Algo más atroz que lo que están viviendo los cristianos de Iraq a causa de los extremistas islámicos, es el silencio internacional al respecto. Lo que dijo recientemente -y supimos a través de ReL- el Arzobispo Caldeo de Mosul, Mons. Emil Nona[1], tiene que hacernos despertar antes de que sea tarde: “nuestros sufrimientos hoy son el preludio de los que ustedes, europeos y cristianos occidentales, también sufrirán en el futuro cercano”. Para muchos, esto sonará fuerte, exagerado, incluso fuera de lugar; sin embargo, no es una idea descabellada, porque si no somos capaces de mantener nuestra propia identidad, ¿qué podemos esperar ante regímenes islámicos totalitarios? Fácilmente, nos encontraran desunidos, listos para ser conquistados y sometidos. Cada vez que un grupo de occidentales festeja por haber conseguido que las vacaciones de diciembre ya no se llamen “navideñas”, sino de “invierno”, caminan hacia la posibilidad de que otros ocupen el lugar mayoritario del cristianismo y terminen poniendo un Califato. Ahora bien, la propuesta no es eliminar la libertad religiosa o empezar una serie de deportaciones injustas, sino conseguir mantener vivos los valores cristianos que nos han legado grandes beneficios como el Estado de Derecho. Urge dejar de repudiar lo propio para copiar lo del vecino por sonar -aparentemente- novedoso. Los laicistas que se quejan amargamente del cristianismo, deberían ponerse a pensar qué pasaría si este fuera desplazado por los mismos que hoy atemorizan a diferentes regiones de Iraq. Ciertamente, el problema no es el Islam en su conjunto, sino aquellos que lo interpretan a partir de una lectura extremista, sacada de contexto; sin embargo, ¿hasta qué punto hemos sabido defender las raíces cristianas de nuestra civilización, raíces que -dicho sea de paso- sentaron las bases de lo que hoy llamamos Derechos Humanos? Nadie discute que en el nombre de la Iglesia también se han cometido crímenes; sin embargo, haciendo un balance general, ha tenido -objetivamente- muchos más aciertos que desatinos.

 

Se busca erradicar el signo de la cruz, mandarlo al destierro con las leyes más descabelladas, pero ¿qué o quién lo sustituirá? El crucificado no es un sinónimo de violencia e intolerancia, sino de reconciliación. ¿Hasta con eso queremos terminar? El momento es ahora. De nada sirve consolarse, diciendo: “Mosul está muy lejos. En Europa o América eso no pasa”, porque a decir verdad Iraq se encuentra a la vuelta de la esquina; sobre todo, tomando en cuenta que vivimos en un mundo globalizado; es decir, interconectado. Si se organiza un evento de cualquier religión que no sea el cristianismo, las masas aplauden. Viene el Papa y empiezan las quejas, pero casi nadie parece darse cuenta que renegar del cristianismo es dejar un vacío muy peligroso. Repetimos, el Islam no es el problema, sino aquellos que buscan interpretarlo a su manera e instaurar el terror; sobre todo, al imponer regímenes fundamentalistas. En cada cristiano que ha sido perseguido, torturado, robado o asesinado, estamos todos y cada uno de nosotros. Hasta los ateos occidentales entran en la cuestión, porque quieran o no, poseen la influencia de un modelo educativo inspirado en los valores del evangelio y estamos seguros que lo prefieren a ver cómo mueren sus padres, hermanos, amigos, esposas por el capricho de uno o varios individuos que buscan legitimarse a través de un discurso que no es religión, sino una ideología violenta y, por ende, inhumana.

Para terminar, es necesaria la intervención de la Organización de las Naciones Unidas; especialmente, del Consejo de Seguridad. Hay que frenar -como lo ha dicho el Papa Francisco- a los agresores y recuperar el Estado de Derecho en todos aquellos países que como Iraq o Siria, se han visto pisoteados por manos asesinas. El cristianismo; especialmente, en oriente, es el mejor puente para el diálogo interreligioso. De ahí la importancia de preservarlo. A pesar de la crisis, todavía estamos a tiempo.

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[1] En declaraciones al diario italiano Corriere della Sera el 9 de agosto desde Erbil, en el Kurdistán Iraquí.