Quiero dirigirme en este escrito a los católicos para que, como hombres de fe y de fidelidad al magisterio de la Iglesia, piensen en serio si su actitud ante la vida está, o no, en sintonía con lo que enseña la Iglesia.
Supongo que los partidarios del aborto seguirán erre que erre, con aquello de que la mujer es dueña de su cuerpo y que nadie se meta donde no le llaman, y seguirán con manifestaciones y con declaraciones absurdas y que el Papa y los obispos se metan en sus cosas y no con la libertad de ellas.
Pero para los católicos, cuando habla el Papa y, especialmente, cuando ha hablado como lo ha hecho al hablar de la vida humana, en especial de la vida del ser humano antes de nacer, el católico o lo acepta o, nada menos que se sitúa fuera de la Iglesia. Veamos.
San Juan Pablo II, en su Encíclica “Evangelium vitae” declara: “Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral.. Esta doctrina, fundamentada en aquella ley no escrita que cada hombre, a la luz de la razón, encuentra en el propio corazón (cf. Rm 2, 1415), es corroborada por la Sagrada Escritura, transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.
La decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su vida es siempre mala desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita ni como fin, ni como medio para un fin bueno. En efecto, es una desobediencia grave a la ley moral, más aún, a Dios mismo, su autor y garante; y contradice las virtudes fundamentales de la justicia y de la caridad. Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo” (nº 57).
Dicho de otra manera: ningún futuro Papa, por muy Papa que sea, ningún teólogo por muy sabio que sea, “ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo”. Por lo que quien admita la licitud del aborto y de actos similares, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante tenga bien claro que se sitúa fuera de la Iglesia.
Soy consciente de que son muy serias estas palabras del Papa que estoy citando, pero también soy consciente de que hay muchos que se tienen por católicos, pero que con facilidad, piensan que la fe se sirve en la Iglesia a la carta. Ciertamente que hay cuestiones opinables, pero también hay enseñanzas firmes que todos debemos admitir y que si alguien no las admite, se sitúa fuera de la Iglesia, sea sacerdote, obispo, seglar, rey o gobernante.
No está de más recordar el canon 1398 del C. I. C. que dice: “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”. Lo de latae sententiae significa que la excomunión se produce automáticamente en el momento en que se produce.
Notemos también que la excomunión afecta no sólo a la madre, sino a todos los que intervienen. Y también recordar que es una excomunión cuyo perdón está reservado al Obispo.
Y no es extraño, sino al contrario, que las madres que abortan, a medida que se van dando cuenta de la barbaridad que han hecho con un hijo suyo, queden muy afectadas, incluso síquicamente. Recuerdo a una madre que me dijo: el día más triste de mi vida fue cuando vi pasar el desfile de los niños de Primera Comunión que tenían la misma edad que hubiese tenido mi hijo abortado, y que él debiera haber estado desfilando con ellos. No dejé de llorar durante todo el día.
José Gea