¿Qué caso tiene hablar horas y horas si el auditorio está prácticamente dormido? Jesús, en medio de su predicación itinerante, era práctico; es decir, breve y, al mismo tiempo, profundo. Dos rasgos que -dicho sea de paso- necesitamos recuperar al momento de nuestras clases y/o charlas. Quienes somos habitualmente invitados a exponer algún tema en público, tenemos que volver la mirada a Cristo, porque además de tratarse de Dios, fue un orador de lujo. ¿En qué sentido? Sabía hablarles a las personas. Las parábolas eran su recurso pedagógico favorito. Lejos de ser alguien tedioso o pesado en su trato, buscaba atraer, convencer, pero siempre respetando la libertad de cada persona.
¿Cuál es nuestro problema? Cansar a quienes nos escuchan. Debemos cambiar de enfoque, de mentalidad. Las personas que están enfrente de nosotros merecen algo más que palabras fáciles, repetitivas y siempre en la línea de lo políticamente correcto. Sin caer en discursos o líneas ideológicas, conviene presentar una opción realista, valiente y bien impregnada del evangelio a partir del “Sentire cum Ecclesiae” (Sentir con la Iglesia).
Convencernos de que la profundidad no está reñida con la brevedad. Si hablamos más de la cuenta, será todo menos una buena charla, sino una proyección exagerada de nosotros mismos. Ahora bien, no es lo mismo hablar en la periferia que en la ciudad. ¿Clasismo? De ninguna manera. Simple y sencillamente, tenemos que reconocer que cada contexto trae consigo sus propias inquietudes. Necesitamos adaptarnos al entorno de las personas que han querido escuchar algo significativo para sus vidas. Por ejemplo, cuando Jesús predicaba en el campo, utilizaba analogías relacionadas con la agricultura. En sus expresiones no había vulgaridad y hacemos mención de esto, porque luego están los que piensan que para poder resultar “cercanos”, hay que rebajar el lenguaje. Cuando alguien cae en esto, deja tan mala impresión que repele a cualquiera. Una cosa es emplear palabras coloquiales y otra pisotear verbalmente un tema tan apasionante como es la fe.
La Iglesia cuenta con varios ejemplos de grandes comunicadores que supieron dar a conocer el evangelio de un modo eficiente, incluso mediático. Del pasado, contamos con el Venerable Fulton J. Sheen (18851979), arzobispo de New York, -cuya causa de canonización esperamos que se destrabe muy pronto al concluir las disputas que hay sobre el traslado de sus restos- y hoy día, tenemos al Papa Francisco. Muchas veces, la fe de la Iglesia es incomprendida porque no sabemos de qué manera presentarla al mundo que nos rodea e interpela. Lo anterior, resulta un reto que espera respuesta; especialmente, de parte de las facultades católicas de Ciencias de la Comunicación. Resulta irónico que teniendo tantas universidades, todavía no demos nuevos pasos en la difusión de las bases que dan sentido a nuestra religión. Hay mucho que hacer. Lo mejor es empezar por nosotros mismos. Si damos una charla, hacer todo lo que esté en nuestras manos para que sea amena y profunda.
Jesús fue breve y significativo. Además de sus palabras tan elocuentes, dio ejemplo y eso lo hizo creíble. Necesitamos seguir sus huellas, siendo hombres y mujeres congruentes, capaces de comunicar con todo lo que somos.
¿Cuál es nuestro problema? Cansar a quienes nos escuchan. Debemos cambiar de enfoque, de mentalidad. Las personas que están enfrente de nosotros merecen algo más que palabras fáciles, repetitivas y siempre en la línea de lo políticamente correcto. Sin caer en discursos o líneas ideológicas, conviene presentar una opción realista, valiente y bien impregnada del evangelio a partir del “Sentire cum Ecclesiae” (Sentir con la Iglesia).
Convencernos de que la profundidad no está reñida con la brevedad. Si hablamos más de la cuenta, será todo menos una buena charla, sino una proyección exagerada de nosotros mismos. Ahora bien, no es lo mismo hablar en la periferia que en la ciudad. ¿Clasismo? De ninguna manera. Simple y sencillamente, tenemos que reconocer que cada contexto trae consigo sus propias inquietudes. Necesitamos adaptarnos al entorno de las personas que han querido escuchar algo significativo para sus vidas. Por ejemplo, cuando Jesús predicaba en el campo, utilizaba analogías relacionadas con la agricultura. En sus expresiones no había vulgaridad y hacemos mención de esto, porque luego están los que piensan que para poder resultar “cercanos”, hay que rebajar el lenguaje. Cuando alguien cae en esto, deja tan mala impresión que repele a cualquiera. Una cosa es emplear palabras coloquiales y otra pisotear verbalmente un tema tan apasionante como es la fe.
La Iglesia cuenta con varios ejemplos de grandes comunicadores que supieron dar a conocer el evangelio de un modo eficiente, incluso mediático. Del pasado, contamos con el Venerable Fulton J. Sheen (18851979), arzobispo de New York, -cuya causa de canonización esperamos que se destrabe muy pronto al concluir las disputas que hay sobre el traslado de sus restos- y hoy día, tenemos al Papa Francisco. Muchas veces, la fe de la Iglesia es incomprendida porque no sabemos de qué manera presentarla al mundo que nos rodea e interpela. Lo anterior, resulta un reto que espera respuesta; especialmente, de parte de las facultades católicas de Ciencias de la Comunicación. Resulta irónico que teniendo tantas universidades, todavía no demos nuevos pasos en la difusión de las bases que dan sentido a nuestra religión. Hay mucho que hacer. Lo mejor es empezar por nosotros mismos. Si damos una charla, hacer todo lo que esté en nuestras manos para que sea amena y profunda.
Jesús fue breve y significativo. Además de sus palabras tan elocuentes, dio ejemplo y eso lo hizo creíble. Necesitamos seguir sus huellas, siendo hombres y mujeres congruentes, capaces de comunicar con todo lo que somos.