La Iglesia es Madre solícita, providente, amorosa. Ninguna circunstancia de nuestra vida le es ajena o extraña, sino que se muestra como Madre en la vida de sus hijos.
Detengámonos aquí.
Con el catecumenado formó a sus hijos con catequesis, lecturas bíblicas, exorcismos y oraciones; en el Bautismo dio a luz estos hijos, renacidos para una vida nueva y santa; en la Confirmación, les comunicó el Espíritu Santo para que sean imagen plena de Jesucristo, ungidos con el Espíritu del Señor; y los alimenta constantemente, cada día, con el sagrado banquete (sacrum convivium) del Cuerpo y Sangre del Señor. La Iglesia, Madre, ofrece su corazón como un hogar, recibiendo a todos y compartiendo la vida como "familia de Dios".
También la Iglesia se muestra como Madre en las situaciones de debilidad, de enfermedad de sus hijos, ofreciéndoles remedios adecuados.
Ante las situaciones de pecado, la Iglesia ejerce su maternidad en el sacramento de la Penitencia, y acompaña a sus hijos orando por ellos.
Ante las situaciones de enfermedad y postración, la Iglesia ofrece el don del Espíritu Santo en el sacramento de la Unción de los Enfermos, llevando la comunión eucarística a los enfermos, visitándolos y pidiendo al Señor por su salud de cuerpo y alma.
Detengámonos aquí.
El enfermo vive en la maternidad de la Iglesia. Por una parte, recibe la ayuda sacramental y espiritual de la Iglesia que lo acompaña y lo cuida amorosamente; por otra parte, el propio enfermo iluminado y guiado por la fe, se entrega al Señor y vive su enfermedad con corazón eclesial, ofreciéndola por la Iglesia y orando por la Iglesia, sabiendo que su enfermedad, unida a Cristo, redunda en bien de la Iglesia. Son los miembros dolientes del Cuerpo de Cristo, y por ello, son fecundos y vivos para la Iglesia.
Esta doble relación -el enfermo y la maternidade la Iglesia-, en su doble dirección, debe ser algo muy presente en nuestra conciencia eclesial:
-para comprender el misterio de la maternidad de la Iglesia (¡¡bellísimo!!)
-para prolongar nosotros esa maternidad eclesial acompañando a los enfermos
-y para vivir nosotros los momentos de enfermedad de una manera eclesial, sabiéndonos insertados en el centro del corazón de nuestra Madre.
"La maternidad de la Iglesia es reflejo del amor solícito de Dios, del que habla el profeta Isaías: "Como una madre consuela a un hijo, así os consolaré; en Jerusalén seréis consolados" (Is 66,13). Una maternidad que habla sin palabras, que suscita en los corazones el consuelo, una alegría íntima, un gozo que paradójicamente convive con el dolor, con el sufrimiento. La Iglesia, como María, custodia dentro de sí los dramas del hombre y el consuelo de Dios, los mantiene unidos a lo largo de la peregrinación de la historia.A través de los siglos, la Iglesia muestra los signos del amor de Dios, que sigue obrando maravillas en las personas humildes y sencillas.El sufrimiento aceptado y ofrecido, el compartir sincera y gratuitamente, ¿no son acaso milagros del amor? La valentía de afrontar el mal desarmados -como Judit-, únicamente con la fuerza de la fe y de la esperanza en el Señor, ¿no es un milagro que la gracia de Dios suscita continuamente en tantas personas que dedican tiempo y energías en ayudar a quienes sufren?Por todo esto vivimos una alegría que no olvida el sufrimiento, sino que lo comprende. De esta forma, en la Iglesia, los enfermos y cuantos sufren no sólo son destinatarios de atención y de cuidado, sino antes aún y sobre todo protagonistas de la peregrinación de la fe y de la esperanza, testigo de los prodigios del amor, de la alegría pascual que florece de la cruz y de la Resurrección de Cristo" (Benedicto XVI, Hom. en la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 11-febrero-2010).