Es importante el culto eucarístico, la vida de piedad y adoración al Santísimo. El Papa Juan Pablo II lo recuerda en su encíclica “Ecclesia de Eucharistia” dado el olvido generalizado de la adoración eucarística en muchísimas comunidades eclesiales, parroquias, movimientos, Asociaciones, incluso Monasterios.
Si hay culto y adoración eucarística es que Cristo está allí, es decir, hay una PRESENCIA REAL de Cristo es el pan y el vino consagrados que permanecen en las especies consagradas después de la Misa. Es punto fundamental de nuestra fe ¡que se ha olvidado! Es la fe de la Iglesia explicitada en el Catecismo de la Iglesia Católica (CAT 1373ss), expresada por el término técnico de fe TRANSUSTANCIACIÓN, y la encíclica Mysterium Fidei, de Pablo VI:
El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y Hombre, se hace totalmente presente (CAT 1374).
Puesto que Cristo está realmente presente en el Sagrario y en la custodia cuando exponemos el Santísimo allí, en ese coloquio íntimo, Cristo edifica la Iglesia: “nada más dulce, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad” (PABLO VI, Mysterium Fidei). Si Cristo permanece con nosotros, ¿cómo renunciar a una profunda vida eucarística, de piedad, de adoración, de silencio, de meditación, de alabanza, de “leer el Evangelio a la luz de la lamparita del Sagrario” (Beato D. Manuel González)?
Dice Juan Pablo II en su última encíclica que la Eucaristía EDIFICA LA IGLESIA, y es camino espiritual de la Iglesia, y debe entrar YA en los planes pastorales de toda Comunidad eclesial:
El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Santo Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino-, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración a Cristo presente bajo las especies eucarísticas.
Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el “arte de la oración”, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? [...] La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia. Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas Apostólicas Novo Millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor (EE 25).
Así el Papa explicita lo que ya decía al principio de la Eucaristía: “en muchos lugares, además, la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad” (EE 10).
Pero lo mismo, desgraciadamente, se puede afirmar al revés: es un gran daño para el camino de la santidad y de la evangelización, a la vez que de privar a la Iglesia de su edificación: “no faltan sombras... hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística” (EE 10).