Nunca hay motivos para perder la esperanza. Jesús dice: «Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo».
En un mundo bastante golpeado por las desgracias naturales y la maldad de algunos hombres, es de agradecer que el Papa nos invite a tener esperanza. Y la esperanza no es una simple ilusión o una utopía, es la certeza de que el Señor está con nosotros. No siempre lo entendemos, sobre todo cuando nos toca de cerca el dolor, y parece que el horizonte es oscuro, pero precisamente en esos momentos hay que elevar el corazón hacia arriba, y sentir que a nuestro lado está el Señor: “Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”.
Todos los hombres en un momento u otro de su vida se enfrentan a momentos dolorosos como el sufrimiento, la muerte, la enfermedad, etc. Es sólo gracias a la Esperanza, la segunda virtud teologal, que estas realidades adquieren un sentido, convirtiéndose en medios de salvación, en un camino para llegar a Dios. La Esperanza nos da la certeza de que algún día viviremos en la eterna felicidad.
La virtud de la esperanza corresponde a ese anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre.
Es una virtud sobrenatural infundida por Dios en el momento del Bautismo. Nos da la firme confianza en que Dios, por los méritos de Cristo, nos dará las gracias que necesitamos aquí en la Tierra para alcanzar el Cielo.
La virtud de la esperanza consiste en confiar con certeza en las promesas de salvación que Dios nos ha hecho. Está fundada en la seguridad que tenemos de que Dios nos ama. Y está basada en la bondad y el poder infinito de Dios, que es siempre fiel a sus promesas.
Sin esperanza, el hombre se encierra en el horizonte de este mundo y pierde la visión de la vida eterna. Lucha solo contra las dificultades prescindiendo de la ayuda de Dios.
Pero sabemos que el hombre está destinado a la vida eterna y debe vivir de cara a ella. La esperanza es la seguridad en algo futuro. Confiando en Dios no hay futuro incierto. La esperanza cristiana se funda en la fe, porque nace de creer en las promesas que Dios nos ha hecho.
Uno de los ejemplos más claros de lo que es la esperanza lo encontramos en Job, que a pesar de todo lo que le sucedió seguía creyendo en Dios. Su esperanza nunca se perdió, por más que le decían, él seguía siendo fiel.
Ahora bien, la esperanza en Dios no elimina un cierto temor a Dios, un temor sano, pues los hombres sabemos que así como Dios es siempre fiel, los hombres sabemos que muchas veces somos infieles y hacemos caso omiso a la gracia, lo cual nos conlleva el riesgo de condenarnos. Debe haber una proporción entre la esperanza y el temor.
La esperanza sin temor es presunción. Sin embargo una esperanza con temor de hijo de Dios es una esperanza real. Por otro lado, una esperanza con un temor excesivo nos lleva a la desconfianza. El temor solamente, es decir, sin esperanza, no es otra cosa que desesperación (Fuente: http://www.es.catholic.net/conocetufe/364/814/articulo.php?id=2778)
Estamos celebrando, o vamos a celebrar la fiesta del Corpus Christi, la fiesta de la Eucaristía. Y la Eucaristía es Cristo con nosotros, a nuestro lado, muy cerca de mí, incluso en mí. Y si esto es así, y así lo creemos, no podemos nunca dar entrada a la desesperación, al desánimo, a la falta de fe. Contamos con el Señor, y El no puede fallarnos. De los bueno y de lo malo sacará siempre fruto para el alma. Federico García Lorca decía: El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Esperando, el nudo se deshace y la fruta madura.
María es “esperanza nuestra”, y a Ella le decimos que ruegue por nosotros.
Juan García Inza