Volviendo al tema que nos ocupa, si estamos indignados ante tantos abusos que sufren las mujeres, ¿cómo es posible aprobar una relación basada en el maltrato? Lo positivo que pudiéramos sacar de la ficción, es que al menos sirva para enseñar sobre lo que no llena al ser humano, porque el querer experimentar cosas nuevas o desinhibirse en temas tabú, nunca justifica presentar patrones de conducta en los que la violencia se vuelve algo normal, casi parte del paisaje. La sexualidad es un atributo del ser humano. Es decir, algo bueno de forma y fondo; sin embargo, puede distorsionarse, confundiendo libertad con libertinaje, consentimiento con abuso, placer con adicción, etcétera. ¿Para querer a una persona hay que dejarse pisotear? La respuesta es que no, pues sería aceptar de facto el lamentable “pégame pero no me dejes” que continúa arraigado en muchas sociedades de nuestros países. Los abogados somos testigos de eso, cuando -por ejemplo- una mujer que ha sido maltratada decide darle una segunda y tercera oportunidad al hombre que la golpea en vez de presentar la denuncia correspondiente. Una historia que hace de la relación entre hombre y mujer un sometimiento de alguno de los dos, se aleja del amor, la justicia y, por supuesto, de la verdad. El matrimonio, como institución civil o canónica, no ha fracasado. Lo que falla es la manera en la que se llega al altar, pues a menudo la presentación de los futuros esposos viene tras una relación turbulenta, fuera de un noviazgo sano, consciente, maduro, en el que la diversión también tiene un lugar importante, porque muchas veces pensamos -equivocadamente- que la palabra compromiso es sinónimo de luto, cuando también incluye su buena dosis de ilusión, recreación y aventura en el buen sentido de la palabra.
En resumen. Favorecer en medio del machismo, una perspectiva según la cual el sexo femenino queda como objeto, trastorna la complementariedad -que no es sumisión- entre hombre y mujer. Para entender mejor lo que es el amor, un recurso valioso puede ser leer la encíclica “Deus Caritas est”. Los matrimonios que han perseverado hasta el final, lejos de usarse, aprendieron a complementarse. Por lo tanto, dejemos a un lado toda reducción de lo que significa la vida en pareja. Siendo algo tan grande, ¿por qué habríamos de conformarnos con una visión pobre, deshumanizada y contraria a la felicidad? No hay que tener miedo al compromiso.
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