Dar testimonio de la fe es un mandato de Cristo. Un mandato que es muy fácil unir con otro mandato similar. Cristo nos pide que oremos en todo momento (Lc 18, 1). La Cuaresma puede ser un tiempo especialmente indicado para hacerlo, pero actualmente ¿Quién tiene tiempo para orar sin parar todo el día? ¿Quién es capaz de dar testimonio de su fe en todo momento? Lo normal es pensar que orar es recitar y recitar. ¿Dar testimonio? A veces no nos atrevemos ni a decir que somos creyentes. Tristemente, la sociedad actual no condiciona, presiona y nos termina llevando a considerar imposible manifestar la fe en todo momento. San Máximo el Confesor nos indica cómo debemos entender realmente la oración ininterrumpida:
El hermano le dijo: ¿Cómo puede el espíritu "orar sin interrupción" puesto que, salmodiando, leyendo, conversando, consagrándonos a nuestros oficios, lo desviamos hacia numerosos pensamientos y consideraciones?
El anciano respondió: La divina Escritura no ordena nada imposible. El apóstol también salmodiaba, leía, servía y, sin embargo, oraba sin interrupción. La oración ininterrumpida consiste en mantener el espíritu sometido a Dios con una gran reverencia y un gran amor, sostenerlo en la esperanza de Dios; realizar en Dios todas nuestras acciones y vivir en él todo lo que nos sucede. El apóstol, puesto que se encontraba en tal disposición, oraba sin tregua. (Acerca de la oración ininterrumpida. San Máximo el Confesor)
La oración ininterrumpida consiste en someter nuestro ser a la Voluntad de Dios con reverencia, esperanza y amor. Dar testimonio de nuestra fe, también es orar, porque hacemos sacro cada segundo nuestra vida. En la Cuaresma, la oración debe ser uno de los pilares de nuestra vida, pero entendiéndola como tener presente a Dios segundo a segundo con nosotros. Esforcémonos por tener presente a Dios en todo momento y hacerlo llenos de esperanza. Esperanza, que evidencia que esperamos y vivimos en Cristo. Cristo nos ha dicho que no nos abandona. Está con nosotros:
… enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mt 28:20)
La presencia de Cristo se une a nuestra oración y testimonio, para que el mundo no olvide que el Señor es Dios de todos y a todos nos ama.
Y como les había hecho encargos de mucha importancia, queriendo animarlos les dice: "Y mirad que yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos". Como diciendo: "y no digáis que es difícil cumplir lo que se os manda, porque estoy yo con vosotros, que todo lo facilito". No dijo que estaría con ellos, sino con todos los que creyesen después de ellos. Por lo tanto, hay que decir que los Apóstoles no vivirían hasta la consumación de los siglos, en atención a que estas palabras deben entenderse como dirigidas a todo el cuerpo de fieles. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 90,2)
Cristo está en medio de nosotros, cuando nos unimos en Su Nombre (Mt 18, 20). Unidos en Cristo, oramos cada momento de nuestra vida, Él no nos abandona y se hace presente. Está junto a nosotros hasta que los tiempos se consuman y Él nos conduzca hasta el Reino que nos prometió. Ahora, ¿Cómo orar y hacer presente a Cristo en todo momento de nuestra vida? No creo que haya métodos y formas para todos. Cada situación, persona y momento, necesitará de inspiración y valor. Tal vez tengamos que pedir ayuda al Espíritu Santo, el Paráclito, el Consolador. El Espíritu ilumina cada momento de nuestra vida si aceptamos ser humildes herramientas en manos de Dios. Dios quiera ayudarnos y tenga paciencia de nuestros errores y pecados.