El evangelio involucra a personas reales en situaciones reales. Es decir, nos habla de los valores que hay que alcanzar y los antivalores que conviene superar. Por esta razón, siempre tiene algo nuevo que decir a la humanidad de cada época. En este caso, retomaremos al que era el gobernador romano en la Jerusalén de los tiempos de Jesús: Poncio Pilato. Su actitud ante las acusaciones de los sumos sacerdotes contra Cristo, fue la de lavarse -literalmente- las manos; es decir, optar por la salida fácil. Ciertamente, no somos nadie para juzgarlo de manera objetiva, pero sí que podemos aprender de lo que hizo para ver si no estamos haciendo lo mismo a nivel social y/o eclesial. Nunca viene mal un poco de autocrítica a modo de examen de conciencia. Empecemos por nuestra forma de afrontar los problemas que hay en la sociedad. Criticamos las injusticias que hay en diferentes escenarios y, la mayoría de las veces, tenemos razón en lo que decimos; sin embargo, cuando llega el momento de actuar -por ejemplo, en política- nos da miedo el compromiso y terminamos pidiendo que alguien más lo haga. Lo mismo hacemos dentro de la Iglesia. Nos damos cuenta que hay proyectos apostólicos en los que falta visión y significatividad, pero cuando tenemos la posibilidad de participar en ellos, rápidamente nos excusamos, cayendo incluso en la falsa humildad. Lavarse las manos al más puro estilo de Poncio Pilato, es la causa principal de la crisis que estamos viviendo. Aunque no seamos responsables directos de las injusticias, el simple hecho de hacer como que no nos damos cuenta, termina perjudicando. Tampoco se trata de perder el sueño o, en su caso, cargar con aquello que no nos corresponde; sin embargo, debemos tener la iniciativa y actuar en consecuencia según nuestras posibilidades, porque el conformismo y la indiferencia son los dos grandes males del mundo de hoy.
La Iglesia necesita seguir avanzando y esto no significa volverse progresistas, sino tener la disponibilidad para invertir nuestro tiempo, habilidades, estudios y talentos a favor de las diferentes iniciativas personales y grupales en las que podamos ayudar. Dejarle todo a los obispos y a las religiosas, es reproducir lo que hizo Poncio Pilato. Si bien es cierto que él no fue quien levantó el rechazo público hacia Jesús, decidió ahorrarse compromisos y dejar que se las arreglara solo. Muchas instituciones de la Iglesia están en crisis, porque las hemos abandonado, desatendido. Y claro, cuando se vienen abajo, nos llevamos las manos a la cabeza, diciendo: “pero si todo iba muy bien…”. Vale la pena aprender del evangelio, de las actitudes planteadas y, desde ahí, ver a quién nos parecemos. El objetivo es seguir las huellas de Jesús, quien lejos de salirse por la tangente, supo comprometerse hasta las últimas consecuencias. Es decir, por más difícil que fueran las circunstancias, no se bajó de la cruz y por cruz podemos entender, la misión que él mismo nos ha confiado en los diferentes campos. Los que huyen cuando la situación se vuelve complicada, es porque nunca maduraron en su fe. Y eso es justo lo que debemos evitar. Ser de los que hablan mucho, pero que a la hora de la verdad salen corriendo, sin importar las lesiones y daños que dejen en el camino. Dios no nos obliga a lo imposible, porque sería una incongruencia, pero es un hecho que busca un “si” como el de María; es decir, afectivo y efectivo. De otra manera, perdemos el tiempo, engañando y engañándonos.
Ante la crisis antropológica, religiosa, política, económica, educativa, etc., no hay pero que valga. Lavarse las manos es cobardía. Por lo tanto, recuperemos la esperanza y desde una perspectiva realista, sepamos construir, dar nuevos pasos, evitando acomodarnos o perder de vista lo esencial. Vale la pena tomarse el tiempo y la energía de hacer algo por el mundo a partir del Evangelio. Eso implica no solamente sonreír y tener buenas intenciones, sino poner en juego todo lo que somos. Recordemos la valentía de tantos fundadores y fundadoras que sin tener un solo centavo, supieron confiar, trabajar y hacer equipo con tal de construir la fundación que les tocaba. El momento es ahora. Si está en nuestras manos evitar que una obra o proyecto se vaya a pique, hay que hacerlo, porque son medios para alcanzar el fin. Demos la cara y no nos desanimemos nunca. ¿La clave? Descubrir a Dios y hacerlo parte de nosotros.
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