Vivimos entre santos sin darnos cuenta. El 25 de diciembre de 2013, murió el R.P. Jorge Loring Miró S.I. y sus videos, artículos y libros de apologética continúan siendo consultados por un sinnúmero de personas alrededor del mundo. El 11 de enero de 2014 -día de su funeral-, Mons. Rafael Zornoza Boy, Obispo de Cádiz y Ceuta, dijo que había sido un perfecto jesuita, inspirado en San Ignacio de Loyola y en la misma historia evangelizadora de la Compañía de Jesús. Con la experiencia hecha vida, interiorizada, saboreada, gustada interiormente de quien busca en todas las cosas la mayor gloria de Dios: ‘Ad maiorem Dei gloriam’”. Quienes lo conocimos aunque fuera de paso por el aeropuerto, podemos reconocer que efectivamente transmitía el perfil de un sacerdote congruente; es decir, totalmente identificado con su vocación en pleno siglo XXI. Las palabras de Mons. Zornoza, describen cómo fue la vida de aquel gran religioso que, al más puro estilo de San Pablo, llevó el evangelio a muchos países y que nunca tuvo miedo de participar en debates televisivos que casi siempre trataban -inútilmente- de hacerle cambiar de opinión. Antes bien, él era quien terminaba convenciendo a propios y a extraños sobre la íntima relación que existe entre la fe y la razón. ¿Qué lo movía? Decir la verdad y hacerlo con un estilo cercano, convincente. ¡Justo lo que hoy nos hace falta; sobre todo, en la pastoral juvenil! En medio de tantos sacerdotes y laicos acomplejados, el P. Loring supo defender honradamente aquello que le apasionaba: Jesús y la Iglesia. Por esta razón, nos hacemos eco de tantos hombres y mujeres que piden prepararse para abrir su causa de canonización, una vez que se cumplan los cinco años prescritos por el Código de Derecho Canónico. El primer requisito para que pueda presentarse alguien como candidato a los altares es que haya muerto con fama de santidad. En el caso del P. Loring, ¡el punto está totalmente cubierto! De ahí la importancia de comenzar con el estudio acerca de su vida. Valdría la pena que la jurisdicción provincial de la Compañía de Jesús a la que se encontraba adscrito, diera el primer paso.

Ahora bien, ¿por qué abrir su causa de canonización?

PRIMERO: Aunque el hecho de haber sido un buen orador no es un motivo suficiente para alcanzar la santidad, hay que reconocer que el éxito de su trabajo partió de la congruencia con la que vivió aquello que enseñaba. Dio ejemplo hasta el final y eso es la mejor de las predicaciones.

SEGUNDO: No dejó de lado a la inmensa mayoría de católicos que conoce poco o nada acerca de su fe. Al contrario, supo despejar todas las dudas con una pedagogía envidiable, producto del celo apostólico que lo motivaba minuto a minuto.

TERCERO: Fue un sacerdote en todo el sentido de la palabra. Pasaba horas en el confesionario deseando perdonar pecados. Lejos de comportarse como un burócrata, supo ejercer su ministerio con entrega y decisión. Cuando lo acusaban -injustamente- de “voluntarista”, seguía adelante sin generar tensiones.  

Conclusión:

Vivimos tiempos en los que la fe necesita ser explicada nuevamente con claridad y frescura. ¡Nada más alentador que contar con un futuro santo que se dedicó a defenderla de un modo valiente, sano e inteligente! Oremos y trabajemos por la apertura de su causa de canonización. Es por justicia.