El valor de la pequeñez, ha sido retomado innumerables veces por autores cristianos antiguos y contemporáneos. Por ejemplo, Sta. Teresa de Lisieux, hablaba de la vía que ofrece la infancia espiritual; es decir, adoptar el espíritu del niño Jesús, porque la niñez es una etapa normalmente marcada por la sencillez y la falta de condicionamientos meramente sociales. El acento de Sta. Teresa, no debe confundirse con un trastorno psicológico consistente en que el adulto hable y se comporte como un niño, sino de buscar la grandeza de lo pequeño, de aquellas cosas que muchos dan por descartadas y que, a la hora de la verdad, resultan ser la base, el cimiento de todo lo que vale la pena y la vida. De hecho, la ciencia también exalta el valor de lo pequeño. De ahí que exista la nanotecnología. Nosotros mismos estamos formados por células y su complejidad no deja de sorprender hasta a los más grandes expertos en la materia.
Ahora bien, pequeñez no es un sinónimo de inferioridad o falta de autoestima. Significa tener la humildad suficiente como para reconocer que necesitamos de Dios y, por supuesto, de los demás, pues no somos islas desiertas o cabos sueltos en medio del mar. Al contrario, el sentido de pertenencia nos proporciona la mejor vacuna contra el individualismo que es una de las principales causas de divorcio, pues una cosa es la sana privacidad y otra, totalmente distinta, la de sentirse superiores a los demás al grado de prescindir de ellos. La autosuficiencia es un engaño. Basta con quedar atrapado en un vehículo para tenerlo más que claro; sin embargo, todavía cargamos ideologías de las que podríamos liberarnos con tan solo darle una ojeada al evangelio.
En la lógica de Dios y, por ende, del cristianismo, la pequeñez -a diferencia de las reglas lingüísticas- es un sinónimo de grandeza. Para Jesús, no son dos palabras antagónicas, cuando se entienden correctamente. Podríamos hablar de los santos como pequeños gigantes sin caer en una contradicción. El problema ha sido que confundimos la infancia espiritual con el infantilismo o, lo que es peor, con una ingenuidad absurda que alejaría a cualquiera de la fe. Necesitamos clarificar el significado de los grandes temas del evangelio y llevarlos a la práctica, a la vida cotidiana. Como Sta. Teresa de Lisieux, nos toca ser pequeños y, al mismo tiempo, grandes hombres y mujeres, lejanos a todo tipo de mediocridad. La fe nos tiene que llevar hacia lo alto.