El “hecho religioso” es un fenómeno ineludible de toda cultura, y en nuestro país particularmente adolecemos de una formación mínima en lo referente al mundo de las religiones y fenómenos religiosos, lo que trae aparejado actitudes apoyadas en la ignorancia y el miedo, que van desde la discriminación religiosa a las minorías emergentes, hasta la ingenuidad ante el fenómeno de las sectas destructivas, como si todo fuera lo mismo. Aprender a convivir en una actitud dialogante y respetuosa por lo diferente, pero que a su vez no se vuelva ingenua, indiferente y torpe a la hora de abrir puertas a quienes sólo usan, manipulan y destruyen en nombre de la fe, es una tarea impostergable de cualquier sociedad que vele por los derechos fundamentales de todos, especialmente de los más indefensos.
Por ello creemos necesario y prudente, que se estudie y conozca -aunque sea mínimamente- el mundo de las religiones, interlocutores ineludibles de toda la sociedad.
Además de las religiones clásicas o tradicionales existen diversos y nuevos movimientos religiosos con larga trayectoria y fuerte presencia en el país. Cuando no se conoce el tema mínimamente, se suele caer en injustas generalizaciones, o en ingenuas calificaciones frente a todo lo que se autoproclame “religión”.
Es cierto que ninguna religión, por más seria que sea, es inmune a las ambigüedades de toda experiencia religiosa, y muchas veces uno o varios miembros de cualquier expresión religiosa pueden tener actitudes sectarias, fundamentalistas y deshumanizantes, más allá de su prestigio institucional o importancia numérica. Pero existen también en nuestro país –como en el resto del mundo- grupos que con una fachada religiosa esconden verdaderos negocios "de la fe", violan derechos fundamentales de sus adeptos, manipulándolos hasta arruinarles la vida. O por el contrario, con el disfraz de “asociación cultural” muchos esconden un trasfondo religioso gnóstico-ocultista, violando la laicidad de su pretendidas instituciones "laicas".
Los estados democráticos contemporáneos han reconocido los principios de libertad religiosa y de conciencia incluyéndolos en el alto rango de derechos garantizados por la misma Constitución. Estos derechos aseguran a cada ciudadano el libre ejercicio de la religión que elige y la actuación en conciencia, conforme a los dictados de ésta, siempre que no se atente contra el justo orden público y la moral. Ahora bien, a partir de la década del setenta con el surgimiento de cientos de grupos peligrosos y destructivos calificados como “sectas destructivas” por varios Estados, se plantean muchos interrogantes a las legislaciones sobre la religión, y poca es la claridad a la hora del discernimiento. Porque muchos son los que amparados en la “libertad de cultos” (Art. 5 de nuestra Constitución), están violando otras libertades fundamentales por las que pocos velan. Y tal vez muchos tengan temor a ser tildados de intolerantes, inquisidores o paranoicos por hablar de “sectas”, mientras tanto miran al costado ante nuevas formas de intolerancia, engaño, manipulación y violencia en nombre de la religión, de Dios o de “energías cósmicas”, “terapias espirituales” y cursos de “autoayuda”.
Las sectas destructivas son un problema social que ya tiene sus años, por lo cual sería necesario un estudio interdisciplinario, sobre todo en el plano jurídico, psicológico, y sociológico del tema, sin olvidar un abordaje histórico y fenomenológico para dar cuenta de sus prácticas y contenidos, y así lograr una visión global de un fenómeno tan amplio como complejo.
Existe también, apoyada en el movimiento “New Age” o Nueva Era, una tendencia a ofrecer servicios religiosos con lenguaje pseudocientífico, de tal modo que ahora nadie se llama brujo, sino “parapsicólogo”, como tampoco sanador, sino “terapeuta”, y así se va diluyendo la frontera entre la medicina, la magia, la ciencia y la brujería, lo religioso y lo técnico, el espiritismo y la psicología, en un cocktail que parece de ciencia ficción. Muchas pseudoterapias "sanadoras" se han vuelto así un problema de salud pública.
