Muchos conocerán estas palabras de San Agustín, de sus Confesiones, pero ¿cuántos hemos hecho experiencia de las mismas?
Es verdad que ya hemos entrado en el verano y en el consiguiente periodo vacacional para muchas personas. Vacaciones que significan descanso. Pero, ¿es real este descanso?
Hace unos días fui a ver a mis amigas de Iesu Communio en La Aguilera. No iba en las mejores condiciones, porque estaba realmente agotada física, mental y espiritualmente por una serie de problemas familiares. Fui con mi hija y nos tuvimos que levantar muy temprano para llegar a Madrid y luego tomar el autobús hasta Aranda de Duero. Pero en el momento en que desde el taxi que nos llevaba hasta La Aguilera vislumbré el convento, algo empezó a cambiar. Ya en el monasterio fue un sucederse de hechos que no dieron descanso a mis oídos y ojos, pero sí a mi alma. Las dos pláticas de la Madre Verónica, grabadas en vídeo, los cantos, los testimonios, la Adoración Eucarística, el rato de diálogo con mis amigas después del “momento bocata” sentadas mi hija y yo en la explanada delante de la entrada del convento,… todo fue un perpetuo encuentro con Dios.
Cuando volvíamos en el autobús a Madrid, iba repasando las notas que había ido tomando de las pláticas de la Madre. Y me vinieron a la mente estas palabras de San Agustín y el cuadro de Francisco Ribalta que había visto en abril en el Museo del Prado, cuando el padre Juan Miguel y yo acompañamos a Rita Randolfi, la historiadora italiana que había venido a impartir unas clases en la Escuela de Arte Cristiano de la diócesis de Alcalá.
En él vemos a San Bernardo que se entrega al abrazo de Cristo que, en la cruz, ha “descolgado” la parte superior de su cuerpo para acoger a San Bernardo. Me impresionaron, cuando lo vi en el Prado, la posición del brazo derecho del Santo, totalmente abandonado en el de Cristo, que con su mano lo sujeta, y la expresión de su rostro, que apoyado en el brazo derecho del Señor expresa una completa confianza, un amor pleno y una felicidad total. ¡No hay mayor descanso que ese abrazo!
Hay otra obra del mismo autor que retrata otro abrazo de Cristo a una de sus criaturas (porque eso es lo que somos para el Señor, tal como decía una y otra vez la Madre Verónica), el de San Francisco.
De esta obra, lo que me impresiona es el abrazo de San Francisco al Señor, al que rodea con sus brazos mientras acerca su boca a la herida del costado para beber la sangre que de ella brota. Cristo se ha quitado la corona de espinas que está a punto de poner sobre la cabeza del Santo, mientras un ángel está retratado en el momento de poner en la cabeza del Señor una corona de flores. Cristo ya ha sufrido las heridas de las espinas y del costado, su muerte le lleva al Padre y a la Resurrección. Nos deja, sí, nuestra vida de dolor, nuestro drama (que ya no es tragedia desde que Él forma parte de nuestra vida), pero que encuentra consuelo si nos abrazamos a Él, bebemos de su costado y tomamos su carne en la Eucaristía, en la que de la mayor pobreza (el pan), por la intercesión del Espíritu Santo, nos da el mayor regalo (a Él mismo).
En la misa de hoy, mi párroco decía en su homilía que aprovecháramos este periodo de descanso para estar con los amigos, para leer y para estar en silencio con Dios rezando, dialogando, en comunión con Él.
Como decía una de las hermanas de La Aguilera el día que hizo su profesión solemne: “Yo vivía en el sitio mejor, cerca del mar, un sitio bonito, donde pasear, descansar, ver a mis amigos, pero no era feliz, porque no tenía a Dios. Sólo cuando me convertí y luego entré aquí me di cuenta de que la felicidad no está en los sitios bonitos que puedes ver o a los que puedes viajar, sino que está en vivir con Dios y en mi caso está aquí dentro, en este lugar que es ahora mi casa y en el que vivo a diario con Él”.
Esto es lo que yo deseo para mis vacaciones, para cualquier momento que tenga festivo durante el año, no sólo en el periodo estival. ¡Quiero ese abrazo, porque sólo ese abrazo es descanso!
Helena Faccia