Me he encontrado con varios jóvenes que comentan lo difícil que les resulta conocer de primera mano qué es lo que verdaderamente piensa la Iglesia en medio de tantas interpretaciones personales que acaparan los titulares. Por ejemplo, el teólogo “x” dice una cosa y el “w” lo contradice. ¿A quién creerle? Lo mismo sucede cuando entre nosotros discutimos tanto que dejamos la fe en la más compleja ambigüedad. Sin duda, todos necesitamos claridad doctrinal y la Iglesia nos la ofrece a través del Catecismo. Es una buena noticia que sean los mismos jóvenes quienes nos pidan que seamos claros con ellos, que no caigamos en el relativismo. Los que trabajamos en el campo de la educación, debemos explicar este punto con paciencia, detenimiento y una buena dosis de pedagogía. En otras palabras, subrayar que la postura de la Iglesia es aquella que parte del magisterio y no de ciertas opiniones e interpretaciones meramente subjetivas. La Teología Dogmática de ninguna manera es un mecanismo ideológico que busca el sometimiento, pero sí un candado para que lo que Jesús enseñó no termine diluyéndose con el paso de los años. Hay cosas discutibles y otras que parten de un contenido dogmático; es decir, revelado por Dios. Nos toca ayudar a distinguir entre una y otra para evitar la confusión generalizada que termina por afectar nuestra identidad, la esencia de lo que somos y buscamos ser.
La doctrina -que no está reñida con la misericordia- sirve y mucho, porque sin ella no podríamos discernir, sopesar y alcanzar una fe madura. Los dogmas, lejos de quitarnos la libertad de pensamiento, ayudan a encauzarla para que no termine en una triste caricatura de lo que es la realidad. Por muchos teólogos o teólogas que se confundan entre ellos y traten de tomar decisiones que solamente le competen al Papa, la verdad está a salvo y así superamos cualquier enredo, pues contamos con el Catecismo que nos ayuda a entender el sentido de las Sagradas Escrituras. Desde la interpretación eclesial, podemos resolver nuestras dudas y fortalecer el sentido de pertenencia, llamando “al pan, pan…y al vino, vino”.
La doctrina -que no está reñida con la misericordia- sirve y mucho, porque sin ella no podríamos discernir, sopesar y alcanzar una fe madura. Los dogmas, lejos de quitarnos la libertad de pensamiento, ayudan a encauzarla para que no termine en una triste caricatura de lo que es la realidad. Por muchos teólogos o teólogas que se confundan entre ellos y traten de tomar decisiones que solamente le competen al Papa, la verdad está a salvo y así superamos cualquier enredo, pues contamos con el Catecismo que nos ayuda a entender el sentido de las Sagradas Escrituras. Desde la interpretación eclesial, podemos resolver nuestras dudas y fortalecer el sentido de pertenencia, llamando “al pan, pan…y al vino, vino”.