“Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y lo bendijo diciendo: ¡Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra!” (Génesis 14:18-19).
INTRODUCCION
Muchas personas se preguntan: ¿Por qué molestarse en estudiar la historia? Según parece, somos parte de una cultura que vive sin prestar demasiada atención a nuestro propio pasado, y menos aún al pasado de la historia de siglos anteriores al nuestro.
Por ello sigue vigente esta pregunta actual: ¿Qué sentido hay en aprender la historia y el desarrollo de la Santa Misa? La respuesta es simple: sólo conociendo su pasado podremos comprender el significado de la Misa actual, y cuanto más aprendamos sobre su origen y desarrollo, tanto más aprenderemos a apreciarla y a amarla profundamente.
El estudio de la historia de la Santa Misa nos revela su riqueza y hace posible que comprendamos claramente lo que nos ofrece la liturgia, y también cuál es nuestro papel en ella. Pero no nos limitemos a aprender su historia, sino que debemos comprenderla. El verdadero obstáculo para nuestra fe es la ignorancia y la falta de interés en buscar la verdad.
LA FIESTA JUDIA
El pueblo judío del Antiguo Testamento se reunía delante del Arca de la Alianza que contenía las tablas de la Ley, palabra permanente de Dios, y el vaso del maná, pan ácimo sin levadura que evocaba la huida de Egipto, y que era comida de salvación para el pueblo. Se sacrificaba un cordero y su sangre, lanzada al aire por los sacerdotes, borraba los pecados del pueblo.
Pero independientemente de este rito anual, el sábado era el día establecido por Dios para que su pueblo le rindiera culto público, y su celebración y dedicación constituía una total obligación para el pueblo. El descanso sabático era de naturaleza estrictamente religiosa, y por ello culminaba en la obligación de un sacrificio. Este día era para los judíos un signo de la Alianza divina, por lo que lo celebraban con una fiesta que contenía la promesa de una realidad que aún no había tenido lugar.
LA TODAH JUDIA
El antepasado litúrgico de la Misa es la todáh del antiguo Israel. Etimológicamente, el término hebreo todáh significa acción de gracias, al igual que el término griego eucaristía. La todáh era una comida sacrificial compartida con amigos, a fin de celebrar el agradecimiento a Dios. La todáh empieza con el recuerdo de una amenaza mortal, celebrando a continuación que Dios haya librado al hombre de aquella amenaza. Era una poderosa manifestación de confianza en la soberanía y la compasión de Dios.
El ejemplo clásico de una expresión en la todáh es el Salmo 22, que empieza con la frase: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” El propio Jesús la citó en sus últimos instantes en la cruz. Sus oyentes debieron reconocer la cita y por ello supieron que esta frase, que comienza con un grito de abandono, termina en un tono triunfante de salvación. Citando esta todáh, Jesús mostraba así su confiada esperanza de liberación.
Las semejanzas entre la todáh y la Eucaristía van más allá de su común significado de acción de gracias. El Papa Benedicto XVI escribió al respecto: “Estructuralmente hablando, toda la cristología eucarística está presente en la espiritualidad de la todáh del Antiguo Testamento” (Discurso en la Jornada Mundial de oración por las vocaciones – abril del 2013). Tanto la todáh como la Eucaristía presentan su culto mediante la palabra y la comida. Más aún, tanto la todáh como la Misa incluyen un ofrecimiento incruento de pan ácimo y vino. Los antiguos rabinos hicieron una significativa predicción con relación a la todáh al decir: “Cuando llegue la era mesiánica cesarán todos los sacrificios, menos el sacrificio todáh, el cual no cesará por toda la eternidad” (Pesiqta, I, página 159).
LA INSTITUCION DE LA EUCARISTIA
La Misa, frecuentemente denominada Santa Misa, tanto en la Iglesia Católica Romana como en la Iglesia Luterana, es el acto litúrgico dentro del cual se ofrece la Eucaristía. De acuerdo a los Evangelios, la Misa fue instituida por Jesús de Nazareth durante la Ultima Cena con sus apóstoles. La diferencia entre ambas iglesias es que mientras los católicos creen que la transubstanciación ocurre durante el rito de la consagración del pan y el vino, los luteranos dicen que lo que realmente ocurre en ese momento es la consubstanciación.
