‘Los agotes tienen cara ancha y juanetuda, esqueleto fuerte, pómulos salientes, distancia bicigomática fuerte, grandes ojos azules o verdes claros, algo oblicuos. Cráneo braquicéfalo, tez blanca pálida y pelo castaño o rubio; no se parece en nada al vasco clásico. Es un tipo centro-europeo o del norte. Hay viejos del pueblo de Bozate que parecen retratos de Durero, de aire germánico. También hay otros de cara más alargada y morena que recuerdan al gitano’.
Las horas solitarias - Pío Baroja
EL ORIGEN DE LOS AGOTES
‘Agotes’ es el nombre dado a un grupo social minoritario, residentes en áreas apartadas de los valles de Baztán y Roncal en Navarra, en el País Vasco español. Y también en algunos municipios de Aragón, quienes durante ocho siglos, del XII al XX, fueron víctimas de una gran discriminación, tanto socioeconómica como religiosa.
Los agotes fueron tachados como malditos en la época medieval y fueron discriminados salvajemente debido a la ignorancia de sus vecinos, quienes decían que los agotes eran unos herejes, descendientes de leprosos y portadores de esta enfermedad, que hacían pactos con el diablo e incluso tenían rabo.
En la zona vascofrancesa los agotes eran llamados ‘cagots’ por considerarles de ascendencia goda, quienes después de la invasión musulmana y franca quedaron aislados en la zona pirenaica con nulo o con muy escaso contacto con otras gentes. El nombre podría proceder del gótico o godo, a través del occitano o catalán ‘cat-gots’, que significa ‘perros godos’ y, por contracción, ‘cagots’. Esta denominación apareció por vez primera en el Libro de Oro de la Catedral de Bayona en el año 1260, dieciséis años después de la quema de los cátaros en Montsegur.
Aunque este término es, definitivamente, un insulto, no era el único que debían soportar los agotes. Una sentencia de la Corte condenó a un hombre a pagar 25 libras por llamar ‘agote’ a otra persona en una discusión. Existe un documento de 1597 que dice así: ‘¡Cállate, agote! Tu opinión cuenta menos que la de un perro ¡No eres nadie!’.
Las personas que no eran agotes les atribuían diversos orígenes ‘perversos’ que intentaban justificar la discriminación de que eran objeto los agotes, entre ellos una supuesta maldición bíblica o que eran descendientes de paganos celtas o de herejes. Algunas personas les atribuían un origen godo, o que posiblemente eran desertores de algún ejército, quienes se habían refugiado en los valles vasco-navarros y donde fueron mal recibidos por la población autóctona, iniciándose así un prejuicio alimentado por la leyenda. También se dijo que los agotes eran portadores de lepra, una de las acusaciones más habituales.
También se ha relacionado el origen de los agotes con cátaros huidos de Occitania, y que fueron rechazados por su condición herética. Historiadores más recientes les vinculan a gremios artesanales de artesanos y trabajadores de la piedra caídos en desgracia, en la época del apogeo de estos oficios durante la construcción del Camino de Santiago.
LA MARGINACION
Acusados durante siglos de mantener prácticas religiosas paganas, fueron segregados y tratados como raza inferior y herética. Se les aplicaba la endogamia, o sea, la prohibición de contraer matrimonio con personas que no pertenecían a la comunidad agota, lo cual reforzaba el rechazo social.
Los agotes eran obligados a vestir un ropaje para ser identificados como tales, y a llevar en la parte posterior de sus prendas un signo rojo similar a una huella de pata de oca o de pato, ya que se creía que los agotes eran portadores de enfermedades. Además debían hacer sonar una campanilla a su paso para que el resto de la población pudiera apartarse a tiempo.
Mientras que los vascos-navarros se dejaban crecer el cabello, los agotes eran obligados a cortárselo para diferenciarles del resto. Les estaba prohibido también portar armas y vestir de gentilhombre. No podían pescar en los ríos, criar ganado, cortar leña en los bosques comunales ni beber en fuentes públicas. En un juicio, el testimonio de siete hombres libres equivalía al de treinta agotes.
Como supuestamente todo lo que tocaban lo contaminaban, los agotes ejercían los oficios de carpintero, sepulturero y cantero, ya que entonces se creía que estos materiales no transmitían la enfermedad. Hacían también tornillos de prensa, bancos para sentarse, la parte metálica de los molinos, elevaron campanas, construyeron naves e hicieron puentes y también hacían las sogas para los ahorcamientos, ya que las personas no agotes no querían desempeñar estos oficios por temor a ser confundidos como agotes.
Hasta el siglo XIX en España se exigía la presentación de un certificado de limpieza de sangre, tanto para acceder a la universidad, entrar al ejército, a la Iglesia o al funcionariado, en el cual se hiciera costar que el poseedor del mismo no fuera judío, musulmán, converso o agote.
En definitiva, la experiencia nos enseña que cuando escasea la cultura y abunda la ignorancia, la inteligencia está abierta para inventar toda clase de cuentos y de fábulas con las cuales cargar las espaldas de los odiados.
LOS AGOTES Y LA RELIGION
La discriminación la encontraban los agotes incluso en el ámbito religioso. En la Iglesia debían ocupar un lugar aparte de los demás, al fondo, generalmente debajo del coro, teniendo una pequeña puerta de acceso exclusiva para ellos, llamada ‘Agoten Athea’. También eran recluidos en el campanario o debajo de las escaleras para poder oír misa. También tenían una verja que les impedía acceder a la parte delantera del templo, cerca del altar.
