La atribulada tierra en la que un buen día naciera Jesús recibe actualmente dos nombres, no exento ninguno de ellos de connotaciones de todo tipo sobradamente conocidas en las que no es preciso extenderse: Israel y Palestina. Dimos hace ya unos días una entradita en esta columna a la que se refiere a Israel (pinche aquí si desea conocer lo que entonces decíamos), así que parece lo justo que hoy se la demos al otro término en disputa, “Palestina”.
 
            En el Antiguo Testamento existen unas 250 alusiones a “los filisteos” (“philistia” en latín), algunas de ellas incluso bajo la forma de “tierra de los filisteos”, y siempre, desde luego, para referirse a aquellos territorios ocupados por los filisteos distintos de los que ocupan los israelíes. Pero la palabra “Palestina” como tal, no aparece una sola vez en ninguno de los cuarenta y tres textos que lo componen.
 
            La primera alusión al término podría hallarse en fuentes egipcias del año 1150 a.C.. El Papiro Harris I hace referencia a un pueblo transliterado del jeroglífico como “P-r-s-t”:
 
            “Extendí todas las fronteras de Egipto; vencí a los que los invadieron de sus tierras. Maté a los denios en sus islas, el Thekel y el Peleset [P-r-s-t] fueron reducidas a cenizas”.
 
            El Nimrud Slab asirio del año 800 a. C. se refiere a una “Palashtu” o “Pilistu”:
 
            “Ordené a las muchas tropas de Asiria marchar contra Pa-la-áš-tu”.
 
            Si bien ni el Papiro Harris 1 ni el Nimrud Slab dan mayor explicación sobre los límites territoriales o los pueblos a los que se refiere, por lo que no puede asegurarse que se trate de nuestra Palestina.
 
            Heródoto (484-h.430 a.C.) en sus “Historias” menciona por primera vez el término con claridad suficiente, cuando habla de un “distrito de Siria, llamado Palaistinê”, que abarca los montes de Judea y el Valle del Jordán y que indudablemente parece relacionado con el “Philistia” latino, lo que implica que el significado no es otro que el de “tierra de filisteos” aplicado de manera más o menos perfecta a Israel.
 
            Un siglo después Aristóteles en su “Meteorología” escribe que “hay un lago en Palestina tal que si cargas a una persona o a una bestia y la lanzas a él, flota” en clara referencia al Mar Muerto.
 
            Los griegos Polemon y Pausanias usan asimismo la palabra, como también lo hacen Ovidio, Tibullus, Pomponio Mela, Plinio el Viejo. Hacia el año 100 Plutarco escribe en sus “Vidas paralelas”:
 
            “Armenia, donde reina Tigranes, rey de reyes, y sostiene en sus manos el poder que le capacita para mantener a los partos en estrechas fronteras, echar a las ciudades griegas hacia la Media, conquistar Siria y Palestina […].
 
            Y hasta escritores judeorromanos como Filón de Alejandría o Flavio Josefo, que recoge, entre otras, esta mención en sus Antigüedades:
 
            “De los ocho hijos que tuvo Merseo, ocuparon todos las tierras que van desde Gaza hasta Egipto, pero la región ha conservado sólo el nombre de Filistino, ya que los griegos llaman Palestina al sector que él ocupó” (Ant. 6. 2).
 
            Oficialmente, todo apunta a que es Adriano el que con ocasión de la represión de la revuelta de Simón Bar Kochba en el año 135 d.C., liquidada con la reducción a polvo de la ciudad de Jerusalén y la expulsión total de los judíos, realiza el cambio de nomenclatura: Jerusalén pasa a llamarse “Aelia Capitolina”, y lo que es más importante, Israel pasa a denominarse “Siria Palestina”. Aunque no consta con absoluta certeza la alteración oficial de las denominaciones, muchos son los indicios de que así ocurre. Entre ellos, a modo de ejemplo, que hacia el año 150 Apiano de Alejandría (95165) escriba en su “Historia de Roma”:
 
            “Tenemos Palestina Siria, y más allá, una parte de Arabia. Los fenicios ocupan el país al lado de Palestina sobre el mar, y más allá de los territorios fenicios se halla Coele-Syria”.
 
            O que hasta un escritor cristiano como Dión Casio (155-235), en su “Historia de Roma” del año 225 circa, escriba refiriéndose a la conquista de Jerusalén por Tito en el año 70:
 
            “El oficio consular fue asumido por Vespasiano y Tito, el primero en Egipto, el último en Palestina”.
 
            Durante el período bizantino, la entera región, incluída Siria, es denominada ya Palestina, lejanos, pues, los tiempos en los que era Judea (territorialmente similar a Palestina) la que formaba parte, en los días de Jesús, de la provincia Siria, dos veces mencionada en el Evangelio:
 
            Su [de Jesús] fama llegó a toda Siria” (Mt. 4, 24).
 
            “Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino” (Lc. 2, 2)
 
            A las que añadir las veces que aparece en las Cartas de Pablo (Gl. 1, 21), una, y las cinco que lo hace en los Hechos de los Apóstoles (Hch. 15, 23; Hch. 15, 41; Hch. 18, 18; Hch. 20, 3 y Hch. 21, 3)
 
            Y sin más por hoy y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más.
 
 
            ©L.A.
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