Muchas veces hemos oído la frase “la misa es aburrida” o “no voy a misa porque me aburre”. Ante esta actitud he leído últimamente a mucha gente bienintencionada que trata de explicar que a misa no va uno a divertirse, que la misa es el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y la comunión con su cuerpo y con su sangre y que por tanto el valor en sí mismo está en su significado. Según estos y con toda verdad, si hubiese un conocimiento cierto del misterio eucarístico lo demás no importaría.

Todo esto es cierto, la misa tiene valor en si misma aunque pueda resultar aburrida a alguien o en algunas ocasiones. Ahora bien, como sabemos por lógica, la afirmación de una cosa no implica la negación de lo contrario. Así si digo “los lunes voy al cine” no estoy negando que vaya los jueves, puede que lo haga o puede que no, sólo afirmo que voy los lunes, punto.

Por tanto, si la misa tiene valor en si misma aunque sea aburrida también mantiene su valor si es divertida, por lo que podríamos decir que a misa no va uno a divertirse... pero tampoco tiene por qué ir a aburrirse.



Como en todo, los excesos son malos. Algunos, en su afán de hacer atractiva la celebración de la Eucaristía, han llegado a excesos que caen de lleno en la vergüenza ajena y en la irreverencia: sacerdotes disfrazados de payasos, aspersiones con agua bendita con pistolas de agua, luces de colores en el templo a semejanza de una discoteca... pero está claro que estas no son más que unas excepciones contadísimas de las que se espera que el obispo del lugar llame al orden a su protagonistas.

Pero sí es más frecuente algunos que, sin llegar a esos excesos, se “inventan” ritos o actos con el interés de hacer más “asequible” la celebración, en especial en lo que se refiere a celebraciones con niños y jóvenes: poner murales sobre el mantel del altar, cambiar la proclamación del Evangelio por una breve representación teatral, utilizar globos de colores u otros ornamentos ajenos a la costumbre, introducir pantallas con imágenes, etc. Creo sinceramente que en lugar de hacer más asequible la celebración de la Eucaristía lo que consiguen es hacerla más confusa y difusa, además de rozar en ocasiones la irreverencia.

En mi experiencia como miembro del grupo de rock católico Hijos De Coré he realizado varios conciertos de rock en el interior de los templos y sé que, con el debido respeto a los signos, son muchas las actividades que se pueden realizar en una iglesia además de la Eucaristía. Pero una cosa es lo que se pueda hacer en el templo y otra lo que se pueda y/o deba hacer en la misa.

He tenido la bendición de participar como creyente en muchos tipos de celebraciones de la Eucaristía a lo largo de mi casi medio siglo de vida y, como suelo decir, la misa siendo la misma adquiere matices diferentes dependiendo del grupo o contexto en que se celebre, pero eso, lejos de ser en mi opinión un deseo de diferenciarse o separarse del resto, es un muestra de la riqueza y universalidad de la Iglesia. Así, además de participar en las misas habituales de la parroquia, también he asistido a misas de campamento, de carismáticos, en grandes asambleas, en barrios marginales sin apenas formación religiosa de los asistentes, de monjas de clausura, de comunidades neocatecumenales... hasta alguna de rito oriental.

Todas ellas tiene su propio sentido en cuanto la forma de celebrarlas, que no significa que me gusten más o menos (algunas más y otras menos) pero que entendidas en su contexto pueden “llegar” mejor a la asamblea. Así una misa de cartujos me resulta difícil de seguir por lo parsimonioso del ritmo y la excesiva cadencia de sus cantos, pero entiendo que es lo propio de una vida religiosa en el silencio y la meditación. O las “coreografías” con que los carismáticos acompañan sus cantos lejos de ayudarme en la alabanza me despistan más que otra cosa, pero entiendo que, salvo algún aspecto fácilmente corregible, son perfectamente válidas para una comunidad que expresa así la alegría de la fraternidad y la vida en Cristo resucitado.

