Sal de la tierra y luz del mundo
El III Congreso Mundial de la Divina Misericordia etá llegando a su fin. Hoy hemos tenido un día memorable. El escenario de los actos estaba a 180 metros de profundidad, la Catedral de Sal en Zipaquirá. Todo un  complejo de magníficas estancias escavadas en la montaña de sal desde hace 400 años. Es muy superior a la conocida Mina de Sal de Polonia.  En esta de Colombia se ha trabajado la mina con un objetivo religiosos.

       El pasillo de la entrada, amplio y estratégicamente iluminado, es un Vía Crucis que se inicia en la entrada. Las distintas galerías desembocan en la llamada Catedral, que es un amplísimo templo presidido por una cruz  gigante  y un amplio presbiterio con todo lo necesario para la celebración de la Santa Misa.  En la nave central caben sentadas más de dos mil personas, que somos las que estábamos allí este día.
 
Hemos iniciado la jornada  en un día gris y lluvioso, pero muy normal por estas tierras.  El primer acto cultural lo ha ocupado  el mensaje del Cardenal de Cracovia Stanislao Dziwisz, que ha recordado la historia de la devoción a la Divina Misericordia, y ha expuesto la doctrina clara sobre el tema tantas veces transmitida por el Magisterio de  San Juan Pablo II.
 
Importante ha sido la conferencia del Cardenal Audrys Bazkis, de Vilnius, Lituania, que ha recordado que las primeras manifestaciones de Jesucristo a Santa Faustina ocurrieron en el convento de Vilnius, y allí está el primer cuadro que se pintó siguiendo las instrucciones de Santa Faustina. Nos ha contado las vicisitudes que ha pasado Lituania en la reciente historia de la ocupación soviética. El cuadro se salvó porque una feligresa lo guardó en su casa. A ella le costó la vida, pero el cuadro sigue estando en el Santuario de Vilnius.
 
La Eucaristía la ha presidido el Cardenal Philippe Barbarin, de Lyon-Francia, que nos ha contado en la homilía su reciente estancia en los países de Oriente medio en donde los cristianos son masacrados. Ha contado con detalle los horrores de una persecución incomprensible en el siglo XXI.
 
Tras el almuerzo bajo las bóvedas de la mina de sal, Mary Sarindhorn, de Tailandia, nos ha ofrecido su espeluznante testimonio sobre una aventura ocurrida en su vida, siendo empleada de banca, por negarse a participar en un delito de corrupción de gran envergadura por parte de sus jefes. Fue expulsada, y le dijeron que le ofrecían una importante suma de dinero si mataba a una persona concreta. Ella se negó, y sufrió las consecuencias con gran valentía y confianza en la Misericordia Divina.  Hoy es una apóstol de la Misericordia. Ella era budista, y descubrió a Jesús a través del perdón.
 
El P. Joâo Henrique nos ha explicado la misión  de la Misericordia en las periferias de Brasil, entre las fabelas y el mundo de la destrucción humana por la miseria y los vicios. Le acompañaba un sacerdote negro recién ordenado que nos ha expuesto como fue su conversión desde una vida llevada en la calle y enganchado a todos los vicios. Un día le invitaron a que se confesara, y ese fue el inicio de una vida entregada a Dios que le ha llevado al sacerdocio.
 
Terminados los actos de la tarde, todos regresamos a Bogotá para asistir a un espectáculo de luz y sonido con que nos ha obsequiado una entidad colombiana. Ha sido una maravilla de luz, música y agua. Y esto empalma con el título de este post. En la Misa se nos ha hablado que debemos ser Sal de la tierra, estando precisamente en una mina de sal. Y también Luz del mundo, que nos ha recordado el maravilloso concierto acuático. 
 
Acabamos la jornada cansados, pero satisfechos por haber profundizado un poco más en el insondable mar de la Misericordia Divina.
 
Juan García Inza