El gran exponente, que no el único, del español en Africa no es otro que Guinea Ecuatorial, cuya Constitución, aprobada en el año 2012, dice lo siguiente sobre la lengua del país:
 
            “Artículo 4: La lengua oficial de la República de Guinea Ecuatorial es el Español. Se reconoce las lenguas aborígenes como integrantes de la cultura nacional”.
 
            El artículo en cuestión viene a reemplazar al que hacía el mismo número en la Constitución de 1991:
 
            “Artículo 4: Las lenguas oficiales de la República de Guinea Ecuatorial son el Español, el Francés y las que la Ley determine”.
 
            El español se comporta en Guinea como una lengua franca muy extendida y generalmente bien hablada –personalmente he conocido guineanos que la conocían bastante mejor que muchos españoles- la cual sirve a todos sus habitantes para entenderse entre sí, y absolutamente necesaria en un país en el que su escasa población de millón y medio de habitantes mal contados habla hasta siete lenguas diferentes (para que luego digamos en España que nuestro país es un país diverso) a saber: el fang, hablado también en Camerún, Gabón y República Democrática del Congo; el ibo y el bubi, así como el dialecto de éste llamado benga-ndowé, en la isla de Bioko; el balengue en la Región Continental; el bisio-bujeba; y el pichi, sin reconocimiento oficial.
 
            Dicho todo lo cual, Guinea Ecuatorial nos es, sin embargo, inesperada e incomprensiblemente, un gran desconocido. España y los españoles observamos respecto del país que fuera parte de nuestro territorio en Africa hasta el 12 de octubre de 1968, y donde nuestro idioma es más respetado que en algunas partes de nuestro propio país, una actitud que oscila entre la verdadera ignorancia y la prepotencia y el desdén. Una actitud con la que, por cierto, también obsequiamos a otros países que nos son muy cercanos, fraternales y amigables, mientras rendimos pleitesía a otros que consideramos más chulis o, simplemente, nos son menos fraternales y amigables. Siempre me ha llamado la atención el extraño comportamiento que observamos los españoles frente a aquéllos a quienes consideramos –injusta y erróneamente- como inferiores a nosotros, (como nos ocurre con los portugueses o los países iberoamericanos), un comportamiento mediante el cual, desengañémonos, no buscamos sino balancear los no menos evidentes e identificables complejo y congoja que nos invade frente a aquéllos a quienes consideramos superiores, como nos ocurre con franceses o británicos.
 
            Volviendo al tema que nos ocupa, Guinea Ecuatorial, cada vez que una autoridad española ha de rendir visita de cortesía a las autoridades del país, -casi nunca en una reunión bilateral de sana amistad, sino simplemente en foros internacionales en los que ambas naciones coinciden-, la autoridad en cuestión se siente obligada a realizar un nuevo acto de desplante y de desprecio para quienes con nosotros comparten lengua en Africa, y a la furibunda prensa española, presa de furibundos ataques de erisipela, todo acto de humillación le parece poco.
 
            Lo paradójico de la cuestión es que mientras, -pongo por caso-, el presidente del Gobierno español pergeña la siguiente humillación que le va a propinar a la que fuera nuestra perlita de la corona en Africa, la cual no puede disimular su cariño por la que fuera su madre patria, nuestro monarca, por ejemplo, puede estar realizando una visita en serie a todas las crueles dictaduras del Golfo y besuquearse con todos los golfos de esas dictaduras, en algunas de las cuales todavía se practican crucifixiones (y no me refiero sólo a Siria, pinche aquí si no se lo cree); las mujeres, entre otras lindezas, no pueden ni conducir un coche; o no se puede realizar un oficio cristiano ni siquiera en casas particulares… Y todo ello, sin que a la política exterior española, ni menos aún a la prensa patria, se le mueva el bigote.
 
            Un país, Guinea Ecuatorial, en el que existe una dictadura, claro que sí... como existe en más de ciento cincuenta de los doscientos países del mundo con los que España se relaciona con toda normalidad, pero en el que, sin embargo, no hemos oído hablar ni de amputaciones, ni de lapidaciones, ni siquiera de ejecuciones o de especiales desórdenes.
 
            Así que a veces me pregunto si en este extraño país que es el nuestro, lo que más moleste a algunos de Guinea Ecuatorial sea justamente el respeto y el cariño con el que hablan la bella lengua nacida en la tierra de los castilla, expresado en ese artículo 4 de su Constitución. Así de raros somos los españoles, algunos españoles, muchos españoles. Que se le va a hacer. Eso va a ser difícil de cambiar, al menos en pocos días.
 
            Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
 
            ©L.A.
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