendo la diversión, el sexo indiscriminado, las uniones homosexuales, las juergas, y si te falta dinero, lo robas y a vivir. Ése es el panorama a mi modo de ver.
¿No sería ya hora de que recapacitásemos todos un poco y que los creyentes en Jesús nos tomásemos en serio la imitación y el seguimiento de Jesús, viviendo nuestra fe de manera que todos pudiesen ver en nosotros un estilo de vida que nos convirtiese en testigos de Jesús en medio de nuestra sociedad, mostrándoles el camino, la verdad y la vida, las tres cosas que Jesús nos dijo que era?
José Gea