Gabriel está sentado en la terraza semicircular desde donde se divisan los ríos de purificación de todo el purgatorio. Sus alas se esconden detrás de sus enormes espaldas como inertes e inactivas dando un aspecto algo más humano a su porte celestial y angélico. Su mirada meditabunda se pierde en el horizonte, más allá del cielo, más allá del purgatorio... más allá del abismo.
Los ríos avanzan por los territorios celestiales llenos de pasajeros que sufren por no estar disfrutando de la visión de Dios como hacen ya los santos y las almas ligeras de equipaje. Los recién llegados a la recepción celestial después de haber pasado su proceso de purificación en los ríos de Gracia del purgatorio son recibidos por sus seres queridos y sus santos preferidos, quienes los cubren de besos y de fiestas y los preparan para su audiencia con María.
Pero allá, en el principio de los ríos, dónde navegan almas todavía demasiado lejos de su destino en espera de oraciones que los adelanten y los purifiquen, allá en lo más profundo de las cataratas donde las almas todavía no tienen fuerzas para remontar hacia el cielo superior, se encuentran los elegidos para la misión. Gabriel se levanta desperezando sus gigantescas alas que provocan un viento celestial a su alrededor. Su lejana mirada se acerca y se fija en el fondo del acantilado, allí dónde comienzan los ríos de Gracia, allí dónde debe bajar a buscar a los elegidos para comunicarles su delicada misión. Un pie da un paso hacia el vacío y luego el otro. Gabriel cae como un rayo hacia el fondo, dejando sus alas y su plateada melena volar hacia arriba mientras su cuerpo celestial baja vertiginosamente. Cuando cae con estruendo sobre las secas estepas inferiores del purgatorio, provoca unas grandes olas sobre los ríos y las almas saben que ocurre algo inesperado. Gabriel comienza a pasear por la orilla y con su brazo potente va recogiendo a los soldados elegidos. Uno tras otro son sacados como si no tuvieran peso propio, con cuidado, con delicadeza. Son almas salvadas, son almas queridas por Dios.
Ellas comienzan a abrir los ojos aclimatándose a su nueva situación y observan como van surgiendo del agua más almas como ellas arrastradas por el poderoso brazo del ángel. Una, dos, tres, hasta siete. Cuando Gabriel deposita la séptima alma sobre el suelo comienza a hablar sin mover los labios como es propio de la comunicación celestial.
—Bievenidos, habéis sido seleccionados para una misión. El Padre os ha escogido.
Las almas se miran unas a otras sin comprender. ¿Misión?
—Vuestra estancia en el purgatorio se puede acortar si lleváis a cabo este delicado encargo. Venid conmigo.
El grupo sigue obediente al poderoso ángel Gabriel que los dirige inexorablemente hacia las altas puertas del purgatorio, donde se inician los ríos de purificación. Detrás de aquellas puertas está... la nada.
—Vosotras sois almas salvadas en el último momento. Habéis llevado una vida digamos, compleja, alejados de Dios, pero de una forma o de otra, habéis conseguido el perdón divino antes de vuestra muerte temporal y habéis podido entrar en su gloria. Detrás de estas puertas están las almas que no tuvieron ese último momento de conversión o arrepentimiento. Detrás de estas puertas están las almas condenadas, las que no quisieron acoger el Reino, —Gabriel se detiene en su discurso y posando su mano derecha sobre las puertas anuncia solemnemente— a partir de aquí comienza vuestra misión.
Las siete almas elegidas se retuercen de estupor y sorpresa. El anuncio no puede ser más desestabilizador. Una de ellas se aventura a preguntar:
—¿Pero cómo puede ser? Los salvados no podemos pasar al otro lado, un abismo infranqueable nos separa.
—Y si el juicio sobre nosotras está hecho y hemos sido salvadas, ¿qué se nos ha perdido allí? —se aventura a interpelar otra.
—El Padre lo tiene todo previsto y permitirá vuestro acceso al otro lado. En cuanto a vuestro objetivo... —las alas de Gabriel se despliegan con señorío y grandiosidad dando mayor énfasis a lo que dice— hay almas destinadas al cielo cuyo juicio se ha desarrollado favorablemente pero ellas.... no lo saben. Están confundidas y desorientadas y los demonios se han aprovechado de su situación para arrastrarlas al fondo y esclavizarlas. —Después de un corto silencio Gabriel anuncia definitivamente— vuestra misión consistirá en encontrarlas y traerlas de vuelta.
La conmoción entre el grupo es generalizado. Misión suicida, misión imposible.
—¡Esto no tiene ni pies ni cabeza!—exclama una fuera de sí.
—Acaso ¿dudas de Dios y de su infinita sabiduría?—ataja Gabriel con autoridad.