Por la misma historia de nuestro país, y sobre todo por la educación que hemos recibido, donde la religión fue ignorada durante mucho tiempo de los programas académicos –hasta hoy todavía-, porque se confundió laicidad (no confesionalidad del estado y de la educación pública) con laicismo (desterrar todo vestigio de la/s religión/es), y el resultado es una cultura completamente ingenua o indiferente en temas religiosos. Se confundió quitar la hegemonía católica, con ignorar el hecho religioso en la sociedad. Alcanza con observar que en el Censo nacional no se tiene un registro real de creencias religiosas de los uruguayos porque el tema es irrelevante, y hasta se confunden "creyentes sin adhesión institucional" con "agnósticos" o "ateos", como si fuera todo lo mismo, y obviamente los resultados no expresan la verdad de las creencias.
La amplia mayoría de profesionales y universitarios uruguayos no han tenido una formación básica en la historia de las religiones, de los símbolos religiosos, del arte religioso, de las distintas mitologías, etc. Aquí no entramos en el plano de la fe, o las creencias de cada persona, sino en un área cultural descuidada. La existencia de Dios o no, es un tema para la filosofía y la teología, pero la religión es un hecho humano específico e innegable, que debe ser estudiado desde las diversas disciplinas académicas. Y Uruguay, en comparación con otros países del mundo no conoce –salvo alguna excepción- las ciencias de la religión (Historia de las religiones, Sociología de la religión, Psicología de la religión, Antropología de la religión, Fenomenología, etc.). Esto nos deja vulnerables frente a cualquier discurso o interpretación sobre temas religiosos descontextualizados, donde hoy proliferan cientos de libros y revistas, sectas, cursos y conferencias de supuestos “expertos”, sobre temas que uno no sabe si se trata de cuentos o investigaciones científicas, y no se tienen herramientas académicas para discernir adecuadamente.
Piénsese por ejemplo en un licenciado en Ciencias Políticas que no haya estudiado es Islam en profundidad y quiera analizar los conflictos de Medio Oriente. O en un sociólogo que no mire el crecimiento imparable de pentecostales y cultos afrobrasileños en el Río de la Plata y su relación con las identidades culturales, o un psicólogo que no depare en psicología de la experiencia religiosa y su capacidad para configurar la vida entera de una persona, o en un historiador que ignore la influencia de las religiones en la gestación de las diferentes culturas, o un docente de filosofía que desconozca los actuales postulados filosófico-religiosos de sus alumnos, sus antropologías y éticas que se derivan de tal o cual cosmovisión. ¿No es acaso la dimensión religiosa un elemento constitutivo del ser humano y de toda cultura? La dimensión religiosa está presente en la historia de la humanidad. Desconocer las religiones es desconocer parte fundamental de las culturas, de la historia, de nuestras conductas, y por lo tanto no acceder a una educación completa.
Estamos convencidos que la enseñanza interdisciplinaria de las distintas religiones y fenómenos religiosos en la historia de la humanidad y del presente, tarde o temprano tendrán que incluirse en los programas curriculares de enseñanza, como sucede en casi todas partes del mundo. De lo contrario seguiremos siendo incapaces de discernir entre lo serio y la mentira, entre la religión y la ficción, incapaces de reconocer una tontería con halo de sabiduría de una verdad histórica, como está pasando con muchas novelas pseudohistóricas de creciente difusión, sobre temas bíblicos, medievales o perdidos en el tiempo, o como la famosa novela de Dan Brown, “El Código da Vinci”, que desde el punto de vista de la historia de las religiones y de la historia del arte es una pura invención con aires de investigación histórica, que más de un ingenuo se lo ha creído como veraz. La tarea es tan amplia y compleja, como apasionante y necesaria.
El estudio serio, intelectualmente honesto y respetuoso de las creencias religiosas es todavía una tarea pendiente para nuestro país, una tarea impostergable en la actual coyuntura sociocultural, donde el pluralismo religioso y cultural forma parte de la vida cotidiana de cada uno de los uruguayos.