Me consta de la religiosidad de Felipe VI. Lo ha demostrado en multitud de ocasiones a lo largo de su vida. Realmente cuenta con Dios, al menos en el ámbito privado. Pero Dios no está en un rincón, ni en los momentos favorables. Debe estar, quiere estar,  en las tareas de los hombres, en las empresas grandes y pequeñas, en la economía, en la política, en el gobierno de los pueblos…

     No es serio acogerse a la diplomacia en momentos solemnes, como es el inicio de un reinado, para no nombrar a Dios, ni a la Iglesia Católica que es la de la inmensa mayoría de los españoles, para evitar guiños y protestas en los que no piensan igual. Estos siempre estarán en contra,  con Dios o sin Dios.

     Es verdad que en el discurso del inicio de su reinado, D. Felipe reivindicó una especie de rearme moral, una vuelta a los principios éticos conculcados por corruptos de todos los colores, y olvidados por una parte importante de la sociedad. Pero esos principios éticos y morales tienen un fundamente, no exclusivamente filosófico o ideológico.

     La Voluntad de Dios es que seamos perfectos, al menos en la medida de lo posible. Y esta perfección no se adquiere solo en las aulas, en la cultura, con los discursos. Hay para ello unos fundamentos más sólidos. San Francisco Javier dice: Sólo es posible hacer bien, haciéndonos amar. Y el amor es una actitud, un valor, un imperativo del que no habla la Constitución, sino el Evangelio. El filósofo Gustave Thibon afirma: El mundo podría ser casi perfecto si cada uno se pusiese a hacer por amor todo lo que hace por urbanidad. Es decir, no basta ser un correcto ciudadano, hay que amar al que está a tu lado, y entonces juntos podréis hacer cosas importantes.

     Para todo ello hace falta Dios, que es Amor  y nos va llevando de la mano. Los no creyentes, muchos de ellos, intentan resolver los problemas gritando en las calles. Pero detrás de esos gritos, que pueden ser muy democráticos, suelen palpitar unos corazones que respiran odios y venganzas.  Ya están pidiendo la retiradadel crucufijo en los lugares públicos porque su presencia  no contribuye al bien de la persona. Igualmente piden a gritos qu se cierren las capillas de los hospitales públicos. Seguramente con las capillas la medicina noi hace efecto y se mueren antes los enfermos. Y también solicitan, ¡como no¡, la rescinsión del Conordato con la Santa Sede. Parece que con todo ello se solucionan  los males de España. Ellos saben que no es así, pero la ideología impera sobre el sentido común y la paz social. Se trata ni más ni menos que arrebatarle al hombre su alma, su dimensión trascendente, y convertirlo en un producto más de la naturaleza, que se puede odiar, eliminar, utilizar según convenga.

          Juan Manuel de Prada, en su artículo del último número de XLSemanal, defiende que la monarquía tiene por naturaleza una raíz teológica. Y termina diciendo: “A los pueblos sin teología solo les queda la república, coronada o sin coronar; y es que el moderno, como ironizaba Paul Valéry, se conforma con poco”.
Dios es necesario, incluso para los que no creen en El. Hay que mirar al Cielo.
 
Juan García Inza
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