Finalizado el curso escolar y, de cara al próximo, vendrán las matriculaciones y habrán de optar los padres si quieren o no que asistan sus hijos a la clase de religión.
Pienso que no estará de más una reflexión sobre el tema de la religión en el programa escolar. Y es que hay muchos padres que no les dan importancia a estas clases, quizá sin ser conscientes de la importancia que tiene para sus hijos el hecho de ir fundamentando su vida en la fe. Y un punto fundamental para fomentarla es la escuela, ya que la misión de ésta no es sólo enseña, sino educar y no pueden los padres estar al margen ni desentenderse de la línea educativa que se les está dando a sus hijos en la escuela. No podemos olvidar que los principales responsables de la línea educativa de las escuelas son los padres.
Los padres, como todos, han de ser coherentes. Si cuando sus hijos fueron bautizados, prometieron educarlos en la fe de la Iglesia, no pueden olvidar que la educación en valores que se da en la escuela es fundamental en el cumplimiento de su compromiso. Si hay padres cristianos que no cumplen el compromiso de que se formen como cristianos en la escuela, ¿qué confianza nos pueden merecer qienes se echan atrás en algo tan importante como es el futuro cristiano de sus hijos? Además es un mal ejemplo para todos los que les conocen, sobre todo si se trata de padres con un cierto relieve social.
Sabemos que el Estado tiene el deber de ayudar a los padres en la tarea educativa, no sustituirlos y, menos, marginarlos en cuanto a la selección de valores. El Estado debe tener muy en cuenta esto y no meterse en un campo que no es el suyo, tomando decisiones que no le competen.
Es lógico que los padres cristianos inscriban a sus hijos en la clase de religión, ya que una correcta educación cristiana no puede prescindir de la fe en el Padre Creador, en Jesús Salvador, en el Espíritu Santo Santificador de la Iglesia y del mundo. Tampoco se puede prescindir de la moral de los Mandamientos ni de los sacramentos, valores que deben verse como necesarios para la vida, y que no se pueden cambiar a placer por quienes dirigen la sociedad.
Es lógico también que los padres no cristianos, con otros valores o criterios, deben procurar que sus hijos tengan una formación conforme a su propia religión; ciertamente es imposible que cada alumno tenga su profesor de religión, sobre todo en zonas rurales, pero todos tienen el mismo derecho que los católicos a que se respete su conciencia y a que se les dé una formación en valores humanos, como dignidad de la persona, del trabajo, moralidad y honradez, respeto a quienes no piensan como ellos, la promoción del bien común, en fin, a todo aquello que permite el progreso de la sociedad.
Somos conscientes de que muchas veces lo que son valores para unos son contravalores para otros; sin embargo hay unos valores en los que todos normalmente coincidimos. En primer lugar, los valores humanos que acabamos de señalar y que todos vemos como positivos, aunque siempre hay quienes, con ideas raras, no están de acuerdo sobre cuestiones en las que todo el mundo lo está con una visión racional de los problemas. Es lógico también que las autoridades cumplan con la Constitución, de manera especial cuando el derecho de los padres está expresamente garantizado por la Constitución.
Me da la impresión de que el Gobierno va caminando en una dirección no correcta ¿No sería ya hora de que atendiese al bien de toda la sociedad respetando todos los valores y todas las libertades? E insisto una vez más en las libertades de todos, católicos y no católicos, protestantes, judíos o musulmanes, creyentes o no creyentes; porque la razón es la misma: respeto a los derechos de los padres y también respeto de los padres a los derechos de los hijos.
Y acabo diciendo que hoy va predominando el laicismo, pero no olvidemos que el laicismo es una opción; no es que debe admitirse por todos, algo así como se admite una fórmula matemática o química, válida para todos. Una educación laica no tiene por qué ser admitida por todos los ciudadanos; es una manera de educar sin valores religiosos y morales. Pero hay otra opción que es la educación moral y religiosa. ¿Con qué derecho puede obligar el Estado a una educación laica o, mejor, laicista?
José Gea