Me caen muy bien algunos gestos del Obispo de Solsona, Mons. Novell en cuanto a gestos de sencillez, de pobreza, de valentía y de vivir en el seminario, renunciando a un palacete construido como residencia episcopal como hacen algunos cardenales y arzobispos para después de su jubilación. Sencillez, sencillez y sencillez. Con lo bien que está uno viviendo en su pueblo.
Pero acabo de leer unas declaraciones del Obispo Novell, que me han extrañado; dice: «He considerado que, por mi parte, desde la doctrina social de la Iglesia, necesitaba decir una palabra dirigida a todos los fieles de la diócesis sobre la cuestión clave que tenemos planteada: ¿Tenemos derecho o no a decidir nuestro futuro?
»Cataluña cumple los elementos que la doctrina social de la Iglesia indica sobre la realidad de la nación: cultura, lengua e historia.
»El pueblo de Cataluña está convencido de que somos una nación. Así lo afirma el preámbulo del Estatuto de Autonomía de 2006.
»La Constitución de 1978 debería aplicarse de tal manera que hiciera posible que las naciones que forman España puedan decidir libremente su futuro. (No sé cuáles son esas naciones).
»Desde mi nombramiento como obispo de Solsona, he intentado acompañaros como pastor. Por ello, tampoco me he callado sobre esta cuestión, defendiendo tanto la libertad de la Iglesia respecto a cualquier posicionamiento político como la legitimidad moral del derecho a decidir de los ciudadanos de Cataluña. Os pido, por tanto, que no permanezcáis ajenos a este proceso y, con espíritu democrático y pacífico, escoged con tranquilidad de conciencia aquella opción ante la consulta que creáis mejor para el bien de Cataluña». (Creo que debía haber añadido: “Y de España”).
La verdad es que respeto las ideas de Novell, pero me merecen más crédito las palabras de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, que en 2006 publicó una Instrucción Pastoral, “Orientaciones morales ante la situación actual de España” de la que resumo unos números:
70. Creemos necesario decir una palabra sosegada y serena que, en primer lugar, ayude a los católicos a orientarse en la valoración moral de los nacionalismos en la situación concreta de España… No todos los nacionalismos son iguales. Unos son independentistas y otros no lo son. Unos incorporan doctrinas más o menos liberales y otros se inspiran en filosofías más o menos marxistas.
71. Para emitir un juicio moral justo sobre este fenómeno es necesario partir de la consideración ponderada la realidad histórica de la nación española en su conjunto. Los diversos pueblos que hoy constituyen el Estado español iniciaron ya un proceso cultural común, y comenzaron a encontrarse en una cierta comunidad de intereses e incluso de administración, como consecuencia de la romanización de nuestro territorio. Favorecido por aquella situación, el anuncio de la fe cristiana alcanzó muy pronto a toda la Península, llegando a constituirse, sin demasiada dilación, en otro elemento fundamental de acercamiento y cohesión. Esta unidad cultural básica de los pueblos de España, a pesar de las vicisitudes sufridas a lo largo de la historia, ha buscado también, de distintas maneras, su configuración política. Ninguna de las regiones actualmente existentes, más o menos diferentes, hubiera sido posible tal como es ahora, sin esta antigua unidad espiritual y cultural de todos los pueblos de España.
72. La unidad histórica y cultural de España puede ser manifestada y administrada de muy diferentes maneras. La Iglesia no tiene nada que decir acerca de las diversas fórmulas políticas posibles. Son los dirigentes políticos y, en último término, los ciudadanos, mediante el ejercicio del voto, previa información completa, transparente y veraz, quienes tienen que elegir la forma concreta del ordenamiento jurídico político más conveniente. Ninguna fórmula política tiene carácter absoluto; ningún cambio podrá tampoco resolver automáticamente los problemas que puedan existir…
73. La Iglesia reconoce, en principio, la legitimidad de las posiciones nacionalistas que, sin recurrir a la violencia, por métodos democráticos, pretendan modificar la unidad política de España. Pero enseña también que, en este caso, como en cualquier otro, las propuestas nacionalistas deben ser justificadas con referencia al bien común de toda la población directa o indirectamente afectada. Todos tenemos que hacernos las siguientes preguntas. Si la coexistencia cultural y política, largamente prolongada, ha producido un entramado de múltiples relaciones familiares, profesionales, intelectuales, económicas, religiosas y políticas de todo género, ¿qué razones actuales hay que justifiquen la ruptura de estos vínculos?... ¿Sería justo reducir o suprimir estos bienes y derechos sin que pudiéramos opinar y expresarnos todos los afectados?
74. Si la situación actual requiriese algunas modificaciones del ordenamiento político, los Obispos nos sentimos obligados a exhortar a los católicos a proceder responsablemente, de acuerdo con los criterios mencionados en los párrafos anteriores, sin dejarse llevar por impulsos egoístas ni por reivindicaciones ideológicas. Al mismo tiempo, nos sentimos autorizados a rogar a todos nuestros conciudadanos que tengan en cuenta todos los aspectos de la cuestión, procurando un reforzamiento de las motivaciones éticas, inspiradas en la solidaridad más que en los propios intereses... Hay que evitar los riesgos evidentes de manipulación de la verdad histórica y de la opinión pública en favor de pretensiones particularistas o reivindicaciones ideológicas.
75. La misión de la Iglesia en relación con estas cuestiones de orden político, que afectan tan profundamente al bienestar y a la prosperidad de todos los pueblos de España, consiste nada más y nada menos que en “exhortar a la renovación moral y a una profunda solidaridad de todos los ciudadanos, de manera que se aseguren las condiciones para la reconciliación y la superación de las injusticias, las divisiones y los enfrentamientos”.
Creo que son unas palabras muy equilibradas, de la C.E.E. y a las que debemos atender todos los obispos y, desde luego, respetando y cumpliendo la Ley.
Un abrazo, querido Novell.
José Gea