Como se dijo anteriormente, fue el propio Jesús quien instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre durante la Ultima Cena como memorial de su muerte y Resurrección, ordenando a sus apóstoles celebrarla hasta que vuelva (1ª. Corintios 11:26), de manera que a través de la Santa Misa se le reciba a Él mismo como alimento espiritual.
Pero Jesús además quiso confirmar la Eucaristía un día después de su Resurrección cuando, camino hacia Emaús, encontró a dos de sus discípulos, Cleofás y otro del que se desconoce el nombre, y accedió a la invitación de ellos para compartir la cena. Los dos discípulos reconocieron a Jesús cuando, a mitad de la cena, bendijo el pan y el vino y lo compartió con ellos (Lucas 24:13-35). Esta ceremonia en el camino a Emaús marcó, por así decirlo, el orden litúrgico a seguir en nuestra Iglesia Católica.
En los primeros tiempos del cristianismo los convertidos se reunían diariamente y escuchaban los sermones de los apóstoles. En dichas reuniones paulatinamente se fueron agregando diversos actos en recuerdo de las palabras de Jesús, así como de la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero pronto surgieron dos temas que originaron la confrontación entre cristianos y paganos.
El primero fue la acusación de los paganos contra los cristianos diciendo que estos practicaban el canibalismo. Esto fue debido a las palabras de Jesús relacionadas con el rito eucarístico: “Esto es mi cuerpo… este es el cáliz de mi Sangre… Si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre…” (Juan 6). Los paganos creían que ser cristiano era participar de unos ritos extraños y secretos, hasta que los apologistas cristianos de entonces las interpretaron para el pueblo pagano, mostrando así su significado espiritual.
La otra controversia entre cristianos y paganos surgió debido a la celebración del Día del Señor. Mientras que los judíos siempre han mantenido que ese día debe de ser el sábado, en el cristianismo se considera que el Día del Señor debe ser siempre el domingo, ya que este fue el día de la Resurrección de Jesús. Por supuesto hay que tener en cuenta que los judíos nunca han aceptado a Jesús como el Mesías, por lo cual el Señor para ellos es Yahvé.
Desde tiempos de los primeros cristianos el día domingo ha sido el día de reunión litúrgica, donde se escucha la Escritura y se oficia la liturgia de la Sagrada Eucaristía, con el fin de comulgar el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.
Ya en la iglesia primitiva los cristianos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42). San Pablo siempre reveló su preocupación por transmitir de forma precisa la liturgia, subrayando la importancia de la doctrina de la presencia real, indicando al mismo tiempo las terribles consecuencias en no creer en la Eucaristía: “Todo el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, como y bebe su propia condena” (1ª. Corintios 11:29).
Fue el apóstol Santiago quien compuso la primera liturgia cristiana, de la cual derivan las actuales de San Juan Crisóstomo y San Basilio el Grande.
LA DIDAKÉ
Independientemente a los libros del Antiguo Testamento, el escrito cristiano más antiguo que ha llegado hasta nuestros días es un manual litúrgico, al cual podríamos catalogarlo como misal, el cual se titula Didaké, que en griego significa Enseñanzas, y que también se le conoce como Doctrina del Señor a las naciones del mundo por medio de los Doce Apóstoles.
La Didaké es una colección de enseñanzas de los apóstoles, y se compiló en Antioquía de Siria en algún momento entre los años 50 al 110 d.C. La Didaké utiliza cuatro veces la palabra Sacrificio para describir la Eucaristía. De la Didaké aprendimos también que el día habitual de la liturgia es el Día del Señor, y que era costumbre arrepentirse de los propios pecados antes de recibir la Eucaristía: “En cuanto al Día del Señor, una vez reunidos partid el pan y dad gracias después de haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro” (capítulo 4, verso 1).
Sobre el modo de realizar el Sacrificio eucarístico, la Didaké ofrece una plegaria que sorprende por su poesía. Podemos encontrar sus ecos en liturgias y cantos cristianos actuales, tal como se manifiesta en estos tres versos:
1. “Así como este trozo estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra en tu Reino. Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos por medio de Jesucristo. Nadie coma ni beba de esta Eucaristía, a no ser los bautizados en el nombre del Señor” (Capítulo 9, verso 4).
