“Pedro se le acercó entonces y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21)
ETIMOLOGIA Y SIGNIFICADO
Etimológicamente la palabra perdón proviene de los términos latinos per y donare, que significa para dar. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) perdonar es un dicho de quien ha sido perjudicado por remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa.
INTRODUCCION
El perdón a los enemigos y a las ofensas ajenas es una singularidad del cristianismo, lo cual nos mencionaba el Papa Juan Pablo II en su mensaje con motivo de la Cuaresma del año 2002, el cual trató precisamente sobre el perdón.
Sin embargo, siempre tenemos presente esta duda: ¿Qué debemos hacer para perdonar? ¿Cómo perdonar, si nuestra tendencia natural nos lleva al resentimiento, al desquite e incluso en algunas ocasiones incluso a la venganza?
Para respondernos a esta pregunta debemos ante todo estar convencidos de que si Dios nos pide algo, es porque podemos hacerlo ya que El nos da la gracia para lograrlo. En definitiva, es El quien perdona por nosotros.
Perdonar es un proceso humanamente posible de lograr con la ayuda de Dios. Por ello, pidámosle al Señor que nos enseñe a perdonar, al mismo tiempo que aprendemos a no ofender.
EL PERDON
“Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y os calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos”. (Mateo 5:44-45)
El Padrenuestro dice perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quien nos ofende. Con ello Jesús nos indica que debemos perdonar porque esta acción nos enriquece espiritualmente. Cuando nosotros perdonamos a alguien que de alguna forma nos ha ofendido, le restituimos su dignidad y ello hace que nosotros mismos también podamos ser dignos de recibir el perdón por nuestras ofensas.
El perdón, además de con palabras, debemos manifestarlo con actos que expresen las auténticas actitudes propias, tales como la capacidad de acogida, de escucha y de diálogo, la disponibilidad y la comprensión. No debemos tener nunca miedo de perdonar a quien, de algún modo, nos ha ofendido.
El perdón y el buen trato a quienes nos han ofendido es a veces difícil, pero no es imposible. Es un acto conveniente y necesario para nosotros mismos, y es el propio Señor quien nos lo ordena. Debemos recordar que seremos perdonados por Dios en la medida en que nosotros perdonemos. Jesús nos exige amar como El nos ama, y El nos amó hasta la muerte a pesar de nuestras faltas, de nuestras infidelidades con El y de nuestras negativas a sus deseos.
Perdonar a quien nos ha ofendido parece, a simple vista, una exigencia difícil de cumplir, sobre todo cuando tratamos de cumplirla por nosotros mismos. Sólo Dios en cada uno de nosotros puede perdonar en nosotros el mal que nos llena de rencor, pero para ello debemos buscar a Dios, y la mejor forma de hacerlo es por medio de la oración. Pensemos en quienes nos han ofendido de alguna forma y pongámoslos ante el Padre, diciéndole interiormente: Dios mío, tú sabes lo que a mí me cuesta perdonar; tú sabes y conoces los sentimientos que anidan en mi corazón. Me cuesta perdonar, pero quiero hacerlo porque tú me lo pides. Perdona tú en mí, Dios mío.
Si realmente nos diéramos cuenta de cómo somos y de cuánto le fallamos a Dios y a nuestros semejantes, empezaríamos a comprender y aceptar la necesidad que tenemos de ser perdonados y de perdonar.
Evitemos imitar al siervo despiadado del que nos habla Jesús en la parábola que se encuentra en Mateo 18:23-35, a quien su amo le perdonó una gran deuda y el siervo, después de haber recibido la condonación de su deuda, hizo encarcelar a un deudor suyo que le debía una cantidad mínima. Y el amo, al enterarse de la exigente conducta de su siervo con su deudor, lo apresó hasta que pagara la deuda completa que antes le había perdonado. Y finaliza Jesús advirtiéndonos de que esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.
Por todo lo anterior podemos estar convencidos de que si perdonamos mucho, mucho se nos perdonará; si perdonamos siempre, siempre seremos perdonados. Pero si perdonamos poco, también poco se nos perdonará; y si no perdonamos, tampoco se nos perdonará. De nada vale amar a los que nos aman y no amar a los que nos ofenden con hechos o con palabras, porque nada extraordinario haríamos si no perdonáramos incondicionalmente, sin importar la magnitud de la ofensa.
