Carta abierta a Pedro Sánchez
Señor Presidente: derribe cuanto antes la Cruz del Valle de los Caídos
Permita que le regale un consejo que usted no ha pedido. Lo hago desde una óptica estrictamente profesional.
Llevo en el oficio de la publicidad y la comunicación política desde 1975. Pero mi historia no es importante.
Lo importante es que usted derribe esa Cruz.
Haga caso al agente del MI6 Ian Gibson. A la gente de Bildu, penúltimos beneficiarios de la CIA en España. (¿Recuerda a Grimaldos?) Proceda como le indica el caballero valenciano de las fallas verbales y los compromisos inestables.
En fin, repito, derribe esa Cruz.
Será, sin duda, la mejor campaña de evangelización que se habrá hecho en España desde que sus abuelos se dedicaron a quemar iglesias y, bajo la minuciosa dirección de las logias, asesinaron a más de 15.000 católicos.
Derribe la Cruz del Valle. Es la más alta de nuestro precioso y muy sano planeta azul. Todo un golpe de efecto.
Derribe la Cruz y dejará en su lugar un vacío colosal. No tengo que recordarle que el vacío atrae más que la plenitud, que lo explicado, que lo que se ve. El misterio del vacío es el gran argumento publicitario de las marcas de lujo... Contarlo todo es siempre un grave error. Lo cometen, ay, los novelistas malos, los políticos cortoplacistas -disculpe la redundancia- y los periodistas vanidosos, tipo Umbral. En general, el soberbio tiende a explicarse demasiado. Pretende ocultar y se muestra a cada paso: esos monolitos, esas pirámides, esos crímenes rituales: ¿no cree que el aborto y la eutanasia son demasiado explícitos? Poseen una obscena liturgia: "Mi cuerpo, mi sangre", ya sabe usted.
Pedro Sánchez, en la nave de la basílica del Valle de los Caídos, la más larga del mundo. El presidente del Gobierno la visitó el pasado 4 de abril para hacerse unas fotos en los osarios.
Derribe la Cruz, se lo ruego como publicitario católico. Ante semejante vacío, millones de personas se preguntarán ¿por qué?, esa pregunta que la ciencia no puede responder y que el Mal arroja en las playas de la inocencia humana. Millones rezarán más. Millones rezarán por primera vez. Millones preguntarán por el hombre de Galilea, tan desolados como el bueno de Cash y el bueno de Dylan. Millones verán en el vacío de la Sierra, por primera vez, su propio vacío. ¿Por qué? Millones de sacerdotes celebrarán con más amor los sacramentos. Millones se bautizarán. Por el vacío que usted abrirá se colará el misterio de Dios. Derribe esa Cruz.
Además, sé que lo hará, no sé por qué trato de convencerle. Es usted una alma vital y generosa, tan generosa como para no aprender nada de la experiencia. Su alma alberga una bondad que se oculta al mundo, lo cual es humildad y pudor. No tengo que explicarle que, si fuera usted absolutamente malo -como pretende la prensa de derechas y los políticos de derechas- usted no existiría. En ausencia de bien, no hay ser; y permita que haya citado a San Agustín.
No, usted tampoco es soberbio: la soberbia lleva a la ceguera y a la idiotez, recuerde a Adán y Eva. Y, sin duda, tiene el don del ecumenismo, regalo de Dios que tan poco abunda, de verdad, en la Iglesia católica.
Sus enemigos andan muy confundidos con usted, señor presidente. Es por ello que le duran solo unos pocos asaltos.
Por mi parte, termino. Si derriba la Cruz habrá hecho una campaña tan genial a favor de Cristo que los obispos y el Papa deberán agradecérsela.
Yo, desde ahora, le doy las gracias de todo corazón.
Y si no la derriba, muchos católicos poco dados a entender el misterio de la Cruz, se alegrarán y tranquilizarán sus conciencias en salones enmoquetados y despachos parroquiales: ¿qué parte de la tortura y destrucción horrible del cuerpo de Cristo no acaban de comprender?
Como dictaba la antigua urbanidad, señor Presidente, quedo de usted muy agradecido, su seguro servidor que estrecha su mano,
Francisco.