En los actos religiosos se les trataba con todo tipo de discriminación: no podían acceder al templo por la parte delantera, no podían utilizar la pila de agua bendita ya que tenían la suya propia, y el monaguillo llegaba donde se encontraban los agotes con el propósito de recoger la ofrenda, la cual se apartaba de las demás.
Se les daba la paz con el portapaz, una varilla metálica terminada por algún emblema religioso, puesto al revés y cubierto con un paño, y en algunos lugares se pretendía que ni se les diera la paz, sino sólo dejarles el portapaz en un banco donde ellos mismos pudieran tomarlo y darse la paz entre ellos mismos. No podían ser ordenados sacerdotes ni optar por ningún puesto eclesiástico.
EL FIN DE LA MARGINACION
Pruebas a favor de los agotes indicaban que todas las acusaciones eran mentira. Los agotes no morían de lepra y eran buenos cristianos que acudían regularmente a misa, por lo que se decía de ellos de que eran herejes o de que hacían pactos con el diablo era pura fantasía.
En 1514 los agotes solicitaron del Papa León X una bula que les relevara de las restricciones infamantes que se les venía imponiendo en las prácticas del culto. En un documento pontificio fechado el 13 de mayo de 1515 y que ha llegado hasta nuestros días, se recomienda al Chantre de la Catedral de Pamplona, que era el maestro cantor o del coro y que tenía dignidad eclesiástica, el examen de la petición que los agotes elevaron al Papa. Pero la sentencia eclesiástica en su favor no surtió demasiado efecto en la práctica, como tampoco lo hicieron sendos decretos emitidos en 1534 y 1548 por las Cortes de Navarra a favor de este grupo marginado.
Aunque las Cortes de Navarra derogaron por fin las leyes discriminatorias medievales, luego se intentó la deportación de los agotes desde sus valles hasta una población cercana a Madrid, llamada Nuevo Baztán, que había sido fundada por el escritor y político español Juan de Goyeneche, si bien la mayoría de los agotes permaneció en sus tierras ancestrales o regresó a ellas.
A pesar de que en 1673 Pedro de Urzúa, el defensor de los agotes, escribió un alegato a favor de ellos, no fue sino hasta el 27 de diciembre de 1817 que se promulgó una ley por la que se suprimían todas las discriminaciones que existían y se aprobaba la igualdad de derechos con sus vecinos de Arizcun, Baztán y Navarra.
Aún hoy en día se encuentran lugares con la denominación de ‘fuente de los agotes’, ‘barrio de los agotes’ o ‘calle de los agotes’. En la ciudad de Arizcun aún existe un barrio llamado Bozate que originalmente era el gueto reservado para los agotes.
LOS AGOTES, HOY
La casa donde habitan actualmente los agotes tiene su nombre propio; por lo general es el apellido de la familia que la habita. Tiene forma de caserío vasco y, en ocasiones, está dividida por la mitad, ocupándola familias agotas distintas. Al ser casas de campesinos suelen tener tres plantas. En la planta baja está la cuadra para los animales y algún trastero, la del medio es la destinada a vivienda, y la superior es el desván para guardar productos y enseres.
Conservan sus antiguos hogares, pero ya disponen de cocinas eléctricas o de gas butano. Hay un lavadero, pero ya tienen lavadora automática, si bien algunos vecinos siguen usando el lavadero porque dicen que la ropa les queda más blanca.
Los hombres visten botas fuertes de cuero o de hule con un poco de pierna, a las que llaman ‘francesas’. Cuando llueve y tienen que trabajar en el campo usan un traje todo de hule, pantalón, chaqueta con cremallera y sombrero, todo a juego, a la que le llaman ‘paragua’. Las mujeres usan lo típico: combinación, faldas, jersey y camisetas. La combinación de las niñas se llama ‘saya’. En realidad la vestimenta típica de los agotes no ofrece ninguna particularidad con la del País Vasco.
Los nombres con los que se designa a los familiares son los normales en euskera, el idioma de los vascuences: ama, aita, amatxi, aitatxi, alana, etc. Los nombres son normales, aunque a veces algo cambiados. Por ejemplo, a una persona de nombre Ignacio le llaman Nisio. No emplean nombres bíblicos; sólo hay un Noé en todo el barrio. La gente se tutea, pero a los mayores se les trata de ‘usted’.
El que hereda no es el mayor de los hijos, sino que el heredero lo eligen los padres. La mujer que vaya a entrar en la casa por matrimonio debe llevar dote y queda como dueña de la casa, lo cual es muy duro para la suegra y las cuñadas solteras.
En la celebración de un matrimonio suben todos caminando, sin un orden especial. Entra primero el novio del brazo de la madrina, después la novia con el padrino, y les siguen los demás. La comida es en la cena; antes se hacía en la casa pero ahora la tienen en un restaurante. Los bautizos y primeras comuniones son como en todos los sitios, pero después de la misa desayunan todos juntos con el párroco en una fonda de nombre Echevarría.
Y lo principal es que ya no tienen ningún tipo de marginación ni de discriminación, ni social ni tampoco religiosa.
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