A nadie sensato se le escapa que la educación es la base del desarrollo humano de un país. Una educación de calidad, suficientemente extendida como para abarcar a todos los estratos de la población, es un ideal por el que no podemos cansarnos de luchar. Transmitir lo mejor de nuestra cultura, arte, técnica, ciencia y ética a las generaciones futuras es la mejor garantía del progreso. Por estas razones, me preocupa muy especialmente el deterioro de la educación que observamos en las últimas décadas en España. Las explicaciones más socorridas: deterioro de las familias, crisis económica, impacto de la inmigración, etc. no me sirve más que como socorridos argumentos que explican más bien poco. Hay razones mucho más de fondo: desprestigio social del profesorado, desmotivación, legislaciones desorientadas, medios escasos y mal aprovechados y, sobre todo, un cambio profundo en el concepto mismo de educación, que urge repensar.
Para quienes consideren este tema como uno de los más relevantes que es preciso mejorar a corto plazo, recomiendo vivamente el libro del profesor Carlos Jariod: SOS Educacion. Raices y soluciones a la crisis educativa, que acaba de publicar la editorial Digital Reasons. Con una gran brillantez y hondura, el profesor Jariod desgrana las causas últimas del deterioro educativo: el cambio en el paradigma antropológico que supone convertir al profesor de un maestro, guía, modelo, en un mero facilitador de experiencias cognoscitivas, en medio de una crisis relativista que dinamita la base última del aprendizaje: sólo vale la pena esforzarse por aprender lo que se valora. Cuando cualquier conocimiento es igualmente válido, ya sea emitido por un premio Nobel en su ámbito o por el vecino de la esquina, el conocimiento se convierte en un objetivo evanescente. En palabras de Jariod: "El nihilismo escolar hace del hombre un ser huérfano y solitario. Lo despoja –o eso pretende- de su deseo de verdad y de bien. Nuestros jóvenes, muchos de ellos sin referentes, son tan ignorantes que desconocen que lo son". Así, la ignorancia que con creciente preocupación comprobamos en nuestros alumnos, "...no se debe a la escasa inteligencia de los estudiantes actuales, sino a que el sistema educativo promueve él mismo la indiferencia y la falta de conocimiento". Es preciso recuperar entonces el valor del conocimiento depurado por la sabiduría de quienes antes que nosotros han sabido discernir lo realmente sustancial. Conceder la importancia social que merece el profesor, procurando que sean nuestros mejores universitarios quienes se orienten hacia esa labor, porque "...la centralidad del profesor no consiste en que el alumno carezca de importancia, sino al contrario que el docente es el portavoz de una tradición cultural imprescindible; la importancia del maestro de enseñanza elemental y la del profesor de enseñanza media, su función social, consiste en que ser portador ante los jóvenes de lo más preciado de la comunidad: su lengua y su cultura".
No podemos esperar más, ni siquiera a que se pongan de acuerdo los dos partidos mayoritarios, que ciegos al impacto que sus decisiones superficiales y sesgadas, están poniendo en peligro un pilar fundamental de nuestra convivencia social.