¿Que debemos hacer pues para que una misa resulte amena sin perder su seriedad? (recordemos que serio no es sinónimo de aburrido, por mucho que se confundan estos términos a veces). Como no hay nada nuevo bajo el sol, no haría falta más que aplicar el sentido común y evitar los aspectos que llevan al tedio y facilitar aquellos que, dentro de la corrección litúrgica (siempre dentro de la corrección litúrgica) permiten una mayor integración de los fieles en la celebración. Es cierto que en ocasiones se necesitaría unos mínimos criterios que muchos desconocen, pero eso no es excusa, si una asamblea no sabe bien cuando levantarse o sentarse, se le indica. Sin ánimo de ser exhaustivo, si no a modo de pinceladas, vayamos por partes.

El templo debe estar limpio y bien iluminado. Un templo sucio o a oscuras (que es distinto a que tenga una luz tenue) provoca incomodidad y ganas de terminar, aunque sea inconscientemente.

Hay que cuidar la ornamentación. Flores, manteles, vestiduras litúrgicas, cirios... deben estar limpios y ser utilizados en su justa medida, sin excesos ni defectos.

El canto. Imprescindible. Una asamblea cristiana que no canta difícilmente es una asamblea cristiana. Hay que procurar que los cantos sean adecuados al momento (no es lo mismo un canto de entrada que uno de comunión) o al tiempo litúrgico. Hay que fomentar la existencia del cantor o del coro y estos deben tener un mínimo de condiciones (hermano, si no das una nota en su sitio no te ofrezcas para el coro, hay otros muchos servicios que puedes realizar) y una clara conciencia de servicio, son animadores de la liturgia para que todo el pueblo cante, no artistas exhibiéndose ante un público con canciones que sólo ellos conocen.

La distribución de la asamblea. Como el cuarto de los niños, un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio. Que cualquiera que entre pueda distinguir perfectamente dónde se proclama la Palabra, dónde se realiza el Sacrificio Eucarístico, dónde la homilía, dónde y cómo se sitúa el coro... el totum revolutum crea incomodidad y no es nada pedagógico.

Los asistentes deben situarse próximos al altar (juro que ni muerde ni es pretencioso sentarse en las primeras filas). En una iglesia a la que voy con cierta frecuencia resulta sorprendente como 50 personas ocupan un templo con capacidad para 400 dispersándose entre los bancos. ¡Somos la familia de Dios reunida en torno a su mesa! No se trata de juntarse tanto que estés incómodo, pero tampoco que te separes de los otros como si fueran apestados. Aquí haría falta desarrollar en la parroquias el servicio del ostiario (sin hache, no confundir con ministro de la comunión) que invitase a la gente a pasar hacia adelante antes del comienzo de la Eucaristía o distribuyese a la asamblea de forma que favoreciese este aspecto.

La homilía (ay). Decía el Papa Francisco que hay que evitar las homilías largas que no dicen nada. Yo añadiría además que también hay que evitar las cortas que no dicen nada o las cortas que tratan de decir mucho en poco tiempo. La homilía es un tiempo precioso para la evangelización y da pena ver muchas veces la pobreza homilética (no sé por qué no aparece esta palabra en el diccionario) de muchos sacerdotes. Primero como simple ejercicio de oratoria, las homilías deben tener una duración acorde a lo que se quiere explicar, si es una idea simple, brevedad, si es más compleja, el tiempo que requiera. Luego el sacerdote debe entender que se trata de un acto de amor para con los hijos de Dios. Debe hacerse con lenguaje apropiado, utilizando los ejemplos e imágenes que sean necesarios e incluso el sentido del humor. Pero además el pueblo tiene derecho a conocer toda la doctrina, ocultar ciertos aspectos de la enseñanza de la Iglesia por que no sean políticamente correctos o no estén de moda o se pueda pensar que los laicos no pueden llegar a comprender ciertas cosas es una falta de caridad.

Podríamos seguir con otros muchos aspectos, la forma de vestir, el fomento de participación de las familias completas... todo aquello que favorezca que la misa, además de tener valor en sí misma (eso siempre lo tiene), pueda ser vivida como la expresión de un pueblo en fiesta, de la alegría de Cristo vencedor de la muerte, del amor de Dios que nos hace partícipes de su misterio Pascual... y todo eso puede ser cualquier cosa menos aburrido.