Tenemos que tener en cuenta el que toda persona…, por el mero hecho de ser persona, dispone desde su nacimiento de dos familias. Porque de la misma forma que tenemos cuerpo y alma, tenemos una familia material que responde a nuestro cuerpo y una familia espiritual que responde a nuestra alma. Tanto una familia como la otra unen a sus miembros por lazos. En el caso de la familia material los lazos de unión son los sanguíneos y en el caso de nuestra familia espiritual los lazos son espirituales.
Dado el sentido antropomórfico que el hombre tiene, como consecuencia de la importancia de la dichosa concupiscencia en nuestro ser, se le da más importancia a la familia material, que a la espiritual y a los respectivos lazos de unión, dándosele una preminencia al lazo sanguíneo, antes que al espiritual. Y sin embargo esto es un grave error porque si tenemos en cuenta que el orden espiritual está muy por encima del orden material, lo importante en nosotros son nuestros lazos espirituales que nos hacen hijo de Dios Padre, y herederos de su gloria, una vez que hemos sido bautizados.
También el bautismo, nos hace hermanos de Dios, Hijos del Padre, aunque nuestra filiación paterna, es por adopción y la de nuestro Señor es por naturaleza. Él mismo se declaró hermano espiritual nuestro en varias ocasiones: “19 Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud.20 Entonces le anunciaron a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte».21 Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican»”. (Lc 8,19-21). Más directamente se declaró hermano nuestro después de su Resurrección cuando dijo: “10 Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán»”. (Mt 28,10).
Hay una rotunda declaración de nuestra filiación espiritual, en la llamada “Oración sacerdotal” que el Señor, nuestro hermano, la pronunciada en la última cena y que nos dice: “6 He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran, y tú me los diste, y han guardado tu palabra 7 Ahora saben que todo cuanto me diste viene de Ti; 8 porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos ahora la recibieron, y conocieron verdaderamente que yo salí de Ti, y creyeron que Tú me has enviado. 9 Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste; porque son tuyos, 10 y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío, y yo he sido glorificado en ellos. 11 Yo ya no estoy en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti, Padre santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros”. (Jn 17,6-11).
Maginando los patriarcas anteriores a nuestro padre Abraham, la historia del cristianismo se inicia con este patriarca, que en nombre de todos nosotros, establece la primera alianza con Dios. En el Génesis podemos leer: “6 Te haré extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones, y de ti nacerán reyes. 7 Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las generaciones. Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tú Dios y el de tus descendientes. (….) 10 Y esta es mi alianza con ustedes, a la que permanecerán fieles tú y tus descendientes; todos los varones deberán ser circuncidados.(…..) Así ustedes llevarán grabada en su carne la señal de mi alianza eterna. 14 Y el incircunciso, aquel a quien no se haya cortado la carne de su prepucio, será excluido de su familia, porque ha quebrantado mi alianza»”. (Gn 17,6-14).
La alianza de Dios Padre con Abraham y todos sus descendientes, nos alcanza plenamente a nosotros. La Alianza tenía y tiene un sentido de carácter espiritual. Dios no establece pactos ni alianzas, materiales, de la misma forma que él no se relaciona con nuestro cuerpo material caduco, sino solo con nuestra alma espiritual eterna, como todo lo que es o pertenece, al orden del espíritu, lo suyo, lo de Dios es el superior orden del espíritu porque Él es: Espíritu puro creador de la materia.
Por medio de la circuncisión, los circuncisos, pasan a formar parte de la Alianza establecida por Dios y anunciada a Abraham, pero el pecado original no les queda borrado y en sus almas no se establece algo tan importante, como la Inhabitación Trinitaria. Posteriormente, con la venida del Señor a este mundo fuimos redimidos y mediante el sacramento del bautismo, adquirimos la condición de hijos de Dios y herederos de su gloria, amén de obtener la Inhabitación Trinitaria en nuestra alma.
Tanto antiguamente la circuncisión, como después e la venida de Jesucristo, el sacramento bautismal, sus efectos esenciales son eminentemente de carácter espiritual, aunque las formas de cortar el prepucio, o la inmersión, o el derrame de aguan sobre el bautizado, sean formalidades materiales. Los efectos son siempre de carácter espiritual. Los siete sacramentos de la Santa Iglesia de Cristo, son signos sensibles exteriormente, pero sus efectos son siempre invisibles a los ojos materiales de nuestras caras, ellos son los que nos afianzan nuestra vida dentro de nuestra familia espiritual a la que pertenecemos.
Nuestra alma es lo importante, no nuestro cuerpo. “63 El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida;…”. (Jn 6,63). Nuestra alma es la que nos hace pertenecer a la familia espiritual de Dios y es precisamente Dios Padre el que nos ama de una forma inimaginable, para nuestras pobres, ignorantes y soberbias mentes. En Él, todo es ilimitado y desde luego que lo es el amor a nosotros, que le llevó le llevó voluntariamente a su Hijo a revestirse de carne mortal, rebajándose a nuestra humana condición para elevarnos a su gloriosa divinidad.
No se trata de suposiciones, sino de realidades que se testimonian por las innumerables frases del Señor recogidas en los Evangelios, que nos dan fe de este incomprensible amor que Dios nos tiene: “16 Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; 17 pues Dios no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”. (Jn 3,16-17). También San Juan, recogió en su evangelio estas otras palabras del Señor: “9 Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. 10 Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-10).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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