Sucedió el pasado viernes, al término de la presentación de Un juego de amor. El Padre Pío en nuestro camino al matrimonio (LibrosLibres), el nuevo libro escrito al alimón por mi esposa Paloma y un servidor. Una mujer, de las muchas que acudieron al acto presidido por el obispo de Getafe en el colegio Juan Pablo II, se nos acercó para que le dedicásemos un ejemplar.
Era una mujer joven, sencilla, que se inclinó ligeramente hacia la tribuna donde Paloma y yo firmábamos libros para contarnos que estaba allí sin conocer al Padre Pío. La noche anterior había soñado con un fraile capuchino y al día siguiente, al entrar en su parroquia, reparó en un cartel que anunciaba la presentación de nuestro libro a las 18 horas de aquella misma tarde.
Decidió acudir, sintiendo una llamada especial. Y al asomarse al salón de actos del colegio, se quedó petrificada al reconocer, proyectado en la pared, el mismo rostro del Padre Pío con el que ella había soñado la noche anterior. Paloma y yo cruzamos una sonrisa cómplice sabiendo ya cómo se las gastaba nuestro santo favorito.
Aquella mujer había respondido así a la llamada del santo de los estigmas, como los centenares de asistentes que se congregaron también allí, cada uno con sus problemas e inquietudes. ¡Gloria a Dios!
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