Entregar mi cuerpo no es entregar una parte de mí, es entregarme yo mismo, darme total y absolutamente a quien se me da total y absolutamente en un acto que me hace una sola carne con el otro. Es mucho más que una muestra de afecto. Es realizar en nuestro cuerpo la unión indisoluble de dos almas.
Hoy en día se ha quitado muchísima importancia al sexo, y se ha pasado a considerar un juego, un gesto de amor sin más, fácilmente prostituible. No es cualquier cosa. No es un juego. No es un gesto de amor más. Es un momento sagrado, un instante de comunión total, un anticipo del gozo del cielo. El vínculo que genera es tan potente que por un momento los dos se sienten uno. Por eso mismo hay que dar el cuerpo solo a la persona adecuada en el momento adecuado.
Solo cuando me digas que me vas a amar para siempre, solo cuando nuestro amor esté protegido por un compromiso incondicional, solo cuando me juras un amor que irá más allá de los vaivenes de la vida, solo entonces puedo hacerme una sola carne contigo. Si lo hago antes, no me he entregado del todo. Estoy diciendo con mi cuerpo algo que no he dicho con mis labios ni con mi corazón. Nuestra entrega está a la intemperie, desprotegida, sujeta al cambio.
Muchas veces nos entregamos sexualmente al otro por miedo a perderle. Pero precisamente al darnos de ese modo ya nos estamos perdiendo. El modo de no perder al otro es jurarse, ante el altar, amor eterno. Y solo entonces sellas esa entrega con el cuerpo. Si quieres a tu novio o novia, por mucho que te apetezca hacerlo, no lo hagas. Espera. Sé paciente. Entrena el instinto. Prepárate para la entrega total, de toda la vida y para siempre, que es el matrimonio. Y esa noche recibirás el cuerpo del otro como un regalo de Dios, algo precioso e inmerecido, y sabrás valorarlo, no como una conquista o un trofeo, sino como un don que te permite tocar el cielo.
Y si no eres virgen, pacta una segunda virginidad y empieza de nuevo. Nunca es tarde y Dios lo puede todo. El amor hace nuevas todas las cosas. Reúne los pedazos de tu corazón y deja que Dios lo reconstruya. Y ama a aquel con el que estás como si fuera el primero, el ultimo, el único.