Hay personas a las que nunca me arrepiento de leer. Una de ellas es mi amigo Marco Respinti, que acaba de descubrirme a una monja muy especial. Escribe Respinti que "El Lejano Oeste lo han hecho los cowboys, los indios, los misioneros católicos y las monjas. Sí, las monjas: enérgicas, valientes a veces heroicas y a menudo santas, como sor Blandina Segale, para la que - lo ha anunciado mons. Michael J. Sheehan, arzobispo de Santa Fe, en Nuevo Mexico – se abre ahora, después del nihil obstat de la Santa Sede, la causa de beatificación".
No me digan que después de esta presentación no les pica la curiosidad. A mí sí.
Resulta que Sor Blandina era italiana, de la provincia de Génova, y cuando era niña sus padres emigraron a América, como tantas familias italianas. Allí se crió y, en 1868, con 16 años, entró en las Hermanas de la Caridad. Tras unos años enseñando en Steubenville y Dayton, en 1872 fue enviada en misión a Colorado, a la ciudad minera de Trinidad, junto a un río que los españoles habían bautizado como “El Río de las Ánimas Perdidas en el Purgatorio”, que en el siglo XIX era conocido ya como Purgatorio a secas y que aparece mencionado en el clásico de John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance.
Sor Blandina llegó a ese lugar, en la frontera, un refugio para pistoleros y donde la ley era una bonita palabra que dejaba paso al sonido de las pistolas. Allí se dedicó a dar clase a los niños del lugar y a intentar civilizar algo el lugar. Pero entonces llegó Billy the Kid, Billy el Niño, y su banda, que se instalaron en la zona. En un tiroteo Billy fue alcanzado y estaba agonizando en las cercanías de Trinidad. En cuanto un niño se lo explicó a sor Blandina, ésta fue a darle agua y alimentos, pero también a hablarle de Dios. Una vez curado, Billy se encaminó al pueblo con el propósito de vengarse de los médicos que se habían negado a atender al famoso bandido. Pero entonces, providencialmente, se cruzó con Sor Blandina, a la que saludó cortesmente y a la que le dijo que le pidiera alguna cosa y que él, si estaba en su mano, se la concedería en agradecimiento por su ayuda. Sor Blandina respondió sin dudarlo, pidiendo que renunciase a vengarse de los médicos, lo que Billy el Niño, hombre de palabra, cumplió. De este modo una monjita detenía a uno de los más temidos pistoleros. Desde entonces a Sor Blandina le quedó el mote de la monja más rápida del Oeste: su amor a Dios y al prójimo eran más rápidos que cualquier revolver.
Luego fue destinada, en 1873, a Santa Fe, en Nuevo México, en pleno territorio salvaje, junto a lo que se conocía como Comanchería. Al llegar a Santa Fe, Sor Blandina fue a ver a un viejo amigo, Billy el Niño, preso en la cárcel del lugar. Por poco tiempo, pues Billy consiguió escapar poco después. Un día, la diligencia en la que viajaba Sor Blandina fue detenida por una banda de cuatreros. Los pasajeros estaban aterrados, Sor Blandina rezaba el rosario, y entonces el jefe de la banda se acercó a la diligencia, saludó con su sombrero y él y sus hombres se alejaron cabalgando. Era, una vez más, Billy el Niño.
Nuestra monja pasó numerosas aventuras, algunas de las cuales se han plasmado en películas e incluso tebeos, pero no todo fue codearse con pistoleros. Su vida se entregó a la educación de los niños, al cuidado de los enfermos y a la protección de los desvalidos, construyendo escuelas, hospicios y hospitales. En 1882 reconstruyó el convento de Albuquerque y en 1901 consiguió inaugurar el Hospital de San José.
Ya anciana, Sor Blandina volvió a Cincinnati, la ciudad a la que había llegado de niña, y junto a su hermana Sor Justina, también religiosa, creó un centro de asistencia para los italianos pobres al que dedicó los últimos años de su vida. Una vida que nos enseña que se puede amar a Dios y entregarle la vida en los lugares más insospechados porque no hay hombre ni lugar que no esté destinado a dar gloria a Dios.