Como he comentado en alguna ocasión, los alumnos de la asignatura de religión en un centro público no suelen tener una inquietud espiritual o una práctica religiosa superior a la del resto de sus compañeros, salvo excepciones.
Algunos de ellos pertenecen a algún movimiento juvenil de su parroquia, tipo scouts católicos o similares, pero en ocasiones solamente acuden a las reuniones o actividades de su grupo, sin frecuentar la celebración de la eucaristía dominical, por ejemplo (sí, es un gran misterio entre el “más vale eso que nada” y el “pues no se entiende para que tanto grupo parroquial si luego no van a misa”, pero eso ya sería otro tema), y otros, sin tener claro el motivo por el cual han optado por la asignatura, vienen con sus dudas de fe, sus tópicos anticlericales que han mamado de la televisión o incluso algunos que confiesan sinceramente ser ateos (sí, es otro gran misterio y también otro tema aparte).
Sea como sea, al comienzo de curso suelo dar las gracias a mis alumnos por haberse matriculado y por dos razones: la primera es de propia conveniencia, gracias a ese gesto un servidor y otros muchos podemos tener trabajo, lo que ya es mucho en estos días (bueno, la verdad es que ahora mismo ni siquiera ejerzo, esperando alguna oferta o alguna sustitución, así que bien vamos). La segunda es porque, aunque ellos mismos no sean conscientes, han hecho un algo muy valiente. Cuando comento esto suelen poner cara de extrañeza, pero les explico que en un tiempo dónde todo lo que suena a Fe, Iglesia, Jesucristo o religión parece inútil o pasado de moda, que un chico en su adolescencia haga ese gesto es una forma de mostrar ante el mundo, aunque sea de forma sutil, que algo de verdad o interés tiene que haber en ello. Incluso, también de forma sutil, pueden empezar a experimentar la persecución con las burlas, bromas o incluso desprecios de otros chicos por haberlo hecho.
Como casi siempre me gusta hacer se lo llevo a la práctica y les escribo en la pizarra la frase qe da título al artículo “un chico de 15 años que va a misa todos los domingos es un …” y les pido que la completen con una palabra del mismo modo que sus amigos que no van a la asignatura de religión o incluso ellos mismos lo harían.
Al principio lo más voluntariosos y con ánimo de quedar bien empiezan a decir “es un cristiano”, “es un creyente”… pero cuando les digo
-¿De verdad acabarían vuestros amigos la frase así?
los más “sinceros” se animan a responder cosas como “es un friki”, “un beato”, “un meapilas”… o cualquier otra similar (si repasásemos los términos del español en toda latinoamérica la lista de palabras sería de unas 50).
Cuando se dan cuenta de que ellos mismos, ¡qué son alumnos de religión! (les recalco) también acabarían la frase así, entienden el valor, en sus dos acepciones de valentía y de importancia, del hecho de matricularse en la asignatura. Ya vendrán otros tiempos y otras experiencias que se lo confirmarán.