—No, claro que no, —contesta abrumada la asustada alma— he visto la Gloria de Dios y participo ya, en alguna medida, de su beatifica visión e infinita sabiduría, pero hay tantos cabos sueltos... ¿Porqué nosotros? ¿No hubiera sido más conveniente encargar esta locura a los grandes santos, a las almas mejor equipadas y puras del cielo superior?
—Precisamente por su grandiosa luz y pureza, ellas no podrían hacer este viaje. Se necesitan almas que no irradien casi luz para pasar inadvertidas entre los demonios. Es más, se os rebajarán en gran medida las potencias alcanzadas hasta ahora. Vuestra memoria del cielo y de la visión de Dios se reducirá al mínimo para que los demonios no os reconozcan. Así como vuestra voluntad que estará sujeta a las debilidades de vuestra anterior vida temporal. Así vuestro interior no comunicará excesiva luz en el reino de la oscuridad. Pero debéis ser rápidos y certeros. Cuanto más tiempo paséis allí y resistáis las asechanzas demoníacas más creceréis en fuerza y sabiduría y con mayor luz os mostraréis y llamaréis la atención de los demonios que os perseguirán con implacable interés.
—¡Me encanta! Nos mandan a una misión suicida en el corazón del infierno, con nuestras virtudes reducidas al mínimo y el objetivo incierto. ¿Sabemos al menos quienes y cuantos son los que debemos rescatar?
—No. Cuando llegue el momento, lo sabréis.
Las almas se inquietan sobre manera ante las puertas cerradas del purgatorio. Cuando se abran y las traspasen iniciarán un camino incierto de perspectivas poco halagüeñas.
—¿Contaremos con algún tipo de ayuda?
—No. Estaréis solos. Solo contareis con vuestra fortaleza interior, vuestras oraciones, vuestra caridad... vuestra esperanza en Dios.
—¿Cuál es el peligro mayor al que nos enfrentamos?
—Que os descubran. Si lo hacen, huid. No intentéis luchar contra ellos. Os encontraréis en su mundo en absoluta desventaja. Ellos os querrán esclavizar para toda la eternidad y lo tendrán todo a su favor.
—Pero si somos almas celestes, ¿cómo puede suceder algo así?
Gabriel se pasea entre las almas y se detiene contemplando los ríos de Gracia que corren atestados de almas purificándose y desembocan en el cielo superior lleno de luz y paz.
—Os puede pasar como a las almas a las que vais a rescatar... que olvidaron el camino de retorno.
"¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré!" (Is 49, 15)
Continuará...
Los ríos avanzan por los territorios celestiales llenos de pasajeros que sufren por no estar disfrutando de la visión de Dios como hacen ya los santos y las almas ligeras de equipaje. Los recién llegados a la recepción celestial después de haber pasado su proceso de purificación en los ríos de Gracia del purgatorio son recibidos por sus seres queridos y sus santos preferidos, quienes los cubren de besos y de fiestas y los preparan para su audiencia con María.
Pero allá, en el principio de los ríos, dónde navegan almas todavía demasiado lejos de su destino en espera de oraciones que los adelanten y los purifiquen, allá en lo más profundo de las cataratas donde las almas todavía no tienen fuerzas para remontar hacia el cielo superior, se encuentran los elegidos para la misión. Gabriel se levanta desperezando sus gigantescas alas que provocan un viento celestial a su alrededor. Su lejana mirada se acerca y se fija en el fondo del acantilado, allí dónde comienzan los ríos de Gracia, allí dónde debe bajar a buscar a los elegidos para comunicarles su delicada misión. Un pie da un paso hacia el vacío y luego el otro. Gabriel cae como un rayo hacia el fondo, dejando sus alas y su plateada melena volar hacia arriba mientras su cuerpo celestial baja vertiginosamente. Cuando cae con estruendo sobre las secas estepas inferiores del purgatorio, provoca unas grandes olas sobre los ríos y las almas saben que ocurre algo inesperado. Gabriel comienza a pasear por la orilla y con su brazo potente va recogiendo a los soldados elegidos. Uno tras otro son sacados como si no tuvieran peso propio, con cuidado, con delicadeza. Son almas salvadas, son almas queridas por Dios.
Ellas comienzan a abrir los ojos aclimatándose a su nueva situación y observan como van surgiendo del agua más almas como ellas arrastradas por el poderoso brazo del ángel. Una, dos, tres, hasta siete. Cuando Gabriel deposita la séptima alma sobre el suelo comienza a hablar sin mover los labios como es propio de la comunicación celestial.
—Bievenidos, habéis sido seleccionados para una misión. El Padre os ha escogido.
Las almas se miran unas a otras sin comprender. ¿Misión?
