La experiencia vale la pena: pasar un semana de "monje" en el monasterio de Silos, contemplar el firmamento desde sus claustros, participar en el rezo de las horas, saboreando la pureza y la sublimidad del canto gregoriano, vivir el silencio en libertad y aspirar el aroma del desierto, gozar del encuentro cercano, del diálogo intenso con alguno de los monjes, -mi gratitud más sincera al prior de la comunidad y maestro de novicios, fray Moisés Salgado, por nuestros coloquios; al padre Bernardo, por su buen humor, por sus libros de poesía; y a todos los monjes, por su acogida-, ofrece como fruto el descubrimiento de un mundo nuevo, más intenso, fuertemente atrayente. Porque los monjes, con su vida entera, y sobre todo con su oración, recuerdan que "¡hay algo más que esto!", que existen otras dimensiones, otros valores, otras razones de ser que las que propone el sentido común. El materialismo actual tiene el triste poder de extinguir en el hombre incluso las manifestaciones de la tendencia innata hacia Dios. Pero, antes o después, la vida presenta otro rostro. Una enfermedad grave, un revés económico, la muerte inesperada de una persona querida, la traición y el fracaso de un matrimonio, el haber llegado al fondo del abismo, hacen derrumbarse aquella seguridad.

En este sentido, los monjes, los verdaderos monjes, son buscadores natos, hombres inquietos que no se conforman con cualquier tipo de vida. "El monje, en expresión Tomás Merton, se ve a sí mismo y a todos los demás hombres, a la luz de los hechos decisivos e importantes que nadie puede esquivar: el sentido de la vida, que casi siempre es oscuro y a veces parece indescifrable". El monje es alguien que detesta los tópicos, las posturas políticamente correctas y los caminos trillados, las modas y los modos sociales no sometidos a rigurosa critica. El monje tiene que ser al mismo tiempo un auténtico apasionado de la verdad, un buscador de la sabiduría y un enemigo declarado de todo relativismo injustificado.

Del monje se puede y se debe decir lo que P. Hazard decía de la identidad de Europa: "...no deja nunca de perseguir dos búsquedas: una hacia la felicidad; la otra, que le es aún más indispensable y más querida, hacia la verdad". Se ha dicho, -y fray Moisés lo subrayaba en nuestros encuentro-, que "el don propio del monje es la sed de Dios", que el monje "es alguien que está marcado, quizá más que los demás hombres, por la nostalgia de Dios". El monje, todo monje, se define como un "hambriento" o "sediento" de felicidad, de paz, de reconciliación profunda. Acaso sea esa misma sed y nostalgia la que hace que tantos hombres se acerquen a las hospederías de los monasterios para saborear la presencia y el amor de Dios en medio de nosotros.

Por eso, Silos ha sido para mí, en estos días, la estancia en un lugar de privilegio para el encuentro con Dios, la participación en una vida fraterna monacal, la visión de un firmamento nuevo que nos invita a la esperanza. Desde aqui, un saludo y un abrazo a los monjes que acogen y enriquecen a cuantos llegan a su monasterio.