Un asesinato que vamos a rememorar aquí no sólo por ser, efectivamente, el detonante de una de las peores guerras de toda la historia de la Humanidad, la Primera Guerra Mundial, sino por parecer además la crónica de un hombre a la búsqueda de su destino, aunque éste no fuera otro que la muerte.
El 28 de junio de 1914, hace hoy pues un siglo, unos terroristas asesinaban en Sarajevo al heredero del trono de Austria-Hungría, el Archiduque Francisco Fernando, y con él a su esposa Sofía que se hallaba embarazada.
Todo empezaba en Belgrado, donde una organización secreta llamada Unión o Muerte, más conocida como La Mano Negra, estrechamente vinculada al gobierno serbio, tomaba la decisión de realizar un gran atentado en Bosnia-Herzegovina el cual propiciara un conflicto que permitiera la formación de la gran unión de los eslavos del sur (que eso "eslavos del sur" y no otra cosa, es lo que significa Yugoslavia). A los efectos conviene conocer que poblada mayoritariamente de serbios ortodoxos, Bosnia Herzegovina había pertenecido al Imperio Turco y que en 1908 se había visto anexionada el Imperio Austrohúngaro, acto considerado de lesa majestad por la irredenta Serbia, independiente del Imperio desde 1882, que aspiraba a liderar esa unión de eslavos del sur de la que hablamos.
Conocedora de que el el 28 de junio el Archiduque Francisco Fernando, sucesor de Francisco José al trono del Imperio Austro-Húngaro, visitaría Sarajevo, capital de Bosnia Herzegovina, La Mano Negra lo elige como objetivo idóneo del golpe. Siete serbobosnios, seis de ellos ortodoxos y uno musulmán, son los elegidos para perpetrar el magnicidio.
Los terroristas se disponen a lo largo del recorrido que había de realizar Francisco Fernando. Su coche descubierto cruza por delante del primero de ellos, que no hace nada, y luego del segundo, Nedjelko Cabrinovich, quién sí lanza una granada contra el mismo, sin acertar con el objetivo. Según unos, porque la granada rebota sobre la lona del coche, según otros porque el propio Archiduque la arroja fuera… lo cierto es que la bomba hace explosión fuera del vehículo archiducal y hiere a dos de los pasajeros del que iba justo detrás.
Cabrinovich será detenido y el Archiduque continua su visita sin alterar el programa previsto. Ahí podría haber terminado todo y el Archiduque se habría ahorrado la vida y Europa una terrible guerra, de no ser porque, impaciente de acudir a su cita con el destino, Francisco Fernando se empeña en visitar a los heridos del atentado.
Acompañado por su esposa y por el gobernador Oskar Potiorek, en una nueva broma del Destino el chófer yerra el camino y cuando se halla en el trance de realizar una maniobra para enmendar el camino, se lo encuentra como por arte de magia uno de los terroristas que no había sido detenido, Gavrilo Princip, el cual, asombrado con toda seguridad de su suerte, no lo duda un instante y abalanzándose sobre el vehículo, dispara dos veces contra él.
¡Apenas dos veces! Y sin embargo, uno de los tiros impacta certeramente en el Archiduque, que morirá al llegar al hospital, y el otro, en una nueva broma del Destino que ese día se mostraba caprichoso y revanchero, rebota para impactar en la Archiduquesa Sofía, a la que finiquita en el acto y con ella al niño que llevaba en su vientre, quién sabe si el sucesor del Imperio. ¡Dos míseras balas para matar a dos emperadores y una emperatriz!
Princip será detenido y como antes Cabrinovich, se traga una cápsula de cianuro que llevaba para la ocasión, aunque como el propio Cabrinovich también, la cápsula no acaba con su vida, porque una vez más el veleidoso Destino tiene planes inescrutables que nadie puede ni sospechar.
No sólo le salva de morir de la venenosa ingesta, sino que luego volverá a salvarlo de la muerte, en este caso en forma de horca, por la afortunada circunstancia de tener ¡¡¡34 días menos que veinte años de edad!!! lo que convierte a Gavrilo en menor de edad y le salva de la picota. No en cambio de una terrible condena a veinte años en penosísimas condiciones carcelarias, ni menos aún de una cruel tuberculosis que pondrá fin a su vida un 28 de abril de 1918. Tiempo suficiente para permitirle conocer el terrible infierno que destapó con su acción, pero no de conocer que al término de la sanguinaria guerra la Bosnia Herzegovina por la que se había inmolado pasaba, efectivamente, a incorporarse a la Serbia de sus amores. Y menos aún a conocer que dicha unión apenas duraría lo que las devastadoras dictaduras que habrá de sufrir su amada Yugoslavia antes de descomponerse, sin cumplir ni un siglo, como en agua azucarillo.
Y con esta reflexión me despido por hoy. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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