Después del impacto causado por el libro de monseñor Gänswein, el secretario del Papa Benedicto, esta semana se ha publicado otro libro, esta vez del propio Pontífice difunto que, por voluntad suya, sólo debía la luz después de su muerte. Contiene una colección de artículos que fue escribiendo después de su renuncia. Su título enlaza con el primero de los libros publicados por el joven teólogo Joseph Ratzinger. Si aquel se llamaba “Introducción al cristianismo”, éste se titula: “Qué es el cristianismo”. Con esta obra póstuma, Ratzinger-Benedicto pone fin a su trabajo como teólogo y lo hace no sólo con la autoridad del que ha regido la Iglesia durante ocho años, sino también con la sabiduría del que ha vivido mucho, ha visto mucho y ha sufrido mucho.
Hay muchas cosas en este libro que se deberán desmenuzar tras leerlas con calma, pero la primera de ellas es por qué el Papa emérito quiso que no viera la luz hasta después de su muerte. La razón podría haber sido un elemental sentido de prudencia, para no interferir en el gobierno de su sucesor. Sin embargo, el editor del libro, Elio Guerriero, la persona a la que Benedicto le confió sus escritos para que los fuera organizando a fin de ser publicados dice en la introducción que la causa fue, sobre todo, otra.
Guerriero cuenta que, tras el libro publicado por el cardenal Sarah –“Desde lo profundo de nuestro corazón”-, que incluía un artículo del Papa emérito sobre los motivos por los que había que seguir manteniendo el celibato sacerdotal, se armó un gran escándalo -sobre todo en Alemania- y acusaron a Benedicto de haber bloqueado la decisión que ya tenía tomada el Papa Francisco de permitir el acceso al sacerdocio a los hombres casados, que era una de las peticiones del recién celebrado Sínodo de la Amazonía. Guerriero afirma que, en la carta en la que Benedicto le encarga la edición de este libro, el Papa emérito dice: “Por mi parte, ya no quiero publicar nada. La furia de los círculos que me son hostiles en Alemania es tan fuerte que la aparición de cualquier palabra mía provoca enseguida en ellos una algarabía asesina. Quiero ahorrarme esto a mí mismo y a la cristiandad”.
La palabra italiana usada por Benedicto es “vociare”, que se puede traducir como “vocerío”, “algarabía”, “clamor” o incluso “escándalo”, pero cuyo significado es evidente. Aunque lo significativo es lo que la acompaña: “asesino”. Una “algarabía asesina” un “clamor asesino”, expresiones que reflejan lo que hay en el corazón de los que lo producen: un odio asesino.
No está exagerando el Papa emérito cuando escribe esto. El odio asesino le persiguió toda su vida, desde que rompió con los círculos liberales que habían dirigido el Vaticano II. Fue el odio asesino contra él, el que le persiguió mientras estuvo en Doctrina de la Fe y, sobre todo, durante sus ocho años como Pontífice. Fue ese odio asesino el que hizo que los grandes medios de comunicación del mundo exigieran su renuncia acusándole de protector de sacerdotes pederastas. Fue ese odio asesino el que aún le mantenía acusado ante un tribunal alemán, que, incluso después de muerto, ha decidido seguir el proceso contra él a través de su sucesor legal. El objetivo es claro: manchar su nombre para que quede totalmente desprestigiada su obra. Porque, ¿quién haría caso a alguien que ha sido condenado por ser protector de pederastas?
¡Cuánto sufrió este hombre sabio, humilde y bueno! Sin conocer la cárcel, como el cardenal Pell, casi toda su vida fue perseguido por ser fiel a Jesucristo. Pudo hacer suyo el salmo 129: “¡Cuánto me han angustiado desde mi juventud, pero no prevalecieron contra mí!” Ha sido un confesor que ha rozado el martirio. Pero también, cuánta persecución e incluso odio padecen tantos fieles por el simple hecho de querer comulgar en la boca, de querer la misa en el rito antiguo o de continuar creyendo en lo que enseña Dios a través de su Palabra y de la Tradición. ¡Cuánto están sufriendo muchos sacerdotes y fieles por parte de sus propios hermanos!
Pero de este texto tan estremecedor hay que extraer también otra enseñanza. Debemos llevar mucho cuidado en no responder al odio que le tuvieron a Benedicto con el odio hacia aquellos que tanto le hicieron sufrir. No podemos devolver mal por mal. Cristo y la larga hilera de los mártires siempre murieron perdonando. La Iglesia está dividida y el cisma real existe desde hace mucho, pero si llegara el día trágico en el que ese cisma debiera pasar a ser jurídico, habrá que hacer todo lo posible para que el divorcio sea amistoso, por el bien de los hijos, por el bien del buen y sencillo pueblo de Dios. El Papa Francisco no es el enemigo del Papa Benedicto -como éste reconoce en su libro- y no quisiera que un día se publicara una obra póstuma de él en la que también dijera que cada palabra suya desataba un clamor asesino.