2. “Tú, Señor omnipotente, has creado el universo a causa de tu Nombre; has dado a los hombres alimentos y bebida para su disfrute, a fin de que te den gracias y, además, a nosotros nos has concedido la gracias de un alimento y bebida espirituales y de la vida eterna por medio de tu Siervo” (Capítulo 10, verso 3).
3. “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal y perfeccionarla en tu amor; y a ella, santificada, reúnela de los cuatro vientos en el Reino tuyo que le has preparado” (Capítulo 10, verso 5).
RAICES E HISTORIA DE LA LITURGIA
La liturgia de la Iglesia primitiva se basaba profundamente tanto en los ritos como en las Escrituras del antiguo Israel, tal como sigue haciéndolo nuestra propia liturgia de hoy en día. Definitivamente, Jesús instituyó la Misa durante la cena pascual, y su acción de gracias eucarística completará y perfeccionará el sacrificio pascual. Esta conexión era clara para la primera generación de cristianos, muchos de los cuales eran devotos judíos inicialmente. De ahí que las oraciones de la Pascua entraron enseguida en la liturgia cristiana.
Prueba de ello son las oraciones sobre el vino y el pan ácimo de la comida pascual: "Bendito seas, Señor Dios nuestro, creador del fruto de la vid. Bendito seas, Señor Dios nuestro, Rey del universo, que sigues dando pan de la tierra". La frase "¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! La tierra está llena de su gloria" (Isaías 6:3). Estas oraciones eran otro lugar común del culto judío, que se incorporó rápidamente a los ritos cristianos. Las podemos en una carta compuesta por el cuarto Papa, San Clemente de Roma, hacia el año 96 d. C. (Joseph Ratzinger: La fiesta de la fe: ensayo de teología litúrgica).
El siguiente testimonio de la doctrina eucarística de la recién nacida Iglesia viene también de Antioquía de Siria. Hacia el año 107 d. C., San Ignacio, obispo de Antioquía, escribió frecuentemente acerca de la Eucaristía mientras viajaba hacia Occidente, camino de su martirio. Habla de la Iglesia como el lugar del sacrificio Y a los cristianos de Filadelfia escribía: "Tened cuidado, entonces, de tener sólo una Eucaristía. Pues sólo hay una Carne de nuestro Señor Jesucristo, y un cáliz para mostrar en adelante la unidad de su Sangre; un único altar, como hay un solo obispo junto con los sacerdotes y diáconos, mis consiervos".
En su carta a la Iglesia de Esmirna, Ignacio arremete contra los herejes que, ya en aquella temprana fecha, estaban negando la doctrina verdadera: "Se mantienen alejados de la Eucaristía y de la plegaria, porque no confiesan que la Eucaristía es la Carne de nuestro Salvador Jesucristo". Instruye a los lectores acerca de los notas de una verdadera liturgia: "Que sea considerada una Eucaristía apropiada la que es administrada por el obispo o por uno al que se lo haya confiado" (San Ignacio de Antioquía, Carta a los filadelfios, 4).
Ignacio hablaba del Sacramento con un realismo que debió resultar chocante para la gente que no estuviera familiarizada con los misterios de la fe cristiana. Seguramente fueron palabras como las suyas, sacadas de contexto, las que alimentaron el revuelo de acusaciones del Imperio romano que una y otra vez arrojaban las acusaciones de canibalismo contra los cristianos. En las décadas siguientes, la defensa de la Iglesia recayó en un profesor converso de Samaria, llamado Justino. Fue Justino quien levantó el velo de secreto que cubría la antigua liturgia. En el año 155 d.C. escribió una extensa carta al emperador pagano Antonino Pío describiendo lo que, todavía ahora, podemos reconocer como la Misa:
"El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros y por todos los demás donde quiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y en nuestras acciones, y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna. Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros." (San Ignacio de Antioquía, Carta a los esmirniotas, 7).
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados. El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias, todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: ‘Amén’. “Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua eucaristizados y los llevan a los ausentes" (San Justino mártir, Apología, 1, 6567 y. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1345).
