Hoy en día el negro es un color de moda. Los vampiros y brujos protagonizan películas, son jóvenes, guapos y admirables. Los adoradores del diablo son personas que dicen buscar el bien de todos, aunque sea en el sentido más relativista y anticristiano posible.
Ya no existen referencias simbólicas con las que juzgar una realidad que se nos ofrece como cautivadora. Mal y bien son, hoy en día, tan solo categorías subjetivas que dependen de la realidad de cada persona o grupo. La sociedad acepta que nos autodenominemos como hipster, rasta, friki o adorador del diablo, ya que todas son estéticas que visten el inmenso vacío que portamos en nuestro interior. Autodenominarse cristiano está tolerado, mientras no deje de ser una estética intercambiable.
En una entrevista reciente, un satanista llamado Lucien Graves, dice de su grupo satánico lo siguiente: “Trabajamos en temas sociales, que faciliten el diálogo socio-político. Uno de los temas que sentimos en el corazón son los derechos de los homosexuales. Hubo muchos avances hasta ahora, pero queda mucho progreso por hacer… Para nosotros, el matrimonio (gay) es un sacramento… pensamos que el estado de Michigan debería reconocerlo sobre la base de la libertad religiosa.” ¿A qué llaman estas personas matrimonio? ¿Saben qué es un sacramento?
Cuando nos quedamos sin signos que comuniquen el mal, tampoco tenemos signos que comuniquen el bien. Esta realidad se evidencia la sociedad asimila el matrimonio a contrato o a una celebración social. Con esta visión ¿Qué más da la “estética” con la que se celebre?
Cuando el bien y el mal dejan de tener sentido semántico, no somos capaces de expresarlos y diferenciarlos. Sin capacidad de comunicación bien y mal desaparecen de nuestro lógica. Perder la capacidad de discernir el mal hace que Lucien Graves pueda decir que son un grupo de buenas personas comprometidas en difundir “la benevolencia”, “la empatía”, “el sentido común, práctico”, y “la justicia”; para guiar las conciencias a la búsqueda de “nobles objetivos” como los derechos de los homosexuales y el aborto libre.
En al entrevista, Lucien también señala: “Vamos a hacer más por la justicia social e insto a la gente a conocer nuestro proyecto ‘Proteger a los niños’ (…).También sé que Snyder (Gobernador de Michigan) ha estado intentando que sea insostenible para las mujeres interrumpir un embarazo, y sentimos que debería proteger a las mujeres de los procedimientos superfluos como la ecografía transvaginal, con la exención religiosa”. Si perdemos la conciencia del mal es sencillo ofrecer el aborto como un bien y defender que se proteja a la mujer de lo que pueda convencerla de no abortar. El aborto se sitúa como un bien a defender socialmente y la defensa de la vida, como algo que hay que prohibir. No creo que nadie pueda dudar del objetivo final de todo ello: hacer sufrir al ser humano, empezando por las futuras madres.
Para este satanista, el “matrimonio gay” es un “sacramento” que puede ser celebrado de como cada cual desee. Por ejemplo de forma satánica. Hoy en día la sociedad es totalmente insensible a estas propuestas, debido a que no pensamos en que el mal sea dañino, ni el bien, beneficioso. Para muchos de nosotros, el mal y el bien son, tan sólo, estéticas diferentes que hablan de lo mismo: nuestro egoísta beneficio personal.
Pasando a la dimensión comunicativa: como nadie sabe qué es un sacramento, es fácil hablar de este signo de Dios como si habláramos de una ceremonia social en la que la estética es perfectamente intercambiable.
Cuando llamamos sacramento a cualquier cosa, la palabra pierde su significado y perdemos la capacidad de diferenciar, razonar y juzgar con respecto a algo que no conocemos ni entendemos. En nuestra sociedad se suele llamar prejuicio a definir claramente el significado de una palabra e incluso si no nos dejarnos engañar, nos pueden llamar fanáticos. También nos pueden llamar, con cierto desprecio, “fundamentalistas”, ya que quien tiene un entendimiento fundamentado no es relativista y el relativismo se considera un bien social.
Los sacramentos son signos que marcan a quien lo recibe. Signos que buscan que abramos nuestro corazón y dejemos que Cristo nos transforme con su Gracia. Según seamos trasformados seremos símbolos de Cristo en esta sociedad. Pero no todas las marcas son iguales ni todas vienen de Dios. Recordemos que el Apocalipsis habla de eso:
“Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre” (Ap 13, 15-18)
Sólo quien posee la marca de la bestia puede vivir sin que se le señale o denigre. El Apocalipsis habla de la constante tribulación que padecemos los cristianos. La marca de la bestia está de moda y es bien vista. Mientras, tenemos casi olvidados los signos de Dios.