Es difícil determinar con exactitud el momento en el que el culto de los santos patronos se generaliza de una manera similar a como la conocemos hoy día. Con toda probabilidad el proceso comienza en el momento en el que las primeras iglesias construídas en lugares, los muchos lugares, en los que los primeros cristianos habían sido martirizados, son colocadas bajo la advocación de los mártires en ellos ejecutados, lo que ya es en sí, una suerte de patronazgo, cuya definición se irá perfeccionando simultáneamente a la del poder intercesorio que corresponde a santos y también a la Virgen María, que no en balde ni por casualidad, es la gran protagonista en la nómina de los santos patronos. Desde este punto de vista, puede considerarse también una suerte de patronazgo la mera imposición del nombre de un santo a un recién nacido en el bautismo.
Por otro lado, nada tiene de particular que a esos santos cuyo auxilio se pretende obtener en función del lugar o actividad puesta bajo su patronazgo, se les llame precisamente así, “patronos”, “santos patronos”, en clara alusión y homenaje a la institución del
patronazgo, también llamada
clientela, vigente en la sociedad romana, según los historiadores
Dionisio y
Plutarco, desde los tiempos del mismísimo
Rómulo. Una institución que unía en sí a “patronos” y a “clientes”, en una relación jerarquizada, es verdad, pero en la que las obligaciones eran mutuas: básicamente el cliente debía obediencia al patrón, y el patrón protección al cliente. Un esquema al cual se han ajustado otras instituciones a lo largo de la historia, como la
devotio o incluso la Mafia y otras.
Podemos distinguir los santos patronos, en función del objeto que patrocinan, en por lo menos tres tipos: los
locales que patrocinan un lugar (Madrid, España, Europa); los
gremiales, que patrocinan un gremio o una actividad concreta (tejedores, músicos, científicos); y los
genéricos o grupales, que patrocinan a un grupo o género determinado (ciegos, sordos, incluso animales).
En función al modo en que son proclamados podemos distinguirlos también en dos tipos: los
consuetudinarios u
oficiosos que lo son desde la noche de los tiempos sin que se sepa en ocasiones ni desde cuando y proclamados, en todo caso, por los llamados a beneficiarse de su protección; y los
legales u
oficiales, oficialmente proclamados por una autoridad eclesiástica, a menudo el propio Papa, mediante una carta apostólica o de otra manera.
También es de señalar que aunque lo más frecuente es que un lugar, actividad o grupo tengan un patrón y una patrona (no matrona), esto no siempre es así y toda combinación imaginable es posible: que sólo tenga un patrón o sólo una patrona, así como que tenga dos o más patronos y no patronas, dos o más patronas y no patrones, o varios patronos y varias patronas. Como también ocurre que el patrono de una actividad en un lugar sea uno y en otro lugar otro. O que el patrono de un determinado lugar, grupo o actividad lo sea uno hasta un determinado momento y a partir de ese momento, otro diferente.
¡Ah! ¡Y eso, sí! para ser santo patrono de la Iglesia, es estrictamente necesario, ni que decir tiene, ser santo.
Con todo lo cual no me queda sino desear a Vds. que hagan mucho bien y no reciban menos.
©L.A.
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