Algunos místicos, como San Juan de la Cruz o la Venerable Concepción Cabrera de Armida, hablan de un tipo de matrimonio espiritual entre Dios y la persona que se deja interpelar por él. Dos voluntades que se hacen una. Aceptar que Jesús es la verdad, implica adaptar nuestra vida a la opción que nos propone. Esto exige fidelidad, luchar por alcanzar la meta de la congruencia. Llega a ser tan difícil como el matrimonio en el sentido humano, civil y canónico de la palabra; sin embargo, no hay satisfacción más grande que saberse literalmente en las manos de Dios. Si nos reconocemos apoyados por él, podemos ser fieles porque significa que ya no nada más confiamos en nuestra fuerza de voluntad -que es limitada- sino en la ayuda de su gracia. El evangelio no es letra muerta. Al contrario, se trata de la hoja de ruta a seguir, lo que -dicho sea de paso- exige ir contra corriente en algunas circunstancias. En la medida en que una persona va asimilando las mismas actitudes de Cristo se vuelve un gigante de la fe, recordando que lo principal no es caerse, sino levantarse.
Ahora bien, en el caso de un hombre y de una mujer que deciden unir sus vidas para siempre, Dios -quien es la clave del amor- tiene muchas cosas que decir al respecto. Primero, aclarar que el matrimonio no es ayudarse -eso lo puede hacer un bastón-, sino complementarse y, dentro del complemento, la mutua cooperación en los diferentes temas y retos que vayan apareciendo a lo largo de la relación. Segundo, comprender que cinco minutos de infidelidad son capaces de destruir treinta años de felicidad. Lo superfluo, aquello que viene y con la misma se va, suena bien, atractivo, pero en el fondo es como quedarse varados en la nada. La mayoría de la sociedad no cree en esto; sin embargo, ¿cuáles han sido las consecuencias? Cada vez más personas que, aún sin estarlo en la práctica, se sienten solas, abatidas. El para siempre asegura momentos difíciles, luchas intensas, errores, pero sin perder el hilo conductor hacia la victoria.
En resumen. El amor en el plano divino y/o humano es una realidad al alcance de todos; sin embargo, implica desinstalarse, saber renunciar a lo que nos aparte de la meta central de nuestra vida. El compromiso, aunque al principio descoloca, es el acto de mayor valentía por parte de una persona. Por esta razón, empezamos el artículo diciendo que solamente los grandes se atreven a plantearse la fidelidad de por vida; sin embargo, esa meta no es inalcanzable. Querer es poder.
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