La costumbre de solemnizar el momento en que los niños alcanzan la edad que les introduce en la pubertad, los 8-9 años, existe en muchas religiones: entre los musulmanes los niños son circuncidados (
pinche aquí si desea conocer sobre el tema), entre los judíos –bien es verdad que bastante más tarde- se acompaña con el bar mitzvah, tema al que hemos de dedicar una entrada en esta columna.
En el cristianismo la entrada de los niños en la pubertad viene acompañada de la
Primera Comunión, es decir, la fiesta en la que un niño accede por primera vez al sacramento de la eucaristía. Ahora bien, ¿se han preguntado Vds. desde cuando celebran los cristianos semejante acto iniciático?
En el protocristianismo, vale decir hasta el s. IV-V más menos, las cosas eran bien diferentes. Era raro el nacimiento en hogares cristianos, el acceso a la fe cristiana tenía lugar por conversión, y ésta venía acompañada por una larga catequesis que culminaba con un bautismo que solía venir acompañado de la que podemos denominar ya entonces
Primera Comunión, aunque tan distinta de la que conocemos y practicamos hoy. Sobradamente conocido es el caso del obispo
San Ambrosio, que prácticamente se bautizó comulgó, recibió las órdenes y fue consagrado obispo el mismo día, y no debió de hacerlo tan mal cuando llegó a santo y desde el punto de vista histórico, desempeñó un papel fundamental en la cristianización del Imperio (
pinche aquí para conocer su singular figura).
Consta que durante toda la edad media y aún durante el renacimiento, la primera participación de los niños en la eucaristía se realizaba sin especial preparación ni ceremonia: un buen día los niños, preferentemente en pascua o fecha cercana, acompañaban a sus padres a comulgar. No es sino a partir de
Trento cuando diversos sínodos comienzan a preocuparse por el tema y a requerir una preparación
ex professo de los niños para el acceso a su primera eucaristía. El santo italiano
Carlos Borromeo desempeña en este sentido una labor fundamental ya desde el año 1564.
Disponemos de la descripción de un ritual semejante celebrado en 1593 en Rouen, y sin salir de Francia, de otro acontecido en 1616 en la parroquia de San Nicolás de Chardonnet de París, así como de un tercero celebrado en la diócesis de Múnster, en Alemania en 1661. El primer ritual dirigido a los sacerdotes de una diócesis para ofrecerles orientaciones precisas para esta fiesta es el de Bourges, una obra publicada en 1666 a la que ya tuvimos ocasión de referirnos cuando hablábamos de la costumbre entre los cristianos de imponer nombres cristianos a los niños (
pinche aquí para conocerlo todo sobre la misma).
Indudablemente entre las razones que llevan a conceder importancia semejante al momento de la
Primera Comunión deben considerarse tres. Primero y probablemente fundamental, la controversia que la presencia real de Jesucristo en la eucaristía suscita la
Reforma luterana y la reacción que a favor de la misma produce la posterior reforma de Trento dentro del ámbito católico. Segundo, el nuevo protagonismo adquirido por la parroquia desde Trento, con funciones tan importantes como el registro de los momentos fundamentales de la vida del ser humano (nacimiento, vale decir bautismo, matrimonio y óbito). Y tercero, ese deseo natural del ser humano de marcar de manera ritual y notoria el momento importantísimo que en el ciclo humano representa la entrada en la pubertad, para el que en el ámbito cristiano, y como hemos visto arriba, no existía, por el contrario que en otras religiosidades, una adecuada celebración.
El
Catecismo Romano de Trento del año 1556 ya recoge algunos preceptos sobre la relación entre la eucaristía y los niños:
“Aunque esta ley de la frecuencia eucarística anual, sancionada por la autoridad divina y la de la Iglesia, obliga a todos los fieles, deben exceptuarse evidentemente los niños que no tienen aún uso de razón. Estos ni pueden ser capaces de discernir el pan eucarístico del pan común ni pueden recibirle con la digna preparación necesaria […]
.
Cierto que en algunos lugares existió la antigua costumbre de administrar la Eucaristía también a los niños; pero hace ya mucho tiempo desapareció por orden de la Iglesia, por razones que fácilmente se intuyen desde el punto de vista de la piedad cristiana.
En cuanto a la edad en que puede administrarse a los niños la primera comunión, nadie mejor para decirlo que el padre o el confesor del mismo, a quienes corresponde averiguar si los niños tienen el conocimiento y gusto de este admirable sacramento” (op. cit. cap. 3, núm. 8)
De cuyo tono no cabe concluir sino que aunque efectivamente dé unas indicaciones sobre el acceso de los niños al sacramento, la institución misma de la “primera comunión” aun no existe como tal.
Para cuando en 1910, por el contrario, el
Papa San Pío X promulga el decreto de la
Sagrada Congregación de los Sacramentos “Quam singulari”, la costumbre de la celebración de la
Primera Comunión, como cabe extraer de su mismo texto, se halla claramente consolidada entre los cristianos.
Dicho todo lo cual, queridos amigos, me despido por hoy una vez más, no sin desearles, eso sí, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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