La Iglesia Católica presente en Corea del Sur, tiene mucho que enseñarnos a los católicos occidentales. Al menos, tres aspectos básicos:
Silencio preparatorio:
Tal y como lo enfatizó uno de los locutores de Radio Vaticana de lengua española, llamó la atención el silencio previo a la celebración de la Eucaristía de la Asunción de María el pasado 15 de agosto, en el estadio de la Copa del Mundo de Daejeon, presidida por el Papa Francisco. Claro que se vale reír, cantar y aplaudir pero en el momento oportuno. Antes, lo mejor es disfrutar del silencio interior y exterior.
Cuidado litúrgico:
La liturgia no es un adorno, sino el ambiente más apropiado para encontrarnos con Dios y, desde ahí, llevarlo a la vida cotidiana. Los coreanos, valiéndose de la música sacra, supieron combinar cantos en su idioma y en latín. Muy significativo fue el “Panis Angelicus”. Además, la participación de los fieles, quienes contestaban con claridad a las oraciones de la Misa. Algo que -dicho sea de paso- demuestra que la selección de cantos apropiados para la liturgia, lejos de excluir a la comunidad, permite que se involucre. El ser humano también tiene necesidad de verdad y belleza a la hora de celebrar los misterios de la fe. Negarlo es desconocer al hombre.
Organización:
Si bien es cierto que la tarea principal de la Iglesia es la evangelización, no es menos cierto que se requieren recursos para poder desarrollar el ejercicio de la misión. Sin caer -como lo ha pedido claramente el Papa Francisco- en la tentación del materialismo o de la exclusión de los pobres, es muy importante que administremos más y mejor el patrimonio que tenemos, pues es fruto de muchos años de trabajo y vale la pena emplearlo a favor de la fe con visión y profesionalismo. Buscar estructuras vivas, capaces de hacer presencia en todos los ámbitos de la sociedad, como lo ha conseguido la Iglesia surcoreana sin triunfalismos.
Conclusión:
En lugar de copiar aspectos orientales como el Reiki o la meditación Zen que han terminado por minar la fe de muchos, mejor aprendamos del gran respeto de oriente al celebrar la fe católica. Esa capacidad alegre, profunda, contemplativa y natural de poner en práctica el Evangelio. Como toda Iglesia local, tendrá sus tentaciones y aspectos a mejorar; sin embargo, en términos generales, podemos aprender de ellos; sobre todo, a la hora de construir la nueva evangelización y el necesario compromiso solidario con los más necesitados.
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