—Vuestra estancia en el purgatorio se puede acortar si lleváis a cabo este delicado encargo. Venid conmigo.
El grupo sigue obediente al poderoso ángel Gabriel que los dirige inexorablemente hacia las altas puertas del purgatorio, donde se inician los ríos de purificación. Detrás de aquellas puertas está... la nada.
—Vosotras sois almas salvadas en el último momento. Habéis llevado una vida digamos, compleja, alejados de Dios, pero de una forma o de otra, habéis conseguido el perdón divino antes de vuestra muerte temporal y habéis podido entrar en su gloria. Detrás de estas puertas están las almas que no tuvieron ese último momento de conversión o arrepentimiento. Detrás de estas puertas están las almas condenadas, las que no quisieron acoger el Reino, —Gabriel se detiene en su discurso y posando su mano derecha sobre las puertas anuncia solemnemente— a partir de aquí comienza vuestra misión.
Las siete almas elegidas se retuercen de estupor y sorpresa. El anuncio no puede ser más desestabilizador. Una de ellas se aventura a preguntar:
—¿Pero cómo puede ser? Los salvados no podemos pasar al otro lado, un abismo infranqueable nos separa.
—Y si el juicio sobre nosotras está hecho y hemos sido salvadas, ¿qué se nos ha perdido allí? —se aventura a interpelar otra.
—El Padre lo tiene todo previsto y permitirá vuestro acceso al otro lado. En cuanto a vuestro objetivo... —las alas de Gabriel se despliegan con señorío y grandiosidad dando mayor énfasis a lo que dice— hay almas destinadas al cielo cuyo juicio se ha desarrollado favorablemente pero ellas.... no lo saben. Están confundidas y desorientadas y los demonios se han aprovechado de su situación para arrastrarlas al fondo y esclavizarlas. —Después de un corto silencio Gabriel anuncia definitivamente— vuestra misión consistirá en encontrarlas y traerlas de vuelta.
La conmoción entre el grupo es generalizado. Misión suicida, misión imposible.
—¡Esto no tiene ni pies ni cabeza!—exclama una fuera de sí.
—Acaso ¿dudas de Dios y de su infinita sabiduría?—ataja Gabriel con autoridad.
—No, claro que no, —contesta abrumada la asustada alma— he visto la Gloria de Dios y participo ya, en alguna medida, de su beatifica visión e infinita sabiduría, pero hay tantos cabos sueltos... ¿Porqué nosotros? ¿No hubiera sido más conveniente encargar esta locura a los grandes santos, a las almas mejor equipadas y puras del cielo superior?
—Precisamente por su grandiosa luz y pureza, ellas no podrían hacer este viaje. Se necesitan almas que no irradien casi luz para pasar inadvertidas entre los demonios. Es más, se os rebajarán en gran medida las potencias alcanzadas hasta ahora. Vuestra memoria del cielo y de la visión de Dios se reducirá al mínimo para que los demonios no os reconozcan. Así como vuestra voluntad que estará sujeta a las debilidades de vuestra anterior vida temporal. Así vuestro interior no comunicará excesiva luz en el reino de la oscuridad. Pero debéis ser rápidos y certeros. Cuanto más tiempo paséis allí y resistáis las asechanzas demoníacas más creceréis en fuerza y sabiduría y con mayor luz os mostraréis y llamaréis la atención de los demonios que os perseguirán con implacable interés.
—¡Me encanta! Nos mandan a una misión suicida en el corazón del infierno, con nuestras virtudes reducidas al mínimo y el objetivo incierto. ¿Sabemos al menos quienes y cuantos son los que debemos rescatar?
—No. Cuando llegue el momento, lo sabréis.
Las almas se inquietan sobre manera ante las puertas cerradas del purgatorio. Cuando se abran y las traspasen iniciarán un camino incierto de perspectivas poco halagüeñas.
—¿Contaremos con algún tipo de ayuda?
—No. Estaréis solos. Solo contareis con vuestra fortaleza interior, vuestras oraciones, vuestra caridad... vuestra esperanza en Dios.
—¿Cuál es el peligro mayor al que nos enfrentamos?
—Que os descubran. Si lo hacen, huid. No intentéis luchar contra ellos. Os encontraréis en su mundo en absoluta desventaja. Ellos os querrán esclavizar para toda la eternidad y lo tendrán todo a su favor.
—Pero si somos almas celestes, ¿cómo puede suceder algo así?
Gabriel se pasea entre las almas y se detiene contemplando los ríos de Gracia que corren atestados de almas purificándose y desembocan en el cielo superior lleno de luz y paz.
—Os puede pasar como a las almas a las que vais a rescatar... que olvidaron el camino de retorno.
"¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré!" (Is 49, 15)
Continuará...