PERDONAR NO SIGNIFICA OLVIDAR
“Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas la ofrenda”. (Mateo 5:23-24)
No intentemos olvidar, ya que ello nos hará más difícil aún el perdonar. Lo que debemos hacer es recordar sin rencor y sin ninguna clase de dolor. En ocasiones recordar sin rencor nos es difícil porque, como seres humanos que somos, tenemos la capacidad de retener recuerdos de todo tipo, pero principalmente conservamos con mayor nitidez los recuerdos que, de un modo o de otro, nos han hecho sufrir.
Por esta razón, no intentemos recordar ya que así el perdón será más difícil. El hecho de recordar sin odio ni rencor debemos lograrlo decidiendo de antemano no alimentar ese odio hacia un determinado recuerdo; es decir, no repitiéndose uno mismo el mal que determinada persona nos hizo, sino cambiando la imagen que nos afecta.
En cada ocasión que regrese un desagradable recuerdo, pensemos en algo que nos ayude a cambiar de tema; cualquier cosa que nos ayude a distraer la mente y a no permitir que el recuerdo se convierta en algo negativo. Lo idóneo en este caso es orar pidiéndole al Espíritu Santo la fortaleza necesaria para perseverar en nuestro intento de perdonar. Con ello iremos disminuyendo la intensidad de nuestro rencor, hasta que finalmente logremos que no nos afecte negativamente.
Y si aún y todo nos cuesta perdonar a quien nos ha ofendido, recordemos que más sufre el que odia que el que es odiado. Además con ello contradecimos las enseñanzas del Señor, pues El nos pidió que perdonemos a quien nos ofende. Si seguimos recordando con rencor y dolor de corazón, se nos dificultará aún más el perdonar a quien nos haya ofendido, y con ello nos hará impermeable al amor misericordioso del Padre. Solamente por medio de una sincera confesión de propio pecado, el corazón se abrirá de nuevo a la gracia de Dios.
Es conveniente saber siempre cuándo se acaba una etapa en la vida de una persona. Entonces es cuando debemos dejar ir momentos de nuestra vida que deben ser clausurados, y así dejar de vivir constantemente en los por qué y en tratar de entender por qué sucedió tal o cuál hecho. Si seguimos por este camino el desgaste será infinito.
No debemos vivir el presente añorando el pasado, y menos aún ser víctimas de recuerdos dolorosos para nosotros. Si andamos por la vida dejando puertas abiertas nunca nos desprenderemos de un pasado que nos hizo sufrir, ni podremos vivir felizmente el hoy. Los hechos pasan y debemos dejarlos ir, de lo contrario nos convertiremos en esclavos de recuerdos dolorosos, y ello no nos permitirá elevarnos espiritualmente.
Perdonar es dejar de resentirse con la persona que nos ofendió y nos lastimó. Dios da la capacidad de perdonar, por ello perdonar es recordar sin resentimiento alguno y de esta forma regresará la paz a nuestro corazón. Si queremos experimentar el perdón del Señor, antes debemos aprender a perdonar.
Necesitamos también ser compasivos con quien nos lastimó y entender que cada persona vive su propio proceso. La compasión nos da ojos de misericordia para poder ver los vacíos de los demás y entender así sus carencias afectivas. Debemos sentir a Dios en nuestro interior y con ello apelar a lo mejor de nosotros mismos, buscando lo que no une; no lo que nos enfrenta. Nuestro papel no es el de juez de los actos ajenos, aunque nos hayan perjudicado. Jesús nos lo confirma al decirnos “no juzgues y no serás juzgado; perdona y serás perdonado” (Lucas 6:37).
Cuando desperdiciamos nuestro tiempo en culpar, juzgar y acusar sin saber o querer olvidar el rencor hacia quien nos ha ofendido, perdemos lo más valioso: la paz interior. Y para recuperarla de nuevo debemos recordar, pero sin odio ni rencor, a quienes nos han herido.
Sea cual sea la experiencia dolorosa que hayamos vivido y las heridas que ella nos haya dejado, Jesús desea curarlas y sanar nuestro corazón. Quiere llenar el vacío que hay en nuestra vida con su amor. Quiere liberarnos de todo cautiverio para hacernos sentir realizados y así poder recuperar la perdida paz espiritual.
Después de que hayamos orado al Señor para que rompa todas las cadenas que nos han atado, y después de que hayamos perdonado a quienes nos lastimaron, estaremos listos para pedirle a Jesús que sane nuestros recuerdos dolorosos. Y si lo hacemos con fe verdadera, El sanará nuestras heridas.
