Juan 21,1-9: Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No». El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.
Hasta acá el evangelio de san Juan.
Ahora sigo una homilía del entonces Cardenal Ratzinger, allá por los años 80. Se trata de una homilía sobre el sacerdocio, en la cual comenta este texto.
1) Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús, dice el evangelio. Los discípulos estaban en alta mar, trabajando y fatigándose, siendo sacudidos por las olas y, como ocurre siempre en alta mar, con cierto temor. Porque la verdad es que no hay canoa en este mundo que pueda asegurarle a uno el volver sano y salvo a tierra firme. En estos años de misión en Papúa lamentablemete he tenido que enterrar a varios pescadores que no llegaron salvos a tierra firme. Y a otros, sencillamente, se los ha dejado de buscar después de varios días sin que aparecieran.
Los discípulos entonces están en alta mar... ¿Y Jesús? También está, pero a cierta distancia, y los contempla y mira desde lejos. No sabemos la distancia, pero alcanza con saber que no podían reconocerse unos a otros, y por eso el evangelio dice que no sabían que era Jesús. ¡Cuántas veces el misionero experimenta la mismo! Le parece estar metido solo en alta mar, luchando contra viento y marea, se siente también él sacudido por la violencia de las olas, y encima -como a Pedro y los demás- experimenta el haber trabajado -aparentemente- en vano. ¿Y Jesús? También está allí, pero a la orilla, mirando desde lejos, y aún así contemplando todo y sabiendo perfectamente lo que pasa en alta mar.
A veces Jesús se hace más visible, como cuando subía con los discípulos a la barca y ellos se sentían seguros, porque sabían que allí había alguien con poder para calmar tempestades. Otras veces, en cambio, pareciera que se queda a distancia, como parado a la orilla y viendo cómo uno se fatiga en alta mar... pero aún así, sigue de cerca a los suyos. Nunca estamos solos, aún cuando nos parezca estar luchando contra todo y contra todos y no encontremos ninguna seguridad humana al lado nuestro.
2) Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
Otra pesca milagrosa. Pero lo curioso es que, una vez más, Jesús pide la colaboración y trabajo de parte de los discípulos, cuando en realidad es evidente que todo depende de Él. La pesca es toda suya, él fue quien hizo el milagro, pero sin embargo les pidió a los discípulos que hicieran el pequeño esfuerzo de echar las redes al mar. Y gracias a eso, el milagro.
También lo mismo siente el misionero, cuando se detiene a pensar un poco en lo que está haciendo y ve cómo Dios trabaja en las almas. Por un lado, ve la desproporción que existe entre lo poco que uno hace y los enormes frutos que Dios saca de eso. Como Pedro, que con sólo echar redes logró una pesca realmente impresionante. Por otro lado, el misionero recuerda que esos peces entraron a la red porque Jesús lo quiso, y no gracias a la habilidad de Pedro. Lo mismo nosotros: todo le pertenece a Él, y si nos pide colaboración, no es tanto porque la necesite sino sencillamente para hacernos participar de la alegría de la pesca.
3) Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Ese Jesús que les había pedido de comer, ya tenía listo el desayuno. No se entiende. ¿Para qué les pide de comer si ya tiene el desayuno preparado? Justamente para mostrarle a Pedro y a los demás que es Él quien hace todo, y lo hace como quiere, cuando quiere y usando los medios que quiere. Y por eso, también nosotros debemos estar preparados a este tipo de “sorpresas”.
¡Cuántas veces el misionero se preocupa por cosas o problemas que le parecen realmente enormes, y al poco tiempo ve que “Alguien” ya tenía todo listo y solucionado! ¡Cuántas veces uno puede caer en el desánimo después de haberse fatigado en una pesca aparentemente infructuosa, y sin embargo después aparece la “sorpresa” y todo está listo!
Siempre será igual: Jesús te mira -de cerca o de lejos, da igual-, te pide ayuda aún sin necesitarla, y después de haber obrado el milagro, quiere que te alegres con Él, y uno se alegra aun sabiendo que no fue gracias a la propia habilidad de echar las redes sino a Su gracia y a Sus “sorpresas” y, sobre todo, recordando que esos peces no le pertenecen al que echó las redes sino al que hizo el milagro.
P. Tomás Ravaioli, IVE
Misionero en Papúa Nueva Guinea
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