Hoy celebramos a San Agustín, obispo de Hipona. Uno de los Primeros Padres de la Iglesia y quizás el que más ha ahondado en el Misterio que Cristo nos comunicó.
¡Tarde te amé,
belleza tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!
Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera,
Y por fuera te buscaba;
Y deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo.
Me retenían lejos de ti aquellas cosas
que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera:
brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume y respiré,
y suspiro por ti;
gusté de ti, y siento hambre y sed;
me tocaste y me abrasé en tu paz.
"Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti"
San Agustín (Las Confesiones)
Esta breve y profunda oración es como una flecha que se lanza en el siglo IV y que desde entonces, va ensartando corazones uno detrás de otros. Quien lee este texto y entiende lo que Agustín sentía en ese momento, ha unido su corazón al suyo, dentro de un inmenso collar que salta por encima del tiempo y del espacio.
Toda mi esperanza no estriba sino en tu muy grande misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quieras. Nos mandas que seamos continentes. Y como yo supiese -dice uno- que ninguno puede ser continente si Dios no se lo da, entendí que también esto mismo era parte de la sabiduría, conocer de quién es este don.
Por la continencia, en efecto, somos unidos y reducidos a la unidad, de la que nos habíamos apartado, derramándonos en muchas cosas. Porque menos te ama quien ama algo contigo y no lo ama por ti.
¡Oh amor que siempre ardes y nunca te extingues! Caridad, Dios mío, enciéndeme. ¿Mandas la continencia? Da lo que mandas y manda lo que quieras. (San Agustín. Las confesiones, Libro VIII. Cap 19. 40)