Nunca permitamos que el rencor ni el odio envenenen nuestro corazón y nos destruyan. Si ello nos ocurre recordemos que ya no es culpa de quien nos hizo daño, sino de nosotros mismos. Si alguien nos ha herido, curemos la herida con el perdón. No sigamos lamentándonos de día y de noche considerándonos víctimas del maltrato de los demás. Perdonemos y oremos por quien nos haya ofendido, por su conversión y por la nuestra también. De este modo cambiaremos nuestra amargura por la paz interior; esa paz que quizás ya no recordemos y que tanta falta nos hace.
CONSEJOS PARA PERDONAR
El perdón a quien nos ha ofendido es uno de los principios y valores que más se promueven en nuestra fe católica. Perdonar es una virtud nada sencilla, ya que pareciera que nuestra naturaleza humana nos incita a hacer justo todo lo contrario: juzgar y guardar rencor.
Por ello hay algunos consejos que, quienes queramos asumir este llamado de amor, podemos poner en práctica a fin de otorgar un perdón efectivo a quien nos haya lastimado y, con ello, recordar sin ningún tipo de rencor.
1. Pidamos al Señor la gracia de perdonar: Si sentimos que no podemos alcanzar el perdón desde nuestro corazón, pidamos a Jesús que nos quite los obstáculos del camino. Si en verdad deseamos perdonar, El nos ayudará y nos abrirá el camino hacia el perdón.
2. No juzguemos a la persona, sino al acto: Cuando una persona cometa un error, incluso si lo hace a menudo, no la etiquetemos con un adjetivo ligado a ese error. Separar a la persona del acto es indispensable para evitar rencores y odios.
3. Usemos el pensamiento benedicente: Es decir, busquemos el bien en vez del mal por medio de nuestro pensamiento. Cuando alguien nos lastime, pensemos inmediatamente en cómo responder a la agresión con un bien. No se trata de poner la otra mejilla ante la ofensa, sino de pedirle a Dios por el alma del agresor.
4. Tomemos nuestro tiempo: Cuando percibamos una falta en contra nuestra, no reaccionemos de inmediato. Busquemos un lugar tranquilo donde podamos calmarnos y orar, y así percibir la situación desde un punto de vista realista. En muchas ocasiones los problemas se suscitan debido a la falta de entendimiento en la comunicación entre dos personas.
5. Creamos en lo que vemos: No nos dejemos influenciar por lo que los demás nos cuenten. Lo bueno que oigamos nos lo podemos creer, pero lo malo sólo nos los debemos creer si en verdad lo podemos comprobar. Nunca tomemos una determinada postura hacia alguien por la simple recomendación de una tercera persona. Y aunque tengamos pruebas de que algo malo se dijo de nosotros, respondamos con un te perdono y le pido a Dios que te perdona también.
6. Respondamos haciendo el bien: Nunca olvidemos la recomendación de San Pablo en la carta a los Romanos: “No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal haciendo el bien” (Romanos 12:21). Siempre que sintamos rencor contra alguien que nos haya ofendido, lo primero que debemos hacer es encomendarnos a Dios para que nos permita hacer uso de nuestra magnanimidad a quien nos haya lastimado.
7. Si queremos oír un perdón, perdonemos primero nosotros: Esta es la herramienta más eficaz. Aunque queramos argumentar toda clase de razones, controlemos este deseo y pidamos perdón primero. Ser el primero en pedir perdón es más importante que ser el primero en tener la razón.
Perdonar es el camino hacia la sanación. Es el dejar irse a la dureza que se tenía contra una determinada persona, soltando el rencor que abrigábamos contra ella. Perdonar es un proceso que dura toda la vida y por ello se va recibiendo la gracia en todo momento.
CONCLUSION
Si Dios nos pide aspirar a la perfección a través del perdón es porque con El es posible. Y si nos pide dominar nuestra ira, no reaccionar al mal con más mal, y purificar el corazón de toda amargura, resentimiento y odio mediante el perdón, es porque es esencial para nuestra propia paz interior y la consiguiente felicidad personal.
La amargura es un veneno que terminará volviéndose siempre contra uno mismo. El resentimiento y el odio excluyen del corazón la paz y la alegría. En cambio, quien perdona recibe a cambio la paz espiritual.
Si el Señor nos exige vivir un amor que va más allá del amor a quienes nos aman, es porque este es el camino que conduce a nuestra propia felicidad.
“Si alguno dice: ‘amo a Dios’ y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1ª Juan 4:20)