Decía la Sierva de Dios Ana María Gómez Campos F.Sp.S.: "Las medias tintas nunca me han satisfecho: todo o nada" (A.A., p.45) y qué razón tenía, pues la mediocridad es la causa de muchos de los problemas que tenemos que ir resolviendo a nivel social y eclesial. A todos los bautizados, Dios nos pide un “si” afectivo y efectivo. Es decir, aceptar que él lo es todo para nosotros y, al mismo tiempo, saber sacar adelante la tarea que nos ha confiado poniendo en juego nuestras habilidades y talentos. Los santos siempre han sido muy ingeniosos a la hora de sortear los obstáculos que nunca faltan al inicio de cualquier obra que valga la pena. Recordemos que la inteligencia no está peleada con la humildad. Pero las respuestas intermedias -como “no sé”, “quizá” “tal vez” o “al rato vemos”- ante el proyecto de Dios, frenan la realización de sus planes porque él sabe respetar nuestra libertad. Solo quien lo acepta libremente, puede entrar de lleno en la dinámica de su amor. Por lo tanto, nuestro “si” tiene que ser como el de María, Madre de la Divina Gracia. De otra manera, perdemos el tiempo y, por ende, la vida. Si queremos ser alguien que deje huella, que contribuya al cambio, hay que optar por Jesús, dejarnos interpelar por la verdad que nos hace conscientes, dándonos un fuerte sentido de pertenencia a la Iglesia, porque irse por la libre provoca que nos terminemos buscando a nosotros mismos, mientras que el objetivo es pasar del “yo” cerrado y excluyente al “nosotros”. Lo anterior, sin perder la personalidad de cada uno; es decir, la esencia, lo que nos hace ser quienes somos a los ojos de Dios, aquel que nos ha pensado, querido y enviado al mundo, a la realidad que nos está tocando vivir en el aquí y el ahora.
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