Justino comienza su descripción situándola directamente en el día del sol: Sunday, domingo, que fue el día en que Jesús resucitó de la muerte. La identificación del Día del Señor con el domingo es testimonio universal de los primeros cristianos. En cuanto que día principal de culto, el domingo ha llevado a cumplimiento y reemplazado al séptimo día, el sábado de los judíos, como se dijo anteriormente.
Justino explica el sacrificio y el sacramento de la Iglesia. Pero no minusvalora la presencia real. Utiliza el mismo realismo gráfico que su predecesor Ignacio: "El alimento que se ha hecho Eucaristía por la oración de su Palabra, y que nutre nuestra carne y sangre por asimilación, es la Carne y la Sangre de aquel Jesús que se hizo carne".
Tal era la experiencia católica, o universal, de la Eucaristía. Pero, mientras la doctrina permanecía idéntica en todas partes del mundo, la liturgia era, en gran medida, un asunto local. Cada obispo era responsable de la celebración de la Eucaristía en su territorio y, gradualmente, diferentes regiones desarrollaron su propio estilo de práctica litúrgica: siríaca, romana, galicana, etc. Es digno de subrayar, sin embargo, cuánto conservaron en común todas estas liturgias siendo tan variadas como eran. Con pocas excepciones, compartieron los mismos elementos básicos: rito penitencial, lecturas de la Sagrada Escritura, canto o recitación de salmos, homilía, himno angélico, plegaria eucarística y Comunión.
Las iglesias siguieron a San Pablo a la hora de transmitir con un especial cuidado las palabras de la institución, las palabras que transforman el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: "Esto es mi Cuerpo... éste es el cáliz de mi Sangre". (San Justino mártir, Apología, 1, 66 y San Justino mártir, Diálogo con Trifón, 41).
Hacia el 215, Hipólito de Roma compuso su gran obra, la Tradición Apostólica, en la que estableció las enseñanzas litúrgicas y teológicas que la Iglesia romana había conservado desde los tiempos de los Apóstoles, Una de las secciones propone un ajustado guión de la liturgia para la ordenación de sacerdotes. Mientras que en la descripción de Justino podemos ver nuestra Misa, en la obra de Hipólito podemos oírla.
Sacerdote: El Señor esté con vosotros.
Comunidad: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Levantemos el corazón.
Comunidad: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Sacerdote: Demos gracias al Señor.
Comunidad: Es justo y necesario.
Desde el mismo período encontramos los textos más antiguos de las liturgias que reivindicaban un linaje apostólico, las liturgias de San Marcos, Santiago y San Pedro; liturgias que aún se usan en muchos lugares de todo el mundo. La liturgia de Santiago fue el rito preferido de la antigua Iglesia de Jerusalén, que reclamaba a Santiago como su primer obispo. Las liturgias de Santiago, Marcos y Pedro son teológicamente densas, ricas en poesía, ricas en citas de las Escrituras. Recordemos que cuando poca gente sabía leer, y menos gente aún podía permitirse el lujo de tener copias de libros, la liturgia era el lugar donde los cristianos asimilaban la Biblia. Por eso, desde los primeros días de la Iglesia, la Misa ha estado empapada de la Sagrada Escritura.
Recordemos siempre que el sacrificio de la Santa Misa se ofrece a Dios en base a cuatro fines:
1. Para honrarle como conviene, y por esto se llama latréutico.
2. Para agradecerle sus beneficios, y por esto se llama eucarístico.
3. Para darle alguna satisfacción de nuestros pecados y para ofrecerle sufragios por las almas del purgatorio, por lo cual se llama propiciatorio.
4. Para alcanzar todas las gracias que nos son necesarias, y por esto se llama impetratorio.
ESTRUCTURA DE LA SANTA MISA
Según la forma ordinaria del rito romano, para el rito bizantino la Misa se componía tradicionalmente de dos partes: la misa de los catecúmenos, hoy llamada Liturgia de la Palabra, y la misa de los fieles, hoy denominada Liturgia Eucarística. A esto habría que añadir lo que son tanto los ritos de entrada como de despedida.
= = = = = = =